Relatos de la infancia: las fuertes parábolas de Mateo y Lucas



La lectura de los evangelios, en los relatos de la natividad, va más allá de lo que pensamos. Luego de visitar Belén e independientemente de la localización del nacimiento, creo que la historicidad de los textos se queda corta ante la realidad del hecho acontecido: lo "real" es más importante que lo "histórico". La realidad de que el Dios de la Vida se explicite en la historia es lo esencial: el Todo se ha hecho fragmento (H. U. Von Balthasar), el ilimitado ha asumido una condición de limitación al encarnarse.

Los relatos de Mateo (1-2) y Lucas (1-2) intentan comunicar algo que va más allá de la simple narración histórica. No se quedan en ella pues no es esa la pretensión. Son ouvertures para la narración de la vida pública de Jesús, para exponer su compromiso con el Reino desde un motivo parabólico. ¿Una parábola es falsa? ¿Los relatos son mentira? No, aunque no sean "históricos" las parábolas no comunican mentiras pues su intensión no era la "historicidad" sino la "realidad" del mensaje: Jesús es un "nuevo Moisés" para Mateo y un "verdadero Señor" para Lucas.

El "nuevo Moisés" de Mateo

La intensión principal del evangelista Mateo al iniciar su evangelio con tres series de catorce generaciones –número no exacto pues el hagiógrafo se excede– es la de explicar que Jesús es un verdadero judío pues procede de Abraham a través de la dinastía real de Israel, es decir, es descendiente de David. A razón de esto último se comprende a Jesús como Mesías: plenitud de la Historia de la Salvación. Hablamos de una soteriología pletórica pues las cuatro mujeres fundadoras de estirpe (vv. 3. 5. 6) no son judías, son extranjeras. Cosa que no debe extrañarnos, pues el giro salvífico a los paganos en el evangelio de Mateo es un tema clave.

Pero, ¿cuál es la idea teológica que mueve al evangelista a escribir una serie de nombres casi como prólogo? Tal vez, estamos frente a una idea fundamental en la fe cristiana: Jesús es una figura humana, encarnada en la historia, por esto la trasciende en su divinidad. El icono que representa el primer evangelista es un ser humano ya que, como dice San Ireneo de Lyon, Jesús “sigue siendo… el hombre afable y humilde.”

La natividad, tal y como es narrada en el primer evangelio, nos recuerda algunos puntos clave: José como ejemplo de justicia y humildad, Jesús como Señor, pues nace del Espíritu, y como profundamente cercano a nosotros por su humanidad. Profundicemos de forma global: ¿qué significa celebrar el nacimiento de Jesús? Significa dejar que Dios actúe en nosotros por medio de su Hijo, llamado claramente Jesús, es decir, “YHWH salva”, “YHWH ayuda”, la presencia cercanísima de Dios entre nosotros.

La Navidad va de la venida al presente del Señor que vino hace mucho al pasado: Jesús está presente en la historia humana siempre, cada Navidad tomamos conciencia de ello. Es claro que la función sacramental de la Navidad es traer el pasado al presente, pero no sólo de forma idílica sino con todo lo que esto implica: transformación y cambio de vida. Cambio no es sólo contrición, se trata de ir más allá de la mentalidad que tenemos, una mentalidad exclusivista y centrada en el consumo, se trata de transformar la estructura social excluyente y dejar que Cristo nazca de nuevo en nuestro mundo violento para que, a través de nuestras obras, el Reino de Dios se haga cada día más explícito.

Después del nacimiento de Jesús, se presentan unos “magos”. El término griego empleado por el evangelista hace alusión a un sacerdote o astrólogo de las regiones orientales como Persia o Mesopotamia (R. E. Brown). En ningún momento se afirma que son “reyes” o cuántos eran, simplemente se sabe que son extranjeros, por eso preguntan por “el rey de los judíos”. A pesar de que la tradición judeocristiana condene enérgicamente la magia como elemento idolátrico, aquí se quiere destacar la piedad destinada a postrarse ante Jesús. Una estrella les guía, tal vez un signo de la divinidad ya que en la Biblia todos los astros por ubicarse en el cielo participan de la grandeza de Dios; el símbolo presente aquí es la luz que ilumina el sendero hacia el encuentro con el Dios de todos.

Toda esta situación genera polémica en Herodes “y toda Jerusalén con él” ya que el poder dominante busca resguardarse ante cualquier amenaza: el rey humilde recién nacido pone a temblar al tirano cruel que impone su “justicia” por medio de la violencia, al igual como sucedería en la crucifixión de Jesús.

Al llegar a Belén, los magos encuentran en la casa al niño y a su madre e inmediatamente le “adoran”; en griego, el verbo designa la postración rostro en tierra ante la divinidad, la misma actitud que los discípulos evidenciarán ante Jesús resucitado (cf. Mt 28,17). Luego le ofrecen regalos: oro, el metal precioso más importante que, según la interpretación tradicional es signo de la realeza; incienso, signo de la divinidad por su utilización cultual; y mirra, signo de su humanidad por el empleo de este ungüento en los cadáveres. Todos los obsequios son muy costosos, traídos de regiones lejanas para “el rey de los judíos”, una expresión abierta pues no habla del "rey de Israel".

La jugarreta de Herodes, el disfraz de falsedad, engaña a los magos de primera entrada. Pero la acción directa de Dios en un sueño hace que su plan de muerte quede truncado. La fe de los magos en la auténtica Palabra de Dios fue el elemento salvífico y liberador de la falaz estructura del pecado. Con los signos del relato podemos decir que Jesús es la luz (estrella) que brilla en las tinieblas y que supera a "los Herodes" de este mundo que tratan de apagarla.


El "verdadero Señor" de Lucas

La narración lucana del nacimiento de Jesús es un tanto menos lacónica que la mateana, tal vez por el afán historiográfico del hagiógrafo. Ya desde los primeros dos versículos se nos trata de ubicar con el famoso censo de Quirino, que no tiene mucho valor histórico, sino que sirve de marco referencial para el nacimiento de Jesús: José, presentado siempre como padre responsable, se dirige a empadronarse a la ciudad de Belén. El nacimiento de Jesús se da en una situación un tanto atropellada, pero lo curioso aquí es que el emperador Octavio-Augusto, el personaje más poderoso del mundo conocido, sirva al plan de Dios convocando un censo que provoca el traslado de María y José al sur de Judea donde nacerá Jesús, el Salvador de todas las personas que se empadronan.

El nacimiento de Jesús, el hecho de que le envolvieran en pañales y su colocación en un pesebre no evocan una pobreza extrema como siempre hemos interpretado, sino una situación peculiar debido a las circunstancias del censo: los pañales son signo de un esmerado cuido (cf. Sab 7,4-5) y el pesebre del sustento divino. ¿Por qué estas imágenes y no otras? Al leer Is 1,3 podemos comprender qué tenía Lucas en mente: “El buey conoce a su amo; y es asno conoce el pesebre de su señor; pero Israel no me conoce, mi pueblo no recapacita sobre mí.” Y si seguimos adentrándonos en el evangelio, podemos enlazar éste con el citado texto de Isaías pues los primeros que vienen a ver al niño en el pesebre son los pastores que, al encontrase este gran suceso, comienzan a alabar a Dios, es decir, el pueblo de Dios ha comenzado a conocer el pesebre de su Señor.

En la anunciación angélica se desborda la alegría. La luz del nacimiento cubre toda la región, una luz que opaca las fuerzas de aquéllos que se quieren comparar con Dios. La crítica aquí es bastante fuerte: los ángeles anuncian que quien ha nacido es Cristo, el Señor, el Salvador, aquél que con la gloria de Dios trae paz a la tierra. Para la época de la redacción de los evangelios y las décadas previas, el emperador era literalmente adorado como hijo del dios Apolo, el “Augusto” por su desempeño político se ganó los epítetos de “Señor” y “Salvador”, además de ser considerado un pacificador-“pax augusta” (G. Theissen). El evangelista intenta decirnos que ninguno de esos títulos le pertenecen al Emperador, signo de violencia y poderío, sino a Jesús que trae la salvación a los hombres haciéndose uno de nosotros (J. D. Crossan y M. J. Borg).

La luz en las tinieblas es fundamental para la liturgia judeo-cristiana y la fiesta de la Navidad no la es excepción: Jesús nace en las tinieblas más profundas, en medio de la noche en el solsticio de invierno (cercano al 25 de diciembre en el hemisferio norte). No se trata de un tiempo histórico, sino de uno simbólico: un simbolismo que transmite perfectamente la luz que emana de la Encarnación.

La narración del evangelio comienza con la inmediata reacción de los pastores después del anuncio angélico. Ellos, como auténticos discípulos de Jesús, incluso sin haberlo conocido, van con una gran confianza en lo que Dios les ha comunicado mediante sus mensajeros. Al llegar se encontraron con el icono clásico: el niño en el pesebre. Hemos dicho que el pesebre representa el cuidado cariñoso que Dios tiene para con su pueblo amado, según los relatos del Antiguo Testamento. Este encuentro esperanzador les cambia la vida: en instantes anuncian todo lo que han visto y “todos los que les oían se admiraban”, tal como lo hicieron todos los que del Bautista escucharon el mensaje de salvación (cf. 1,63).

Todos los recuerdos que María guarda en su interior, signos de la esperanza cristiana, son profundizados por la mayor discípula de Jesús, su misma madre. María aparece aquí, y en todo el resto del tercer evangelio, como una bienaventurada pues ella está entre los que “oyen la palabra de Dios y la guardan” (11,28).

Finalmente...

Y ¿entonces? ¿Si la historicidad de los relatos desfallece qué? Creo que esta no es una buena pregunta. Los evangelistas han retomado tradiciones posteriores de la comunidad con la intensión de catequizar, de mostrar que Jesús es quien plenifica la vida del cristiano comprometiéndose con la liberación de su pueblo (Mateo) y mostrándose como príncipe de paz ante la violencia tirana de Augusto-Roma. El Dios de la historia se ha hecho historia para que nosotros transformemos la historia, se ha hecho humano para que lo humano se divinice, pero esta divinización no puede ser algo ajeno a la vida sino más bien cercano a la vida: debe tornar nuestra historia en Reino de Dios.
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