Amor, sexo y educación... ¿política? ©

He oído que, de todos los países occidentales, es en España donde más pornografía se emite por sus emisoras de televisión, incluida la estatal. ¿Será verdad? No lo he confrontado pero no me cuesta creerlo. Esta noticia me provoca ciertas reflexiones que, probablemente, coincidan con el criterio de muchos de mis lectores.


Humanismo o progresismo, lo mismo da que da lo mismo.

Reconozcámoslo, el Humanismo ha dado un gran impulso al Progresismo. O quizás, al revés, éste a aquél. No estoy seguro cuál fue el huevo y cuál la gallina. Pero el humanismo es una filosofía tan vieja que por razón de honradez nadie debiera atreverse a proponerla de nuevo.

Se empezó a extender en España a través de dos poderosas vías: la primera, los curas modernistas rebeldes al entredicho de San Pío X, y, la otra, por el Partido Progresista, el que fundó el masón Salustiano Olózaga. Su objeto, tan viejo como la Biblia, es hacernos creer que las criaturas somos autónomas del Creador: libres de todo deber de conocimiento, de buscar la verdad o de inventarla y, en esta idiotez, llamarnos librepensadores, sin aceptar más moral que la que paradójicamente nos imponen nuestros árbitros sociales y políticos.

Donde más se subraya este nuestro nuevo progreso es en el entendimiento del amor, con sus derivados de los cinco sexos - ¿o son siete? - y sus consiguientes enfermedades psíquicas. Gracias al humanismo que nos eleva al trono de todas las libertades el amor se ha pasado a la expresión más procaz y dislocada. Hoy puedes pasear por la explanada del Alcázar de Segovia y encontrar una pareja de desvergonzados, perdón, desinhibidos, ajenos al paso de turistas; o al buscar solarium en la playa, tropezarte con toallas habitadas; o en una calle de la antes limpia San Sebastián. Incluso entre los mojones de un camino de montaña.

El amor como milagro

“Es que el amor ha dejado de ser pecado...”, nos espetan irónicos los que quieren significar que dejó de ser lo más sagrado de nuestra condición. Ahí se delatan. Pues claro que sí, sagrado, porque es lo más cercano a Dios. «Dios es amor”, definió San Juan. Y es el amor y no la fisiología reproductiva lo que nos hace humanos.

Además de todo esto, la realidad práctica nos enseña que, sin amor, el sexo sirve de muy poco. Por su invencible inferioridad de caducidad a fecha fija. Mientras que el amor dura toda la vida y se agiganta y crece sin pausa. Hasta el infinito y más allá, partiendo de la renuncia al esclavizante amor de buscarnos a nosotros mismos para volcarnos en aquella otra vida y persona que es, como Dios así lo quiso, “hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne”.

Aun de pasada, detengámonos de entre todas las clases y especies de amor en el enamoramiento. Ese misterio y goce sin par, a la vez que regalo del Creador como energía que mueve montañas. Grande, poderosa e irresistible para conservación, desarrollo y elevación de nuestra especie. Objetivos que le son de derecho y que señalan en su renuncia otra energía: la singularidad del amor místico en cuya elección, si la llamada se da, se alumbra toda una vida.

El sexo como instrumento destructor

En la historia de todas las civilizaciones desinhibir el sexo y explotarlo ha sido el arma más eficaz para sus decadencias. ¿Iba a desperdiciarse en los planes del Nuevo Régimen? Me viene a la memoria una anécdota muy ilustrativa de la estrategia educativa revolucionaria. Me contaba mi abuela, que hoy tendría 156 años, que en los primeros años de la Segunda República ciertas señoritas del PSOE se manifestaron un día en favor de la enseñanza libre. Es lo que gritaban: "¡Libertad de enseñanza!" Pero bajando por la calle de Carretas a la Puerta del Sol levantándose las faldas hasta los hombros para enseñar su sexo.

Gracias a las libertades de diseño a que nos obliga, queramos o no, la fuerza de los mass media, hemos aprendido mucho respecto a hacer el amor, verbo que ayer significaba “pelar la pava” pero que ahora es... “erotismo”. Que es que no teníamos ni idea, hombre. ¡Éramos tan atrasados! El exponente de los beneficios del sistema se demuestra en que la TV nos puso a una experta señorita, cuyo nombre no sé, a enseñarnos las virtudes salutíferas de la lujuria, a más de algunas técnicas de bestialismo y casquería orgásmicos. (Me estoy refiriendo al segundo programa y no al inicial de Chicho Ibáñez y Elena Ochoa.) Bastaba un zapping de dos minutos para dejarnos "esputrefactos" y con la boca abierta. No tenía desperdicio. Era como una ducha de mierda que nos ilustraba en las artes sexuales hasta hacer infantil el Kamasutra, libro fetiche de una de esas culturas tan respetadas por los misioneros de la Iglesia Conciliar.

Quizás por eso no se oyó a la Conferencia Episcopal, ni en pastorales ni en homilías ni en reportajes, criticar con fuerza y argumentos "humanistas" la degeneración diseñada en esos programas. Sólo una vez, en un pueblo de la Alcarria, Huete, oí a un párroco la recomendación de estar vigilantes para cambiar de canal la televisión. Le felicité y le pregunté si sus avisos se correspondían con orientaciones de los obispos y me dijo: “Sólo es cosa de éste, el de aquí”.

El club de los reprimidos

No dude nadie del gran adelanto que es para un Gobierno
sin Dios echarle así también de las relaciones amorosas. Es decir, de lo más identificable con el alma. Pregonan que a partir de tal adelanto ya no habrá reprimidos. Lo que antiguamente - "ignorantes analfabetos" - llamábamos educación cuando se nos enseñaba a dominar instintos y a conocer que los pecados capitales no son lacra de ricos adinerados sino que se llaman así por ser cabeza de todos los vicios de nuestra herida condición.

Justo por eso se engrandece la educación que canaliza las fuerzas diversas de nuestro ser natural. Como se hace con los jardines, que si no los podáramos ni limpiáramos ni fumigáramos serían selva de gusarapos, rosales raquíticos, árboles enfermos. ¿Quién dijo reprimidos...? Sin duda los que se sienten reprimidos: no roban porque si les descubren...; no asaltan mujeres inocentes, porque si les descubren... (Y un etcétera que el lector puede rellenar.) Pero lo específico del hombre no es retraerse de hacer el mal porque sea punible sino porque es algo que ni se le ocurre; y no exactamente porque no sepa hacerlo. La educación no nos reprime sino que nos hace dueños de nosotros mismos; sólo reprime al delincuente, al ladrón, al inmoral, al licencioso. Esos sí que son "unos reprimidos".


La ventaja de llamar sexo a lo que antes era amor es admitir una práctica corporal que pueda entenderse lo mismo referida a amantes ‘homo’ como entre los ‘hetero’, o si con un caimán, o con una muñeca hinchable. “Masturbación asistida” lo llaman los teólogos de la progrez.

Como dice el poeta, nada como sentir amor para creer en Dios. Por eso, desde la más remota antigüedad pusimos nuestra relaciones amorosas hombre-mujer, y familia consiguiente, bajo el patrocinio del cielo. Milenios después, tenida la religión como opio del pueblo, en la extinta URSS las novias ofrecían sus flores en la tumba de Lenin. Qué bonito, mire usted. Puede que pronto las novias españolas le disputen la diosa Cibeles al Real Madrid. ¡Jamás lo consientan los hijos de Bernabeu! ¡Ah, el humanismo! Qué raros ejemplos de sublimación nos ofrece. ¡Y que esta filosofía, tan amada por aquel maestro de papas, el señor Jacques Maritain, impregne todavía la Nueva evangelización!

Son las cosas que se derivan de tan bufa filosofía aceptada, como el no va más, por los teólogos de la Nueva Ola y sus obispos. Sí, "sus", porque son obispos que subordinan su Magisterio al millón de teorías posibles para aquéllos a los que nunca hubiéramos imaginado con tanto poder... si no se lo hubieran permitido papas de débil afición al Espíritu Santo.

Una ventaja del humanismo es aceptar el erotismo como libertad social. Que la esposa, o el esposo, debe entender – no ya perdonar, que supone arrogancia - que la traición “sólo fue por sexo”. Y tan contentos. Como en la Mafia, “fue por negocio”. En los institutos se promociona la homosexualidad de ambos géneros aconsejando, además, a chicos y chicas que tales inclinaciones no se confíen a los padres. En 2007, algunos colegios de ciertas comunidades autónomas iniciaban a los púberes en el arte de masturbarse. ¡Qué deuda con nuestros obispos que en la Transición democrática aceptaron pasivos el cauce político que trajo estos avances!

¿Que nuestros ingenuos pastores no podían prever estas cosas...?

No es verdad. Casi diría que estaban programados para el dejar hacer y el dejar pasar. Tenían mucha fuerza y se dejaron llevar del vivir con los menos problemas posibles. Además desde 15 años antes ya se había preparado cuidadosamente esta situación de deslealtad. ¿Cómo, si no, explicarlo? Pudieron montar protestas populares, sin duda incoar demandas ante la Administración contra los ayuntamientos, contra la TVE, ante el Ministerio de Educación, o el de Información, o ante la Comunidad correspondiente... Tenían emisoras de radio, todavía algún periódico, miles de púlpitos dominicales... Habrían estado en su papel, en su deber. Pero prefirieron nadar y guardar la ropa “que no vamos ahora a significarnos como ultraderecha...”

Es muy cierto que no es el signo de los tiempos lo que corrompe una sociedad

sino la indefensión del Bien frente a los ataques del Mal. A Juan XXIII, el Papa Bueno para los malos, el rosacruz de las logias parisinas, toca el dudoso honor de la traición, puñalada por la espalda la llamó Franco, por instruir a sus nuncios que en España no se admitiera candidatura de obispo, canciller, canónigo, párroco de importancia, superior, etc.... a nadie que contase con familiares o simpatías en el bando ganador de la Guerra. Esa guerra encarada y sufrida por nuestros padres justo para proteger a la Iglesia y la fe católicas.

Es patente, evidente y, por tanto, indiscutible que la instrucción del Papa Bueno fue siembra eficaz para pervertir lo excelente y vestir de excelencia lo perverso.

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