"El consumo responsable no es una moda ideológica: para un cristiano, es una forma concreta de vivir el mandamiento del amor" ¿Invertir con coherencia? También con quien nos da luz, teléfono y hasta el café
¿Estamos siendo coherentes también con los proveedores a quienes entregamos nuestro dinero cada mes?
¿Y qué hay de nuestros servicios de internet, telefonía o televisión? Las grandes compañías tecnológicas pueden no ser neutrales: algunas de ellas tienen prácticas laborales cuestionables, niveles bajos de transparencia o vínculos con estrategias agresivas de evasión fiscal
| Santiago José Portas, director de Instituciones Religiosas y Tercer Sector del Banco Sabadell
En los últimos años, la Iglesia ha alzado la voz con más claridad y firmeza sobre la necesidad de que nuestras decisiones económicas estén en coherencia con nuestra fe. No se trata solo de caridad ni de gestos aislados: el llamado es a una conversión integral, que incluya también cómo gestionamos nuestro dinero, nuestras inversiones y nuestros consumos.
En el documento Mensuram Bonam, publicado por el Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral, nos invita explícitamente a los católicos a ejercer una inversión coherente con la fe, guiada por principios como la dignidad de la persona, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad. No es solo una cuestión técnica o financiera, sino un acto moral.
El Papa Francisco, tanto en sus encíclicas interpela repetitivamente a una economía justa y nos recuerda que cada elección económica es una elección moral, desafiándonos a no quedarnos en lo superficial: no basta con reciclar o donar esporádicamente; se trata de cambiar estructuras y también de revisar nuestras propias rutinas.
¿Y si extendemos esta coherencia a nuestros proveedores?
Si tomamos en serio este llamado, cabe hacerse una pregunta incómoda pero necesaria:
¿Estamos siendo coherentes también con los proveedores a quienes entregamos nuestro dinero cada mes?
Reflexionemos, por ejemplo, sobre el tipo de energía que consumimos. ¿Estamos contratando empresas que verdaderamente apuestan por las energías limpias y renovables, o seguimos financiando, sin saberlo, industrias altamente contaminantes o insostenibles? No se trata solo de eficiencia o tarifas más bajas, sino de apoyar un modelo energético que respete la creación.
¿Y qué hay de nuestros servicios de internet, telefonía o televisión? Las grandes compañías tecnológicas pueden no ser neutrales: algunas de ellas tienen prácticas laborales cuestionables, niveles bajos de transparencia o vínculos con estrategias agresivas de evasión fiscal. ¿Nos hemos tomado el tiempo de conocer qué valores promueven y cómo gestionan el impacto social de su actividad?
Lo mismo sucede con los proveedores financieros: bancos, aseguradoras o fondos de pensiones. ¿Sabemos en qué invierten nuestro dinero? ¿Contribuyen, quizás, al desarrollo de armamento, a industrias que atentan contra la vida humana o a negocios que vulneran los derechos humanos en países empobrecidos? Como recuerda el documento Mensuram Bonam, no basta con que una inversión sea rentable: debe ser justa, humana y promotora del bien común.
También deberíamos preguntarnos por las marcas de automóviles que compramos. ¿Qué compromiso real tienen con la sostenibilidad, más allá de la publicidad? ¿Están adoptando prácticas limpias, o simplemente se adaptan al mínimo regulatorio para no perder cuota de mercado?
Incluso en nuestras compras por internet es posible ejercer una conciencia moral: ¿conocemos las condiciones laborales de los trabajadores que preparan, transportan o distribuyen nuestros pedidos? ¿Las empresas a las que compramos pagan impuestos allí donde generan ingresos, o utilizan estructuras opacas para maximizar sus beneficios a costa del bien común?
Todas estas decisiones, aunque parezcan técnicas, prácticas o insignificantes, modelan el mundo en el que vivimos. Cada factura pagada, cada suscripción renovada, cada proveedor elegido es también una forma de voto. Estamos diciendo, muchas veces sin darnos cuenta, qué tipo de economía queremos apoyar, qué modelo de sociedad estamos dispuestos a construir y qué valores priorizamos realmente.
La santidad también pasa por la tarjeta de crédito. Porque nuestra fe no se reduce al templo ni al domingo: se encarna en cada acto, también en cómo y con quién elegimos comprar, invertir, vivir
¿Es posible vivir la fe en nuestras compras cotidianas?
Rotundamente sí, pero no sin esfuerzo. Vivir la fe en el mundo actual es nadar contracorriente. Es informarse, es cuestionar lo establecido, es preferir a veces lo pequeño frente a lo gigante, lo ético frente a lo barato. Y sobre todo, es no resignarse.
El consumo responsable no es una moda ideológica: para un cristiano, es una forma concreta de vivir el mandamiento del amor. Amar también es no ser indiferente ante el daño que otros sufren por nuestras comodidades. Amar es dejar de financiar la injusticia cuando está en nuestras manos evitarlo.
La santidad también pasa por la tarjeta de crédito. Porque nuestra fe no se reduce al templo ni al domingo: se encarna en cada acto, también en cómo y con quién elegimos comprar, invertir, vivir.
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