(José Manuel Vidal).- "Hasta setenta veces siete..." El Papa cumple el precepto evangélico y no sólo perdona a su mayordomo infiel, sino que acoge a la oveja descarriada.
Es el Papa el que se mueve, el que va a verlo, el que lo visita, para darle la buena noticia del indulto y del perdón. En persona. Sin intermediarios. Mirándole a los ojos. Quiere ver en persona cómo está su "Paoletto", su pequeño-gran Judas. El que más le cuidó, el que más le mimó y el que más daño le hizo. Porque la traición es más dolorosa cuando se produce en casa, en la Casa Pontificia.
La foto (que recuerda y mucho a otra similar de Juan Pablo II perdonando a Ali Agca, el turco que intentó asesinarlo) lo dice todo. Habla por sí sola. No hay tensión en el ambiente. Ni caras largas. Ni reproches. Paoletto sonríe con semblante de paz, las manos juntas entre las piernas. Y el Papa le mira con dulzura. Con dolor, pero con dulzura. Es el poder de los hijos, que por muchas que nos hagan, nos tienen robado el corazón. Una foto que puede convertirse en icono del perdón.
Para leer el artículo completo, pincha aquí: