"No rebajó la dignidad del papado; la elevó al estilo del Evangelio. Gobernó con el poder de la coherencia, no de la imposición" El funeral del Papa Francisco, un plebiscito de aprobación a un pontificado transformador

Féretro del Papa
Féretro del Papa Vatican Media

La reacción fue unánime: el mundo rendía homenaje a una figura que marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia. Aquella despedida trascendía el dolor: era también una manifestación de aprobación, un testimonio de esperanza y una reafirmación del deseo de continuidad

Supo llorar con los migrantes, guardar silencio ante las víctimas de abuso, besar los pies de líderes enfrentados en Sudán del Sur, y visitar Irak en pleno conflicto. No fue solo un maestro de palabras, sino un testigo valiente del amor cristiano

El nuevo Papa deberá escuchar ese clamor con valentía. Le esperan desafíos cruciales: tender puentes entre sectores conservadores y progresistas, sanar las heridas de una institución marcada por el escándalo del abuso, garantizar espacios seguros para todos, y hacer de la sinodalidad una práctica concreta y cotidiana

El mundo entero contuvo la respiración el pasado 21 de abril al conocerse la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. Apenas un día antes, en la Plaza de San Pedro, había impartido la bendición Urbi et Orbi, saludando con calidez desde el papamóvil. En ese último gesto público, sin saberlo, se despedía de su pueblo. Partió a celebrar la Pascua eterna con el Padre, tras haberla celebrado entre sus hermanos.

Especial Papa Francisco y Cónclave

La muerte del primer Papa latinoamericano desató una ola de condolencias a nivel mundial y provocó una profunda reflexión colectiva sobre su legado. Su funeral no fue solo una ceremonia litúrgica: se convirtió en un auténtico plebiscito espiritual y simbólico. Más de 400.000 personas se congregaron en la Plaza de San Pedro y sus alrededores, acompañadas por más de 60 jefes de Estado y representantes de 140 delegaciones extranjeras. La interrupción de la programación habitual en medios de comunicación de todo el mundo evidenció la magnitud de la pérdida y el reconocimiento generalizado de su labor.

Francisco, a su paso por el Coliseo
Francisco, a su paso por el Coliseo Vatican Media

La reacción fue unánime: el mundo rendía homenaje a una figura que marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia. Aquella despedida trascendía el dolor: era también una manifestación de aprobación, un testimonio de esperanza y una reafirmación del deseo de continuidad.

Desde su elección en 2013, el Papa Francisco imprimió un estilo pastoral profundamente humano y cercano. Rompió con formalidades, como vivir en la Casa Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico, y apostó por una Iglesia humilde, “pobre para los pobres”, centrada en la misericordia y el servicio. Con su carisma sencillo y directo, y su constante “recen por mí”, devolvió a la Iglesia un rostro compasivo y creíble.

El Papa de la misericordia
El Papa de la misericordia

Su pontificado estuvo marcado por reformas audaces. Abrazó la inclusión social, el diálogo interreligioso y la defensa de los más vulnerables. La Constitución Praedicate Evangelium, que reorganizó la Curia Romana, colocó la evangelización y la sinodalidad en el centro de la vida eclesial. Como primer Papa del Sur Global, denunció con voz profética la exclusión, el descarte y la injusticia. Visitó las periferias del mundo, geográficas y existenciales: Irak, República Centroafricana, Lesbos, Sudán del Sur.

Su magisterio dejó una huella profunda. Evangelii Gaudium delineó el horizonte de una Iglesia en salida que acoge a todos; Laudato Si’ y Laudate Deum lo posicionaron como referente ético en el cuidado de la casa común; Fratelli Tutti y Amoris Laetitia promovieron una cultura del encuentro, del diálogo, de la ternura y la misericordia. El columnado de San Pedro, símbolo de acogida, se hizo realidad en su pontificado.

"Muy dura, muy dura": Francisco escuchó la historia  de las 13 víctimas de abusos con las que se encontró
"Muy dura, muy dura": Francisco escuchó la historia de las 13 víctimas de abusos con las que se encontró

Francisco enfrentó con firmeza la crisis de los abusos sexuales en la Iglesia, promoviendo mecanismos más rigurosos de prevención y exigiendo rendición de cuentas. En el ámbito diplomático, fue un auténtico constructor de paz: su histórico encuentro con el Patriarca Kirill, la firma del Documento sobre la Fraternidad Humana con el Gran Imán de Al-Azhar y su mediación en conflictos dieron testimonio de una visión global e inclusiva.

No rebajó la dignidad del papado; la elevó al estilo del Evangelio. Gobernó con el poder de la coherencia, no de la imposición. Su autoridad brotó de su fidelidad a los pobres, al sufrimiento humano y al clamor de la tierra. Supo llorar con los migrantes, guardar silencio ante las víctimas de abuso, besar los pies de líderes enfrentados en Sudán del Sur, y visitar Irak en pleno conflicto. No fue solo un maestro de palabras, sino un testigo valiente del amor cristiano.

Encarnó plenamente el Servus servorum Dei. Fue el único Papa que domingo tras domingo, durante el Ángelus, denunció injusticias sociales y guerras en todo el mundo.

Por eso, su funeral fue también una validación colectiva. Las lágrimas, los cantos, las ovaciones espontáneas y la cobertura global expresaban algo más que duelo: manifestaban aprobación, esperanza y compromiso. Francisco representó el tipo de liderazgo que millones de fieles y personas de buena voluntad anhelan: abierto, espiritual, humano, profético.

'Praedicate Evangelium', sobre la reforma de la Curia vaticana
'Praedicate Evangelium', sobre la reforma de la Curia vaticana

Las reformas impulsadas por Francisco no fueron respuestas coyunturales, sino auténticas respuestas evangélicas a los signos de los tiempos. Como él mismo decía: “el tiempo es superior al espacio”. Sembró semillas que apenas comienzan a germinar: una Iglesia sinodal, cercana, misericordiosa, capaz de dialogar con la cultura contemporánea y atenta al sufrimiento del mundo.

Esa avalancha humana y comunicacional que ha despedido al Papa Francisco, tanto en la Plaza de San Pedro como a través de pantallas en todos los rincones del mundo, no ha sido solo un acto de duelo, sino un clamor profético. El Pueblo de Dios ha hablado con elocuencia: desea una Iglesia que continúe el legado de amor, servicio y profecía que Francisco encarnó. Los cardenales que se reunirán en cónclave el próximo 7 de mayo lo saben: no votan en el vacío. Sobre sus hombros pesa el mandato de millones que anhelan una Iglesia sinodal, cercana, humana, creíble y abierta.

El nuevo Papa deberá escuchar ese clamor con valentía. Le esperan desafíos cruciales: tender puentes entre sectores conservadores y progresistas, sanar las heridas de una institución marcada por el escándalo del abuso, garantizar espacios seguros para todos, y hacer de la sinodalidad una práctica concreta y cotidiana.

Entre esos desafíos, uno resuena con especial fuerza: la participación plena de las mujeres en la vida y misión de la Iglesia. En un mundo que camina con decisión hacia la equidad, no hay lugar para el silencio ni la exclusión. Integrar las voces femeninas en los procesos de toma de decisiones eclesiales no es solo una cuestión de justicia, sino una exigencia evangélica.

No hay espacio para la involución. El futuro pontífice deberá abrazar, con coraje y discernimiento, los grandes clamores del Pueblo de Dios: la inclusión de las mujeres, la erradicación definitiva de la cultura del abuso, el compromiso con el cuidado de la Casa Común, la mediación activa por la paz en los conflictos del mundo, el fortalecimiento del papel de los laicos y la consolidación de una Iglesia verdaderamente samaritana. Todo ello no como concesión a los tiempos, sino como fidelidad al Evangelio

No hay espacio para la involución. El futuro pontífice deberá abrazar, con coraje y discernimiento, los grandes clamores del Pueblo de Dios: la inclusión de las mujeres, la erradicación definitiva de la cultura del abuso, el compromiso con el cuidado de la Casa Común, la mediación activa por la paz en los conflictos del mundo, el fortalecimiento del papel de los laicos y la consolidación de una Iglesia verdaderamente samaritana. Todo ello no como concesión a los tiempos, sino como fidelidad al Evangelio.

A medida que el mundo avanza, la gran pregunta es: ¿cómo honraremos el legado de Francisco? La respuesta no se encuentra solo en los documentos pontificios, sino en cada comunidad, en cada creyente, en cada acto de justicia, ternura y compasión que prolongue en el tiempo el testimonio de este Papa del Evangelio.

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