San José, un oasis en la Cuaresma Seminario o semillero
(Víctor Márquez).- Una de las voces más evocadoras que nuestro romance castellano ha heredado del latín, así como de boca a boca, es la palabra "seminario". Seminario quiere decir "semillero". Antes que por su acepción académica y universitaria, el seminario resuena en los oídos de todos como institución eclesiástica. Desde el Concilio de Trento es allí donde se forman los que aspiran a engrosar la grey del clero secular, grey al cuidado de otra, mucho más numerosa y dispar, que componemos todos por haber nacido antes y después de gemir bajo la lluvia bautismal.
Todos nacimos una vez, la primera, y hemos vuelto a nacer, después, otras muchas veces. En los seminarios germina la semilla de unos hombres cuya misión será ayudar a nacer a otros, desde el umbral que abre el bautismo hasta el que cierra para siempre la celebración de la esperanza en las exequias fúnebres. En la vida, todo es empezar pero, para empezar, aun para empezar lo último que hagamos, necesitamos unos de otros. Nadie nace por sí mismo, ni siquiera el que a sí mismo cree haberse hecho.
El día del seminario es la fiesta de San José, un oasis en el desierto de la cuaresma. De este santo sabemos muy poco pero nos parece suficiente. No creo que haya quien no le deba mucho en la vida a alguien del que no habla casi nunca porque va con él a todas partes, como la sombra va con la luz. Si de algo hablamos menos es, tal vez, porque no sabemos qué decir para que no nos sepa a poco. "Hay que decir..." o, también, "hay que recordar" esto o aquello parece la consigna de tantos iniciadores al arte de convencer porque la oratoria ha vuelto a interesar a quienes convocan cada domingo a más personas que los políticos en campaña electoral.
Hay que decir las cosas para que las entienda la gente, sin duda. Pero, ¿de qué servirá entenderlas si no interesan ni la mitad que todo aquello de lo que estamos dispuestos a discutir con el sursuncorda? Más que a oradores sagrados me gustaría a mí ver a la gente hablar de lo que ha oído en la iglesia como si lo hubiera visto en la televisión.
Competir hoy con la oratoria de la imagen audiovisual y el mensaje informativo de fácil recepción y asimilación superflua, ¿es, ni siquiera, necesario? A mí me parece que no.
Ahí sigue en alto San José, sobre su isla de silencio y de frescor en el desierto cuaresmal, sin predicar en vida ni ser predicado hasta muchos siglos después de muerto. No recordaba Santa Teresa gracia que, pedida, no se la hubiera concedido. San José es el santo patrón de los que no tienen otro mejor y propio. Por eso lo es de quienes, en el seminario y más allá de él, saben ser semilla antes de brotar y lucir con palabras y vestiduras sagradas.
