Las campanas de San Antonio

Una de las más pintorescas y productivas aldeas del Municipio Sucre de Mérida, es San Antonio de Estanques. Sus laboriosos habitantes padecen del crónico abandono de las autoridades: mientras se regalan puentes y carreteras a otros países, las polvorientas vías con sus derrumbes y pasos peligrosos sólo reciben las migajas de los pocos dineros que reciben los consejos comunales. La luz falla más que en las ciudades y el campo se ve sometido a las restricciones que establecen los cupos de la nueva Agropatria.

Lo que no disminuye es la fe y las devociones de sus gentes. La hermosa iglesia, de típico estilo surmerideño, con tres naves y atrio campanario en el centro, toda de madera y bellamente conservada, es orgullo de sus feligreses. Una de las joyas que conservan con primor es un par de campanas de excelente factura italiana. Fueron fundidas en Catania, Italia, y tienen estampada la fecha: 1913. De sonido cristalino y sonoro, llaman a la oración y al encuentro.

Conversando con los lugareños, me llamó la atención su antigüedad. Fueron traídas, cuentan, a lomo de bueyes, por los estrechos senderos que comunicaban la aldea con Pueblo Nuevo. La caravana con tan preciosa carga iba presidida por el cura quien, cargado de años y dolencias, era conducido en una especie de silla gestatoria. No podía faltar a la cita pues la construcción de la iglesia había sido una iniciativa que había secundado con su entusiasmo y esperanza. ¡Cual no sería la sorpresa de aquellos campesinos al ver llegar aquel par de campanas, cada una de setenta kilos con inscripción en lengua desconocida!

Al preguntarse por la procedencia de aquellas campanas, nadie sabía dar razón. Al parecer la voluminosa carga iba dirigida a la Diócesis de Mérida para la parroquia de San Antonio. Pero, se trataba de San Antonio del Táchira, no de los otros enclaves que llevan el nombre del santo franciscano de Padua. Ni cortos ni perezosos, al ser reclamadas las campanas, por sus legítimos destinatarios, los lugareños dijeron: ¡Vengan a buscarlas! Como nadie apareció allí están desde hace casi un siglo.

Lo mejor de la historia es que un anciano del lugar quien vive actualmente en Canaguá, afirma que dichas campanas habían sido donadas por el General Juan Vicente Gómez al pueblo tachirense fronterizo, perteneciente entonces a la Diócesis de Mérida, a petición de una hermosa joven que había sido novia del General de La Mulera.

Dejamos constancia de lo recogido, a la espera de que algún benévolo lector, arroje luces sobre este relato, bien sea para corroborarlo o corregir lo que la tradición oral ha trasmitido desde hace un siglo. Lo cierto es que, de acuerdo con los feligreses, el año próximo, celebraremos por todo lo alto el centenario de las dos campanas que dan lustre y cantarino son a las celebraciones religiosas de San Antonio de Estanques.

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
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