La gracia del arrepentimiento El penthos

(Kandida Saratxaga).- Resulta llamativo la indiferencia, y hasta la aceptación social, que ante casos de personas que han gozado de relevancia social y se les han descubierto actuaciones delictivas, aparezcan abogados o cómplices "arrepentidos" que, "colaborando con la justicia" para negociar un tiempo menor de condena, delaten todo el entramado ante el juez. Esta utilización utilitarista y acomodaticia del noble sentimiento moral del arrepentimiento delata que nos estamos conformando socialmente con un mínimo ético moral, muy alejado de la excelencia que hace humano al hombre.

Los Padres del desierto, y toda la tradición monástica con ellos, creían firmemente en el valor de la penitencia y en el rápido efecto saludable del arrepentimiento. Penthos es el término con el que significaban el dolor, el luto, la pena, y que derivaban evidentemente de Mt. 5,4: Felices los afligidos, porque ellos serán consolados. Por eso, aunque es etimológicamente diversa, la compunción, el arrepentimiento, acaba prácticamente siendo sinónimo de penthos.

Hoy, entre nosotros, el dolor, la pena, el luto que provocan la tristeza del alma suelen estar provocados por motivos externos a nosotros mismos: el perjuicio de nuestra economía, la solicitud por la familia, la precariedad del empleo, la lucha por una promoción en el trabajo, la preocupación por la casa, la pérdida de seres queridos, o por cosas similares. Sentimientos todos que por ser exteriores no están aparejados al arrepentimiento y por eso los despachamos fácilmente con el diagnostico de frustración, depresión, falta de autoestima o una mala racha.

Las motivaciones del penthos, por el contrario, son interiores y están aparejadas a la conciencia. El penthos es la tristeza provocada por la conciencia que busca la conversión de lo que nos disgusta y el amor empeñativo a nosotros mismos, a los otros y a Dios. El penthos es una apuesta por nuestra capacidad de conversión, de mejora; una apuesta por el bien del otro; y una apuesta por la paciencia y el amor de Dios. Y según los Padres su consecuencia es el don de lágrimas. Llorar porque hemos fallado a lo mejor de nosotros mismo; llorar por la pérdida del bien del otro; llorar por la bondad de Dios que siempre está a la espera de nuestra vuelta, es una bienaventuranza, una gracia de Dios, que tiene la promesa de la consolación (Cfr. Mt. 5,4).

Según Juan Crisóstomo una sola lágrima apaga una hoguera de culpas. Por ello aquellos que lloran gozarán de una verdadera paz, hasta el punto que la pena equivaldrá a la consolación. Así San Atanasio nos dirá en la Vida de Antonio que lloraba todos los días sobre sí mismo... pero por ello su rostro tenia una gracia radiante.. no se turbaba jamás, hasta tal punto estaba su alma pacificada. Y San Efrén: un rostro bañado por las lágrimas es una belleza imperturbable.

Esta gracia del arrepentimiento se sirve a menudo de sucesos externos, de calamidades, de castigos o reprimendas, para que observemos la dureza de nuestro corazón humano. Por eso, el inicio del penthos es el conocimiento de nosotros mismos y el examen de conciencia es el medio más eficaz para incitarle y mantenerlo.

Una existencia sin penthos, sin arrepentimiento, ni dolor y duelo, puede parecer idílica y deseable, pero nos aboca a la ligereza y a la irresponsabilidad, al "es su problema". Y su fruto no es un rostro pacificado, sino el rostro del caradura y la inexpresividad del sinvergüenza.

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