Frente al horror

No es saludable acostumbrarnos al horror de la violencia. No es sano que la muerte absurda por la inseguridad, el atraco o el abuso de poder, nos deje impávidos. Lo más humano es reaccionar, tener capacidad de respuesta racional y no violenta, contra todo tipo de atropello. Es un postulado personal y colectivo de calidad de vida, de respeto a los derechos humanos fundamentales: la vida, la convivencia pacífica, la solidaridad y ayuda mutuas.

Vivir del conflicto permanente, propulsar el odio y lo que separa por encima del afecto y de lo que tenemos en común, es una barbarie que nos lleva por el despeñadero que impide la vida social en paz. Necesitamos promover una cultura que nos permita vivir en una sociedad plural, es decir, donde existen diversidad de pareceres y donde se hace más urgente aprender a ponernos de acuerdo. Pretender imponer la propia manera de pensar y vivir, creerse dueños de la verdad, imaginar que por tener poder económico o político puedo manipular a mi antojo la actuación de los otros, es caminar por el sendero torcido.

Toda intransigencia, todo fundamentalismo, todo totalitarismo, es decir, toda postura que por principio desconoce al otro, es un cáncer que sólo ayuda al caos social. “La complejidad constituye un grave problema para quien cree que es más fácil gestionar cosas simples. El fundamentalista se esfuerza por reducir artificialmente la complejidad a la búsqueda un sentido que le permita afrontar la incertidumbre. Negación del pluralismo, conciencia de minoría, creación de un enemigo, estructuración alrededor del principio del líder, construcción de una verdad absoluta, rechazo de la ambigüedad y defensa del sentido totalitario de la tradición; he aquí los rasgos básicos del fundamentalista”.

En el fanatismo no existe pensamiento ni diálogo, sino tendencia al adoctrinamiento. La simple existencia de otros puntos de vista cuestiona sus seguridades. Cuando se difumina la dimensión santa y sagrada de la realidad, se diluye también la frontera que separa el orden del desorden. Por ello, para el ciudadano común, y más para el creyente, la pluralidad, la alteridad y el diálogo se convierten en un compromiso religioso. No se puede pretender manipular lo religioso para que aparezca que la divinidad bendice y aprueba mi punto de vista. Por el contrario, la verdadera fe es la que entiende que el diálogo con Dios me lleva a crecer en aceptación de la humanidad, de la naturaleza, del entorno, porque la pregunta fundamental es la que Dios le hizo a Caín: qué has hecho de tu hermano. Esa es la medida auténtica que nos lleva a apartarnos del horror de la violencia.

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
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