Penitencia

La Semana Santa avanza y entramos ya en el Triduo Pascual que culminará en la Pascua de Resurrección. Los cuarenta días de la Cuaresma se han cerrado en el epicentro de la fe cristiana. La palabra penitencia ha resonado con fuerza, pero no sé si el significado que le damos los católicos es el mismo siempre y, sobre todo, si es el acertado.

Charlando de este tema con dos buenos amigos con los que es agradable conversar sobre cuestiones religiosas y experiencias de fe, me ha dado pie a compartir las últimas en esta reflexión. Creo que está muy extendido el concepto “penitencia” como la pena o sacrificio que debemos hacer para la expiación de nuestros pecados. Sacramento de la penitencia, el sacerdote nos impone la penitencia, las penitencias en Semana Santa como sinónimo de privaciones que ayudan a un recogimiento “sintiendo” la Pasión de Jesús de Nazaret... Sin embargo, penitencia tiene que ver con otras cuestiones.

El palabro viene del latín paenitentia, que significa arrepentimiento, disgusto (por el daño causado) como sinónimo de conversión. Penitente es un sinónimo de converso, de alguien que quiere cambiar su actitud con hechos para acercarse al amor de Dios. La etimología fue derivando con el uso hasta llegar a escribirse como poenitere, que viene del latín y significa pena, algo bien diferente al de conversión. Así las cosas, haciendo sacrificios, algunos creen que hacen penitencia, cuando en realidad, la verdadera penitencia solo ocurre cuando se da una actitud de conversión, de cambio en las actitudes. Y para eso existe el tiempo fuerte de Cuaresma, para ayudarnos en el proceso difícil de conversión en nuestras actitudes.

Cuando llega la madrugada del Sábado Santo, el verdadero penitente debe llenarse de alegría, la liturgia y los amantes de las procesiones deberían expresar una explosión de alegría. No entiendo esos capirotes tristes con música militar triste o silencios ominosos en esta hora pascual de la resurrección

La amena conversación derivó si lo esencial del sacramento del perdón es la conversión (penitencia) o el perdón regalado del Padre. Es un buen momento litúrgico y además en el Año de la Misericordia para reflexionar sobre el regalo del perdón gratuito del Padre que quiere nuestra conversión por la alegría y la liberación que nos causa. Y aunque estemos ya a las puertas del gran Paso del Señor, de la Pascua de Resurrección, todo el año es tiempo propicio de conversión, tiempo de gracia para el que quiera convertirse y ser verdadero penitente. En realidad, lo cierto es que toda la existencia es un camino propicio para nuestra penitencia.
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