¿Por qué el Maestro come con pecadores?

Jesús oyó este reproche, y respondió que son los enfermos quienes necesitan de médico (Mt 9, 9-13). Escribo sobre el Evangelio de hoy jueves, día 4, cuyos protagonistas para Jesús son pecadores y publicanos, es decir, los judíos que se dedicaban a cobrar los tributos romanos extorsionando al máximo para llevarse, ellos también, un generoso plus por los servicios prestados como recaudadores para Roma, a costa de empobrecer a su pueblo. Esta es la razón por la que los publicanos como Mateo fueran odiados por sus convecinos.

Reconozco que este pasaje me impactanductas sobremanera; veo en nuestra Iglesia la tendencia a rechazar a los “enfermos” criticándoles a ellos más que a sus conductas; es decir, incumpliendo el mensaje de Jesús (no juzgar) mientras actuamos como aquel fariseo en el templo, que daba gracias a Dios por no ser como “ese publicano” del fondo… pero cuya humildad le sanó mientras el fariseo salió más “enfermo” de lo que había entrado.  

Si hacemos caso a san Ignacio de Loyola, en el sentido de leer los textos del Evangelio con mentalidad actual, adecuando los relatos a nuestro escenario vital, el pasaje de Mateo cuestiona la raíz misma de nuestra misión evangelizadora. No aceptamos a quienes no se comportan conforme a nuestros cánones religiosos de conducta cristiana. Olvidamos lo esencial: si Jesús hubiese seguido a rajatabla la Ley establecida, no se hubiera acercado nunca a la samaritana, a la hemorroísa, a los diez leprosos… por supuesto que tampoco a los recaudadores publicanos, y mucho menos para comer con ellos, con lo que este signo de compartir la mesa suponía en aquella sociedad judía.

Nos gusta compartir con los afines, con “los nuestros”. ¿Pero si amamos solo a quienes nos aman, qué mérito tenemos? ¿Qué clase de evangelización es ésta? Jesús transgredió la norma por amor, para dar su Ser a quienes lo necesitaban; no pocos le acogieron y sanaron. El pasaje finaliza con Jesús pidiendo a sus criticadores hipócritas: “Misericordia quiero, y no sacrificios”. Pocos textos nos dicen tanto en menos líneas. Entre otras cosas, Jesús nos da una clave del vaciamiento de nuestros templos, por nuestra incongruencia, porque no somos Buena Noticia para tantos enfermos en busca de médico… Id y evangelizad, nos dice el Maestro; misericordia y acogida como principal esfuerzo o sacrificio. 

Por los hechos nos reconocerán… ¿De qué sirve tantos desvelos en los ritos litúrgicos y en el cumplimiento de las normas, si lo principal en torno al amor de verdad ha pasado a ser algo secundario? No somos Buena Noticia porque sus destinatarios -los “enfermos”- no nos ven cristianos de verdad, seguidores como buenos médicos acogedores y que muestran el verdadero rostro compasivo del Padre. Nos falta eso, compasión, comprensión y misericordia. Quizá resulta fácil pensar que, si nos comportamos así, sería estupendo ser “mala persona” porque, en el fondo, preferimos castigar en lugar de aplicarnos en la fórmula cristiana, de Cristo, de escuchar sin juzgar, perdonando siempre, acogiendo con una actitud diferente que no impone.

No somos facilitadores que acercamos a otros a su Mensaje, vivimos en permanente incongruencia evangélica, que significa muchas veces escandalizar, espantar a lo que representamos el laicado, los curas y obispos a partes iguales.

Invito a releer de nuevo este pasaje mateano a la luz de nuestras actitudes diarias, y quizá entendamos mejor el porqué nuestras eucaristías son tan pobres, tantas veces una suma de unidades en lugar de una verdadera comunidad celebrativa. Nos desangramos en nuestro pobre impacto social porque muchas de las razones están dentro de la Iglesia, no fuera. Hace falta autocrítica constructiva y mayores dosis de humildad y de compromiso. De lo contrario, la sociología religiosa que se encontró Jesús (cumplimiento, cumplo y miento) se mantendrá entre nosotros, con el amor verdadero de invitado de piedra. 

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