"Una espiritualidad desde y de la vida" Ejercicios espirituales y antropología ignaciana

(Agustín Ortega, Centro Loyola).- Este escrito nace después de haber realizado los Ejercicios Espirituales (EE), que San Ignacio de Loyola nos legara como pedagogía espiritual de lo que fue su experiencia de vida.

Tal como se refleja, de forma ejemplar, en su Autobiografía (A), el relato de la vida del Peregrino Iñigo. Como nos los muestran los estudios actuales, creemos que la espiritualidad ignaciana y los EE son paradigmáticos de un camino (método) e itinerario de propuesta de una antropología integral que, a su vez, se manifieste en una sólida acción-formación con su carácter ético y social.

Lo cual, en nuestra cosmovisión cristiana, posibilita una fe y misión de la buena noticia (Evangelio) de Jesús, con su constitutivo servicio (diakonía) del amor y la promoción de la justicia en la solidaridad liberadora con los pobres (empobrecidos, excluidos y víctimas).

Los EE expresan la libertad liberada y liberadora del ser humano. Potencia la centralidad y el protagonismo de las personas, sujetos responsables, transformadores frente a las realidades tan significativas como el dinero, el bienestar o la autoridad. Y es que dichas realidades se pueden convertir en los ídolos de la riqueza, del lujo y del poder. Esta libertad y protagonismo de lo humano nace del Don del Otro, para nosotros creyentes Dios, que nos suscita a la vida liberada y liberadora para ser personas en el servicio transformador de la creación. Este es el Principio y Fundamento (PYF, EE 23) de la existencia humana. Desde el que vivió Ignacio, en la conciencia y conversión transformadora de su vida: de buscar el poder, las posesiones y el honor a emprender una camino espiritual en busca de esta entraña de la existencia, el PYF (A 1-10).

Este itinerario espiritual de Ignacio engloba a toda la persona, en todas sus dimensiones, las racionales, corporales y afectivas, los pensamientos y los deseos, la memoria (pasado), el entendimiento (presente) y la voluntad (futuro, EE 2-3). Y, de esta forma, se realiza un dinamismo liberador frente a esta egolatría y estos ídolos, que discierne sensible y críticamente la búsqueda y encuentro con este Don del Amor del Otro, Dios según nuestra fe.

Efectivamente, desde la afectividad y el bien universal, este discernimiento espiritual desarrolla una sensibilidad para afirmar (promover) la vida y valorar o examinar el desorden del mundo, el mal y, para los creyentes, el pecado (personal, histórico y social-estructural, EE 50-25). Cuya raíz es esta egolatría e individualismo, autocentrado en uno mismo. Este egoísmo individualista, deshumanizador y patológico, que encierra y esclaviza a las personas, impidiendo la verdadera libertad: se efectúa en la acogida compasiva y solidaridad activa del Otro, del Crucificado, Dios mismo en Jesús (EE 53).

Desde el Dios Crucificado en Jesús, los crucificados de la historia por la injusticia: son el mal y el pecado primigenio. Como Jesús y, en su seguimiento, San Ignacio (A 18-19), se trata de ejercer esta compasión (EE 61) y solidaridad activa con los crucificados y pobres de la historia. Lo que a su vez capacita para la experiencia de la misericordia, que nos baña y libera del egoísmo y del afán de dominación, generador de las víctimas crucificadas en la injusticia. Aquí concluimos el primer tramo (la primera semana de los EE), en nuestro itinerario de libertad espiritual.

Ante los deseos y afectos desordenados del caos, del mal o pecado, el rechazo del Regalo de la libertad y centralidad del ser humano bajo la esclavitud de dichos ídolos: hay que acoger este Don (PYF); esto es, la Misericordia y Compasión, Dios mismo, que nos sigue dando vida, que nos va sanando y liberando integralmente. Dicho Don (Gracia) liberador del mal, el conocimiento experiencial o seguimiento compasivo de los crucificados, de Jesús, nos llama y lanza al servicio de su proyecto de transformación y renovación del mundo para erradicar este mal y pecado.

Eso que los cristianos conocemos como Reino de Dios, la causa y el proyecto de Jesús. Un Reino salvador y liberador de vida, de amor y justicia desde la pobreza solidaria en el compromiso con la causa socio-histórica de los pobres y crucificados; frente a todo afán de poder y opresión (EE 91-99). Como se observa y tal como experimentó trascendentalmente Ignacio el Cardoner, se asume la mirada espiritual y trascendente, por la que se contempla renovadoramente la realidad, honda e integral, en todos sus aspectos (A 31).

Es la experiencia de la mirada del Otro, del Dios Trinitario (A 28), la contemplación compasiva y comprometida de (con) la realidad, de sus sufrimientos e injusticia, donde se encarna el Otro, Jesús, y nosotros con Él. Y, de esta forma, se promueve el cauce liberador de este mal e injusticia que sufre la realidad (EE 102-109). Tal como hizo Dios en Jesús, mediante esta Encarnación humilde, solidaria con la pobreza y la exclusión que sufren los seres humanos. Esta encarnación en solidaridad liberadora con los pobres: es la plenitud de la humanización, culmen de lo espiritual. Frente al mal o pecado de la riqueza y del poder, de la codicia y ambición (EE 111-116. 136-157). Finaliza así nuestra segunda etapa en nuestro camino humanizador y espiritual, en el seguimiento del Otro, de Jesús (la segunda semana de los EE).

Vemos así que la libertad y dignidad, que nos había regalado el Otro, Dios (PYF). Y que estaba atacada por el mal o pecado personal e histórico, es posibilitada renovadoramente por la misericordia y compasión ante los crucificados y pobres (primera semana de los EE). Dicha libertad es impulsada por este seguimiento del Otro, de Dios en Jesús, desde la plenitud de la vida fraterna y en la pobreza solidaria, liberadora con los pobres, frente a la riqueza y el poder. Tal como culmina en la segunda semana de los EE con la Tercera Manera de Humildad (3MH), de amor pleno (EE 167-168), en una transformación de la vida donde nos liberemos de nuestro egoísmo e interés individualista (EE 189).

De esta forma, este conocimiento y seguimiento experiencial se realiza desde la pasión del mundo (los crucificados por la injusticia) en la pasión de Dios Crucificado, Jesús, El Amor y la Divinidad escondida, oculta al poder (tercera semana de los EE). Ya que este Amor Divino no emplea la dominación violenta. Sino el Amor encarnado y solidario en los sufrimientos de los crucificados y pobres, para liberarnos de todo mal y pecado, de toda violencia e injusticia (EE 196-197). Así se realiza la verdad más profunda, la real humanidad, como nos muestra el evangelio de Juan (Jn 18-19). Tal como experimentó trascendentalmente Ignacio en la Storta (A 96), en comunión espiritual con el Crucificado y los crucificados. Lo cual se expresará en vivencia comunitaria, con sus compañeros (Compañía), amigos en el Señor, en el seguimiento de Jesús, para servir y amar transformadoramente a la humanidad y al mundo. Y desde esta compasión y solidaridad liberadora con los crucificados y la injusticia que sufren: se puede participar en la nueva vida, plena y eterna en Jesús Resucitado, que nos consuela. La resurrección de Jesús nos trae la consolación que acompaña, sana y libera integralmente.

Como anteriormente (desde el PYF a la 3MH), se renueva el dinamismo dialogal de la afirmación de la libertad solidaria (segunda semana) y su aparente negación en la solidaridad pasional con lo negativo de la historia (los crucificados y pobres). Lo que da lugar a una síntesis superadora o positiva, donde esta entrega solidaria con los crucificados y pobres permite la consolación liberadora del dolor y la injusticia. La senda antropológica-espiritual de seguimiento, pasión solidaria y servicio liberador con los pobres: tiene el co-relato evangélico (teologal-cristológico) del Conocimiento, Kénosis (Abajamiento del Crucificado) y Consolación (Resurrección) que nos trae el Otro, Jesús Crucificado-Resucitado.

Llegamos al fin de nuestro itinerario en los EE, que se condensa y culmina en La Contemplación para Alcanzar Amor (EE 230-237). Un amor más en la obras (acción) que en las palabras, con un compromiso para que todos los bienes y realidades se compartan de forma solidaria con los otros. Ya que todo es Don del Otro, de Dios para que llegue a todos los seres humanos. Dios habita y trabaja en todo, en toda la realidad, en la humanidad e historia. Hay que hacer memoria (actualidad y experiencia renovadora) del Otro, de Dios que nos regala la vida, el amor y la justicia liberadora de todo mal, todos los bienes y capacidades. Para que nosotros, a su vez, se lo entreguemos a Él para la causa del Reino y su justicia, en este servicio y amor liberador con los otros, con los pobres. Aquí está la entraña de la espiritualidad y la antropología, sea cristiana o no, como lo muestra paradigmáticamente la mística ignaciana: buscar y encontrar al Otro, a Dios en todas las cosas; ser contemplativos en la acción por la justicia y en el servicio de la fe para con la humanidad y los pobres. Tal como experimentó todo esto Ignacio, de forma culminante, en la madurez de su vida (A 99-100).

Es una fe mística en la cotidianeidad, en lo profundo de la vida y de la historia, dinámica, trascendente... (Rahner). Una inteligencia humana e histórica, espiritual que se hace cargo (ve, conoce y contempla), carga (asume compasivamente y juzga-valora éticamente) y se hace cargo (actúa-praxis transformadora) de la realidad, de los pueblos crucificados por la injusticia, que son el signo permanente de los tiempos (Ellacuría). Vemos pues todas las virtualidades de la espiritualidad ignaciana para el carácter secular de la iglesia, de los laicos y de la realidad.

Es decir, una espiritualidad desde y de la vida, fiel a lo real, que gestiona y transforma toda la realidad y el mundo, para que se vaya ajustando al Reino de Dios y su justicia. De esta forma, se capacita para una lectura espiritual y creyente de la realidad, como son el método de revisión de vida o encuesta, muy importantes en la pastoral y en la acción apostólica o laical; ahí tenemos los ejemplos paradigmáticos de la JOC, la HOAC, Caritas, las comunidades eclesiales de base.... Consistente en un discernimiento en el ver, juzgar (valorar) y actuar en la realidad de una forma integral y global. Con las mediaciones de la razón y del pensamiento, de la filosofía y de las ciencias sociales o humanas, imprescindibles en la vida espiritual y de fe. Ya que lo espiritual, la gracia y el amor desde los pobres suponen la naturaleza y la razón, la realidad humana, social e histórica o estructural con sus mediaciones, para una renovación liberadora e integral. Tal como lo comprendió y lo realizó, ejemplarmente, San Ignacio en su vida y obra para la búsqueda del más (magis) y mayor (todo) el bien universal (cf. por ejemplo A 71, 88-89).

Como hemos visto, es una espiritualidad que promueve la vida y la dignidad de las personas, el desarrollo y la liberación integral, la globalización de la solidaridad y la justicia. Frente a la actual injusticia mundial con sus crisis sistémicas, generadas por el inhumano e inmoral neo-liberalismo/capitalismo y sus estructuras de pecado como el sistema internacional financiero-bancario y comercial, laboral e institucional. Así nos lo enseña la doctrina social de la iglesia (DSI), fecundada por todo este patrimonio espiritual; la DSI, ese tesoro desconocido, ocultado y manipulado por el poder. Para terminar, creemos en la esperanza, en que otro mundo es posible desde el Otro, desde Dios en Jesús.

Tal como nos mostró con su vida y experiencia Ignacio. Ojala que todas las personas que hayamos pasado por los EE, estos EE pasen por nosotros. Que nos transformen y sigamos con nuestro proceso de conversión al Otro, a Dios en Jesús, para en todo amar y servir al Reino de Dios y su justicia con los pobres.

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