Ramón Baltar Aclarando que es gerundio

(Ramón Baltar).- Lo preocupante de la declaración del nuevo portavoz de la CEE es la mentalidad que pretende que los aspirantes al sacerdocio han de ser "enteramente varones y, por tanto, heterosexuales". Quizá sea útil recordar el origen de la doctrina católica sobre la sexualidad, a saber: la concepción dualista del hombre de cierta filosofía griega.

Erraron la vía los teólogos que aceptaron su división en cuerpo y alma, entendido aquel como sepulcro de esta (sóma séma), lo que les llevó a la idea de atar corto al cuerpo para dejar al alma desarrollar sus potenciales. Planteamiento desencarnado que se concreta en el manido principio: el ayuntamiento carnal solo es lícito si se ordena al cumplimiento del mandato divino de multiplicarse, pecado en cualquier otro supuesto. Aquí encuentra su caldo de cultivo la homofobia que tanto deshonra a la institución.

Incoherencia supone enseñar que en el mundo nada ocurre sin consentimiento del Creador, de lo que se deduce aprobación de las varias inclinaciones sexuales de los individuos de la especie humana, y hacerle una corrección de plana defendiendo una excepción con los homosexuales. Por lo demás, considerar anormales las tendencias de aparición menos frecuente sabiendo que son ínsitas y no elegidas, se revela trampa y falta de rigor intelectual. La mediocridad episcopal es asunto de disciplina eclesiástica.

Claro que le asiste a la ICAR el derecho a fijar las cualidades que han de acreditar los seminaristas, pero las pulsiones eróticas deben quedar fuera de la lista. Considerar al homosexual varón menguado muestra desprecio de la persona e ignorancia; y declararlo no apto para el ministerio sacerdotal es como atribuirse autoridad para indicarle al Espíritu donde tiene que soplar. Rara humildad dan las ínfulas.

Pocas luces sobran para ver cómo hay que enfocar la cosa en cristiano: los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales no necesitan compasión por serlo, solo respeto y acogida sin las reservas que dicta el prejuicio.


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