Francisco González Parga, víctima de Marcial Maciel durante 14 años "Maciel era un hombre sin escrúpulos y sin sentimientos de culpa"

Los caminos del Señor, dicen los que saben de ellos, son inescrutables. Quizá por eso cuando Francisco González Parga escuchó la oferta de los Legionarios de Cristo no imaginó que estaba por recorrer un camino que lo dejaría marcado de por vida: se convirtió en una de las víctimas de Marcial Maciel, fundador de la orden religiosa que tanto ha dado de qué hablar desde 1997, cuando fueron denunciados la serie de abusos sexuales del sacerdote nacido en Cotija, Michoacán y que recién fueron confirmados por El Vaticano. Lo entrevista Edgar Velasco en Milenio.

El tiempo ha pasado. Tanto, que Francisco González Parga (Guadalajara, 1940) ahora puede decir que ya perdonó a Maciel. Tanto, que no tiene empacho en dejarse fotografiar. "Ahora que ya se sabe todo, ya no hay problema", dice. Tanto, que ya puede hablar, largo y tendido, de las experiencias vividas durante cerca de 20 años de estar en la Legión de Cristo. De cómo fue conocer de cerca a un personaje al que califica como "un hombre sin escrúpulos y sin sentimientos de culpa" y que en esta primera parte de la charla revela cómo fue su paso por la Legión.

¿Cómo fue que entró a los Legionarios de Cristo?

Mi papá me dijo una vez que quería que yo sí estudiara y no fuera como mis hermanos, que ninguno había hecho carrera. A mí familia le tocaron tiempos duros, la Revolución, el movimiento agrarista, de modo que el que más estudió llegó hasta sexto. A los once años, cuando estaba en el Colegio Unión de los jesuitas, llegaron los Legionarios a hacer promoción vocacional. Llegaron diciéndonos que tenían un colegio muy bonito, nos presentaron un álbum con fotos preciosas de una escuela con piscina, boliche, jardines preciosos, fuentes, un lago artificial. Nos dijeron que nos iban a llevar a estudiar a las mejores universidades de España y Roma. Eso me cayó como anillo al dedo: mis papás diciéndome que yo tenía que estudiar y estos señores ofreciéndome un porvenir. Esa fue la razón.

Expresamente se les preguntó si aquello era un seminario, y ellos afirmaron rotundamente que no: que era un colegio donde podíamos estudiar para médicos, abogados, ingenieros, lo que quisiéramos. Y, una vez recibidos, si queríamos podíamos seguir estudiando para sacerdotes. Ese fue el planteamiento. Luego supimos que ellos entraron al Unión sin permiso de los jesuitas. Cuando éstos se enteraron, hicieron llamadas para avisar a los padres de familia que no aconsejaban que dejaran ir a los hijos con ellos. Pero en mi casa no había teléfono y no llegó la advertencia.

Yo realmente no tenía ganas de ser sacerdote. Pero estos llegaron con el fraude de que era un colegio para estudiar cualquier carrera. Lo deshonesto es que llegabas allá y te empezaban a meter en la cabeza que tú tenías vocación, y que si la dejabas te ibas al infierno. Nos metían temor para mantenernos ahí. Y ya después, cuando eras mayor, pasaba lo mismo: te decían que si te salías, o no dabas la medida para ser buen sacerdote, se condenarían miles o hasta millones de almas. Era siempre responsabilidad, carga, obligación. Había toda una serie de presiones morales y chantajes, como la gratitud debida al padre Maciel que había dado la vida por ti. Cuando caes en esa dinámica, está difícil salir.

¿Cómo fue su primer contacto con Maciel?

Estaba en Ontaneda, España. Tenía quince años. Fue en julio de 1955. Yo era postulante, iba a pasar al noviciado en Roma. Un superior me dijo que si quería llevarle la comida a nuestro padre a su cuarto, porque estaba enfermo. Él se la pasaba todo el tiempo enfermo. Dije que con mucho gusto, porque uno tenía siempre la ilusión de conocer al fundador. Su cuarto tenía una antesala, pero no había ni una mesa ni una silla. Entré a la antesala y toqué a la puerta de la habitación y no me abrieron. Adentro estaba Maciel con otro religioso. Ya me iba cuando llegó un grupo de hermanos y empezaron a discutir: decían que debían llevar al padre Maciel para que alguien lo atendiera, que no podía seguir así. En eso estaban cuando se oyeron unos ruidos en la pared y salió Enrique Martínez diciendo que el padre estaba muy enfermo y que había que traer las medicinas. Unos decían que ya no se podía ir a Santander, porque ya los conocían y se iban a meter en problemas; otros, que se tenía que ir a Bilbao. Unos tuvieron que ir a Madrid y hasta Valencia. Iban a conseguir un derivado de la morfina.

Cuando se fueron, se abrió la puerta, salió este muchacho y me dijo que si podía relevarlo, porque no había comido ni dormido. Se fue. Yo entré al cuarto todo encandilado, porque dentro estaba completamente oscuro. Oí ruidos muy fuertes. Cuando me acostumbré a la poca luz, vi que se estaba dando de golpes en la cabeza contra la pared, se quejaba, se lamentaba, rechinaba los dientes, todo un panorama de un dolor increíble. Yo me sentía como si estuviera siendo testigo de los dolores de un santo. Empezó a llamar al padre Andrés Vega. Le dije que no estaba y le pregunté qué se le ofrecía. Me contó la historia del padre, que era un padre muy bueno y que cuando se enfermaba sabía cómo atenderlo, que le daba calor con su cuerpo, que si yo lo quería ayudar de la misma manera. Todo el teatrito que usó con la mayoría de los que fuimos víctimas: decía que tenía bloqueada una glándula y no podía desalojar el semen por la orina, como todos los hombres, y eso le provocaba tremendos dolores. Entonces te pedía que le dieras calor con tu cuerpo. Yo la primera vez me metí con todo y ropa y me dijo que así no le servía. Le pregunté si no quería una bolsa con agua caliente, dijo que eso no lo ayudaba igual. Me dijo que no era pecado, que era como si un enfermero viera desnudo a un paciente y lo tuviera que tocar sin mala intención. Me dijo que era un acto de caridad para con él. Yo en un principio me negué y me fui, pero me empezó a dar remordimiento haber juzgado mal al fundador, tristeza de que mi primer encuentro con él hubiera terminado de esa manera. Al final, cedí.

¿Había escuchado antes algún comentario sobre estas prácticas?

No, para nada. No tenía ningún conocimiento de eso. Era apenas un postulante y generalmente él no a cualquiera le pedía que le ayudara. Debía darse la oportunidad, como me pasó a mí.

¿Cuánto tiempo duraron los abusos?

De 1955 hasta más o menos 1966-1969. Luego me rebelé.

Podría decirse que la primera vez fue casual, pero, ¿cómo mantener la situación diez años? ¿Cómo ejercía Maciel tanto poder?

Es una pregunta que tiene muchos dobleces. Tenía un poder de seducción y persuasión como el de [Adolfo] Hitler. Hacía todo eso y luego lo oías predicar sobre la castidad y era la pureza total. Una vez, después de haber estado por la noche con él, al día siguiente sacó a toda la comunidad, caminamos por la playa y empezó a pontificar, escandalizado, diciendo que en el Concilio Vaticano II algunos sacerdotes andaban diciendo que querían casarse, acabar el celibato. Entonces dijo que no podría tocar por la noche a una mujer y luego ir a dar misa. Hice un gesto que seguro notó, porque al día siguiente me echó un reto delante de la comunidad, diciendo que había religiosos que ya no creían en la santidad de los superiores, pero que eran unos hipócritas. Era un chantaje, un sarcasmo y un reto. Era tan fuerte la mentalización de no tocar al ungido de Dios, que después de que nos salimos no podíamos hablar mal de él. Yo todavía no puedo decir "pinche viejo hijo de la chingada". Ahora porque ya lo perdoné, pero aun antes de llegar a eso no podía hablar mal de él. Tampoco podía hablar con otros de lo que me había pasado.

¿Tenía cómplices?

No sabría decir si los superiores se daban cuenta y se hacían de la vista gorda. Te puedo decir lo que yo viví, y posiblemente los demás lo vivieron igual: era tan grande la imagen que teníamos del padre Maciel, pensábamos que era un santo, que él no podía pedirte algo malo, algo sucio. Una vez me confesé [...] y le externé al confesor mi duda. Me dijo: ‘Cualquier cosa que le pida nuestro padre, hágala; él no le puede pedir algo que sea pecado'. Después, cuando me encontré al padre Vega, le pregunté qué hacía cuando Maciel le pedía ciertas cosas. Primero como que se mosqueó, pero luego me dijo: "Qué quiere que le diga. Cualquier cosa que nuestro padre le pida, hágala". ¡Lo mismo! Entonces, eso me confirmaba a mí seguir adelante, a pesar de que yo tenía repugnancia. Lo sentía como una agresión, pero lo hacía por un sacrificio. Y como un modo de compartir la gloria que aquel hombre tenía delante de Dios. Te sentías como elegido para guardar aquel secreto. Nos quitaban el criterio, el sentido común.

¿Llegó a estar en el círculo cercano de Maciel?

Llegué desde el noviciado, permanecí durante el filosofado y el teologado. Ya cuando me ordené sacerdote me alejé. Yo me ordené por las circunstancias, porque no quería. Pero vi como una señal el hecho de que me ordenara el Papa en San Pedro. Eso fue en 1969. Entonces era yo prefecto de estudios del teologado, pero además me encargaba de conseguir las medicinas del padre, de cuidar que otros muchachos no fueran violentados y para mí empezó a ser una carga tremenda. Lo que quería era salir. Fue cuando empecé a rebelarme y a hacer tonterías para que me corrieran: salía por las noches, iba a centros nocturnos... empecé a hacer diablura y media. Cuando los superiores se enteraron, ni cara tenían para decirme algo, porque les convenía tener gente en el Vaticano y yo estaba en la Congregación para los Obispos, que es la encargada de nombrar a los obispos.

Pero yo ya estaba tan bombo que ya no controlaba mis nervios. Empecé a no dormir en las noches y a usar drogas. Me fui haciendo un poco adicto, me gustaba. Me cacharon y no pasó nada. No podían decirme nada. Y el padre Maciel menos que nadie. En ese entonces él ya andaba con las mujeres con las que tuvo hijos. ¿Qué podía decir?

¿En qué momento decide que es momento de romper con eso?

Comprendí que yo ahí ya no tenía lugar. Iba a pasarme la vida señalado como persona peligrosa para los Legionarios y para Maciel. Yo planteé la posibilidad de dejar la orden y unirme al clero secular, pero él no quería: decía que si me salía lo hiciera completo, dejara el sacerdocio por completo. De ese modo yo como un renegado, un resentido a quien nadie le creería. Me decía: "Mira Parga, a ti te puede parecer muy fácil, pero no creas que allá afuera es tan fácil enfrentar la vida. Aquí tienes hambre, vas al comedor y comes; necesitas un traje, vas a la procura, y te lo dan. Allá no: tienes que trabajar y duro. El mundo está lleno de pasiones, mentira, violencia. A ti que te gustan tanto las mujeres, ya te veo envuelto en problemas de faldas. Te pueden matar. Piénsalo". Le dije que no le tenía miedo a nada. A lo único que le tenía miedo era a seguir viviendo la vida que había vivido. Terminé prácticamente huyendo de Roma para regresar a Guadalajara.


Marcial Maciel Degollado nació en Cotija de la Paz, Michoacán, el 10 de marzo de 1920 y murió el 30 de enero de 2008, en Naples, Florida a los 88 años de edad. Fue el fundador del Regnum Christi (reino de cristo, asociación seglar) y de la congregación católica romana Legionarios de Cristo.

En 1997 fue acusado de pederastia y en 2004 fue obligado por el Papa a dejar la dirección de los Legionarios y retirarse.

En 2010, tanto el Vaticano como los Legionarios de Cristo reconocieron que el padre Maciel realizó actos pederastas, así como que tuvo una doble vida, procreando varios hijos con mujeres distintas.

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