"Se ha diagnosticado una 'sociedad sin padres'" ¿Nostalgia y anhelo de la "Sagrada Familia"?

Sagrada Familia
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A finales del siglo XIX, "la Sagrada Familia" era un motivo omnipresente en la devoción católica

Hoy, la crisis de la familia actual es innegable. Los datos sociológicos muestran, al menos en las naciones industrializadas altamente desarrolladas de Occidente, crisis en la simbología tradicional, que se centraba en el modelo de la Sagrada Familia

A finales del siglo XIX, la “Sagrada Familia” era un motivo omnipresente en la devoción católica. En una de las revistas sobre el tema que recibían las familias se podía leer en 1893: “¡Ay, cada familia cristiana debería aspirar a convertirse en una Sagrada Familia! ¿Y por qué no podría hacerlo? ¿Qué tiene la familia obrera de Nazaret que la distinga especialmente de las demás?”

En 1883, Antoni Gaudí, un arquitecto genial con gran profundidad espiritual, comenzó a construir la “Sagrada Familia” en Barcelona como iglesia expiatoria y símbolo de esperanza para la cristiandad. Aunque faltan alguna torre y algún portal —se prevé que estará terminada en 2026, en el centenario de la muerte de Gaudí—, el 7 de noviembre de 2010 fue consagrada como iglesia (con el rango de basílica menor pontificia) por el papa Benedicto XVI. Desde hace décadas es un imán para los turistas. El triunfo de la piedad mencionada culminó con la introducción de la fiesta de la Sagrada Familia en 1921. Hoy en día se celebra en el calendario católico el primer domingo después de Navidad.

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Historia cultural y social

En los últimos años han aparecido algunos estudios sobre la Sagrada Familia orientados a la historia cultural y social. Hildegard Erlemann (“Die Heilige Familie. Ein Tugendvorbild der Gegenreformation im Wandel der Zeit. Kult und Ideologie”, 1993: La Sagrada Familia. Un ejemplo de virtudes de la contrarreforma en el mudar de los tiempos. Culto e ideología) considera que la Sagrada Familia es una “construcción contrarreformista”, de especial relevancia en el ámbito germanoparlante. Cobró importancia a partir de finales del siglo XVII y fue propagada por los jesuitas y los capuchinos. Las representaciones de la Santa Peregrinación, en las que María y José caminan de la mano con el Niño Jesús en medio y parecen una doble Trinidad en la tierra, son características del Barroco.

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La autora defiende la tesis de que, bajo la influencia de la ideología familiar conservadora católica, el motivo perdió “cada vez más su carácter espiritual, místico y numinoso” del Barroco y, desde finales del siglo XVIII, se funcionalizó “como modelo y ejemplo” de la comunidad familiar burguesa ideal según los valores conservadores (padre, madre e hijos: Jesús como niño modelo, María como ama de casa y madre ideal, José como “ejemplo brillante de vigilancia y cuidado paternos”).

Acentos confesionales

El triunfo de la Sagrada Familia desde el Barroco fue posible, entre otras cosas, gracias al fuerte énfasis en la piedad josefina. El “padre putativo” (de ahí viene lo de “pepe” para los Josés) salió de su existencia en la sombra en el eje madre-hijo de la Edad Media y ganó un lugar firme en los corazones católicos.

También se encuentran testimonios de ello en la mística. Teresa de Ávila, por ejemplo, escribió alrededor de 1562 en su “Libro de la vida”(cap. 6): “Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío. (…) Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino.” Su primer convento reformado fue dedicado a San José, y lo hizo también con otros.

La popularidad y la amplitud de la veneración de San José en la Europa católica desde la confesionalización se refleja, entre otras cosas, en el hecho de que fue proclamado patrón nacional en muchos países, especialmente en los territorios de los Habsburgo (Austria) y los Wittelsbach (Baviera). “José” se convirtió allí en el nombre de pila más popular para los niños.

En España, la teología preconciliar cultivó mucho la Mariología y la Joseología en congresos, conferencias, colecciones de libros y revistas teológicas (“Estudios Marianos”desde 1942, “Ephemerides Mariologicae” desde 1951, “Estudios Josefinos” desde 1947).

En su ensayo “Die Heilige Familie und ihre Folgen” (La Sagrada Familia y sus consecuencias, 2000/2011), Albrecht Koschorke retoma la tesis del cambio cultural de la Sagrada Familia a la pequeña familia nuclear burguesa, pero, como luterano, le da un matiz confesional. La “enseñanza doméstica” luterana y el matrimonio de los pastores contribuyeron a la naturalización de la Sagrada Familia, es decir, a su transformación en una “familia natural” que, en la tríada padre-madre-hijo(s), podía servir de modelo para la pequeña familia burguesa.

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Crisis en la simbología

La crisis de la familia actual es innegable. Los datos sociológicos muestran, al menos en las naciones industrializadas altamente desarrolladas de Occidente, crisis en la simbología tradicional, que se centraba en el modelo de la Sagrada Familia: las relaciones familiares pierden importancia y el número de hijos disminuye; muchos matrimonios se divorcian, por lo que la institución del matrimonio se entiende a menudo como una unión temporal; en la jurisprudencia se está avanzando hacia la igualdad entre las uniones familiares y no familiares de diferentes signos.

Se ha diagnosticado una “sociedad sin padres”, en la que los padres a menudo se limitan a su papel de pagadores de pensiones alimenticias, mientras que la díada madre-hijo suele permanecer intacta en caso de separación y cuenta con el apoyo de la ley para garantizar el cuidado emocional y la estabilidad en la educación de los hijos. Además, el Estado moderno ha asumido muchas de las funciones del antiguo papel alimentador del padre.

La Iglesia es muy consciente de la crisis que atraviesa la familia hoy en día. Sin embargo, defiende con admirable tenacidad la narrativa familiar tradicional, según la cual el matrimonio y la familia se encuentran entre los bienes más preciados de la humanidad y el bienestar de la sociedad y la Iglesia está estrechamente vinculado al de la familia (Juan Pablo II, Carta apostólica “Familiaris consortio” del 22 de noviembre de 1981, n.º 1 y 3, doctrina repetida recientemente por Leo XIV).

Hacia una nueva simbología

Mientras que la imagen tradicional de la familia se encuentra en crisis, otros elementos fundamentales de la narrativa cristiana de la familia son hoy de gran actualidad. Nos referimos a los aspectos “proféticos”, que a menudo se han descuidado en el curso de la estilización burguesa de la Sagrada Familia como idilio familiar. La Sagrada Familia es, sobre todo, el lugar de la “encarnación” de Jesús con el mensaje universal de la “filiación divina” de todos los seres humanos. La historia de la Navidad contiene muy poco de burgués: trata del embarazo de una virgen muy joven antes de la boda, de un nacimiento en condiciones precarias (en un establo) y de una existencia amenazada (huida a Egipto) desde el principio.

El propio Jesús nos invita a crecer en la familia de los hijos de Dios, más allá de los lazos genealógicos y las relaciones familiares: “El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Marcos 3,35). Tales frases no relativizan el precioso bien que es la familia tradicional, que para muchos sigue siendo el objetivo de su nostalgia y anhelo; pero nos hacen ver que, a pesar de todas las crisis que esta atraviesa, no debemos perder de vista lo esencial: tanto si hemos crecido en una familia protegida como en una frágil, somos miembros con los mismos derechos de la “familia humana”, de la que tanto hablaba el Concilio Vaticano II, y, por lo tanto, estamos invitados a seguir construyendo su unidad.

*Catedrático emérito de Historia de la Iglesia en la Facultad de teología de la Universidad de Friburgo (Suiza) y Decano de la Clase VII (Religiones) en la Academia Europea de las Ciencias y las Artes (Salzburgo)

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