Padre, me acuso de haber comido corazón de ternera

Hace dos días me encargaron comprar tres corazones de res. Mi compañera, limeña, me las había encargado para preparar anticucho, tan celebrado y consumido por los países andinos. Uno no puede dejar de pensar en el sacrificio ritual de corazones de animales (y hasta de personas) a las divinidades de la región. Mi turbación fue grande cuando regresé del mercado portando tres enormes corazones de ternera que parecían latir. Tres quilos y medio de carne que pesaba como veinte. Me imaginaba la bolsa transparente y que todo el mundo me miraba con recriminación…

En la vida de Gandhi se cuenta un suceso que siempre me ha impresionado. Tenía un amigo musulmán, Sheik Mehtab, que corría a una velocidad increíble y saltaba a gran altura y atribuía sus hazañas a comer carne, alimento prohibido en la religión de Mohandas Gandhi, que le admiraba y un día le quiso imitar. Así lo refiere Louis Fischer, autor de la biografía Gandhi, que inspiró la gran película de Attenborough:

A la hora convenida, el tentador y su víctima se reunieron en un lugar recóndito de la ribera. Sheik Mehtab llevó carne guisada de cabra y pan. Gandhi probaba raras veces el pan de tahona (el sustitutivo era el chappatis, una pasta sin levadura llena de aire) y nunca había visto la carne, por así decirlo. La familia era estrictamente vegetariana y de hecho lo eran también todos los habitantes del distrito de Gujurat en Kathiawat. Pero, resuelto a ser el verdadero liberador de su país, Gandhi mordió la carne. Le pareció dura como el cuero. La masticó afanoso y, por fin, la tragó. Un instante después, vomitó,

Aquella noche Mohandas tuvo una horrible pesadilla: dentro de su estómago estaba bailando una cabra viva. Sin embargo, “el comer carne era un deber”, y por tanto decidió proseguir el experimento pese al espeluznante sueño…


Rafael Morales ha escrito un soneto muy tierno al toro de lidia cuando todavía es novillo, el poema Choto, que he ilustrado y podéis visualizar pulsando aquí (siempre con los altavoces encendidos).

Para terminar por hoy, me gustaría invitaros a leer detenidamente y, sobre todo, a experimentar con vuestra propia mano, portadora del ratón, que sois un carnicero y empuñáis el cuchillo para el despiece... Me refiero al poema Visita al mercado, del amigo siempre presente Leopoldo de Luis. Pulsad aquí y luego escribís en los comentarios lo que habéis sentido frente a estos versos y su puesta en escena. Hasta pronto, amigos, y buenas digestiones.
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