"¿Quién no prometió bajarle una estrella a su amor?" Que no nos maten la utopía de perseguir una estrella

La estrella de Belén
La estrella de Belén

"Si la supuesta Estrella de Belén fue portadora –para muchísimos- de la mejor noticia que haya recibido la humanidad, ¿por qué no se pueda alentar la esperanza de que esta conjunción Júpiter - Saturno anuncie días mejores para el mundo?"

"Sólo personas dispuestas a sobrepasar los límites de la vida simple y monótona de cada día son capaces de lanzarse tras supremos ideales asumiendo grandes riesgos o afrontando lo desconocido"

Es noticia: vuelve la posible Estrella de Belén después de 800 años. Está a la vista en los atardeceres de buena parte del mundo; por los cielos del hemisferio norte en estos mismos días hasta Navidad, y con intensidad excepcional sobre el hemisferio sureño la noche del 21 de diciembre. Se agrega que esto no sucedía de igual forma desde el año 1226, aunque ocurre con menor brillo cada 20 años.

Se explica que el fenómeno consiste en una rara conjunción de Júpiter y Saturno, dos gigantes de nuestro sistema solar, que no han estado tan cercanos desde 800 años ni lo estarán de nuevo hasta 2080 y 2400.

La noticia no ha dejado de provocar variadas reacciones. De tierna emoción para creyentes en el nacimiento de Jesús en Belén de Judá y su adoración por unos misteriosos personajes que, orientados por la que asumieron como la estrella anunciadora de un rey eminente, viajaron por los caminos de entonces desde tierras lejanas para adorarlo.

Cómo no sentirse positivamente tocado por un hecho tan novedoso, por muy natural que sea, mientras está culminando un año en que el dolor, la muerte y un sinnúmero de situaciones negativas se han abatido sobre el mundo entero en manos del coronavirus, provocando temor, previsiones oscuras y hasta anuncios de un colapso mundial de proporciones inéditas para un futuro incierto pero inminente.

Jupiter y Saturno
Jupiter y Saturno

Si la supuesta Estrella de Belén fue portadora –para muchísimos- de la mejor noticia que haya recibido la humanidad, ¿por qué no se pueda alentar la esperanza de que esta conjunción Júpiter - Saturno anuncie días mejores para el mundo? Que lo digan al menos los astrólogos, esos escrutadores de los cielos infinitos que sostienen a pies juntillas que la situación y movimientos de los cuerpos astrales tienen incidencia directa en las vidas personales y el devenir de la humanidad. Lo que habría dado pie al largo viaje de aquellos personajes que evangelios apócrifos nominan como Melchor, Gaspar y Baltasar. Una larga tradición los ha considerado reyes, aunque el evangelista Mateo, 2,1-2, los llama sólo “unos magos de Oriente” que llegaron a Jerusalén preguntando por el rey de los judíos, de quien habían visto su estrella en Oriente y venían a adorarlo.

¿Hubo reyes, o magos, o qué?

Un hermoso villancico español corta por lo sano: “no sé si eran reyes, no sé si eran tres; lo más importante es que fueron a Belén”. Quienes enfatizan lo de “magos” explican que no se trata de hechiceros o adivinos, sino del reconocimiento de su experticia en la interpretación de los fenómenos astrales.

Pero no faltan aguafiestas para quienes ni hubo estrella especial, ni cántico angélico de Gloria, ni hubo reyes o magos, ni natalicio en Belén de un primogénito de María Virgen. Sólo ocurrió el parto, en Nazareth o lugar desconocido, de un hombre como nosotros, aunque de los más admirables en la historia, nacido en un día y forma como cualquiera, de una mujer tan respetable como todas que tuvo además otros hijos.

Los Magos y la estrella de Belén
Los Magos y la estrella de Belén

Hacer apologética en favor de la creencia cristiana de tantos siglos escapa de estas líneas. Pero el “estado de la cuestión” permite recordar a un eminente profesor claretiano de teología moral, el P. Eloy Riaño, quien, previo a exponer las posiciones sobre un asunto de gran controversia, alzaba con solemnidad la voz, y lentamente anticipaba: “¡unos dicen que sí, otros dicen que no!”.

Si así sucede con quienes creen o no en los sucesos antedichos, hay al menos antecedentes históricos sobre hechos que ocurrieron con una “gran luz” como la profetizada por Isaías 9,1-5, la que alumbraría a quienes caminan en tinieblas, porque “un niño se nos ha dado”, que lleva sobre su hombro el distintivo de rey y es príncipe de la paz.

El reconocido astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630) descubrió la conjunción o gran cercanía de Júpiter y Saturno ocurrida tres veces en el año 7 antes de Cristo. Al lucir juntos como una sola gran luz, pudieron ser la Estrella de Belén; y la triple ocurrencia pudo determinar tres etapas durante el viaje de los sabios de Oriente, lo que explicaría que por un tiempo pareciera ocultárseles. Tal proposición casi le costó a Kepler el anatema de hereje, que de acuerdo a esos tiempos pudo significarle consecuencias horribles.

Pero también hoy, entre otros el investigador Grant Mathews, profesor de astrofísica teórica y cosmología en la Universidad de Notre Dame, USA, sostiene que hacia el año 6 antes de Cristo ocurrió un alineamiento planetario muy extraño, cuando el Sol, la Luna, Júpiter y Saturno se hallaban en la constelación de Aries. Esto, para los astrólogos de la época, significaba el nacimiento de un líder con un destino excepcional. Saturno y Aries eran símbolo de vida.

Cometa Halley

Para otros oteadores asiduos de los cielos, la guía de los emisarios de Oriente pudo ser más bien el ya mítico Halley, cometa que, según astrónomos norteamericanos, en uno de sus viajes seculares por el cosmos brilló intensamente sobre los cielos de Mesopotamia hacia el año 11 AC.

Conviene tener en cuenta que la fecha de nacimiento del hombre -Hijo de Dios para los cristianos- que remarcaría con ello la historia, fue mal calculada en su oportunidad. El monje, teólogo y astrónomo Dionisio el Exiguo, en el año 533, calculó el comienzo de la era cristiana y lo situó en el 753 de la fundación de Roma. Pero el dato resultó atrasado en 4 a 11 años. Por tanto, estamos a lo menos en el año 2024 o hasta el 2031 en vez del 2020 desde la Navidad. Ello abre sugestivas probabilidades de que alguno de los fenómenos celestes ocurridos en el lapso anterior a nuestro calendario oficial haya podido originar el periplo de los entrañables personajes de Oriente, figuras esenciales de las navidades cristianas.

Otro de aquellos sucesos extraordinarios, se dice también, pudo ser una Nova o desintegración cósmica enorme. Viejos apuntes chinos y coreanos anotan una de ellas, de gran magnitud, ocurrida, según la antigua dinastía Han, entre el 10 de marzo y el 7 de abril del actual año 5 AC, que pudo talvez ser el año 1 si Dionisio hubiera calculado mejor. Una superestrella lució así en el firmamento por unos 70 días. Téngase en cuenta que la fijación de la Navidad en 25 de diciembre es muy posterior a ello.

¿Pudo tratarse de simples sucesos naturales, o alguno tuvo en verdad relación con el nacimiento de Cristo y los portentos que se le atribuyen? “¡Unos dicen que sí, otros dicen que no!”.

Estrella de belén

De esperanzas y utopías

Sea como fuere, ¿por qué impedir de modo pedestre que a un hecho de tan rara ocurrencia como la supuesta gran estrella de estas noches nuestras y en este diciembre, se le quiera atribuir una nota de esperanza al término de un año tan trágico para la humanidad entera?

Quienes hoy niegan la existencia de una estrella excepcional que haya impulsado a unos personajes notables a emprender, sin perder la esperanza, un largo viaje en busca de una finalidad superlativa hasta haberla alcanzado, echan incluso por tierra el significado alegórico de tan entrañable historia como la persecución tenaz de una gran utopía.

¿Quién no prometió bajarle una estrella a su amor, abrazados ambos bajo un cielo esplendente de primavera? Difícil promesa, por cierto. Por algo los pusilánimes se acobardan ante un problema que tildan de “más difícil que agarrar una estrella”.

Pero hay quienes se empecinan en ello como la princesita de Rubén Darío que “vio una estrella aparecer; la princesa era traviesa y la quiso ir a coger”. Y “se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar, a cortar la blanca estrella que la hacía suspirar”. Regañada por el padre, el propio Jesús se la termina regalando.

Adoración de los Reyes Magos, de Giotto
Adoración de los Reyes Magos, de Giotto

Qué mejor alegoría sobre perseguir una utopía. Empeñarse en lograrlo favorece la ilusión de la vida y puede significar encontrarle su verdadero sentido. La gesta itinerante de los magos bien puede representar a los hombres y mujeres de buena voluntad que se empeñan, no una vez al año sino cada día, en ofrecer a otros lo mejor de sí. Testimonios de ello encontramos más que numerosos en la pandemia universal vivida a lo largo de este año, en quienes han entregado la propia salud y hasta la vida por salvar las de quienes peligraban gravemente de perder las suyas.

Sólo personas dispuestas a sobrepasar los límites de la vida simple y monótona de cada día son capaces de lanzarse tras supremos ideales asumiendo grandes riesgos o afrontando lo desconocido. Y cuando logran alcanzarlos terminan transformados en seres nuevos, como la tradición supone de los tres egregios peregrinos a Belén.

Suprema utopía la de estos míticos personajes. Porque utopía es para algunos lo imposible que ciertos ilusos creen posible alcanzar. Para otros, en cambio, es aquel ideal posible que se pone delante como hicieron los Magos, para seguir tras él aunque en eso les vaya la vida. Y para ellos sigue valiendo la pena luchar así para lograrlo.

Por eso y por mucho más, ¡que no nos maten la utopía de perseguir una estrella!

Estrella de Belén

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