«El valor del silencio»

Se ha escrito que "la capacidad de silencio en el hombre es el termómetro de su calidad y nobleza". Desgraciadamente, hoy va aumentando el ruido y va disminuyendo el silencio. Y el silencio es lo que más necesitamos. Por eso, estos días que para muchas personas anuncian un tiempo de vacaciones, me ha parecido oportuno dedicar unas líneas al silencio y a la reflexión.

Hoy cuesta encontrar tiempo para la reflexión. Y el período de vacaciones puede ser una buena oportunidad. Recuerdo que el papa Francisco explica que, siendo arzobispo de Buenos Aires, pasaba el tiempo de vacaciones en su residencia habitual, dedicado sobre todo a la oración y a la lectura de libros clásicos de espiritualidad.

Si queremos reflexionar, necesitamos crear silencio en nuestro propio entorno, o al menos buscar ratos y espacios para la meditación. Necesitamos intentar entrar en el silencio sin miedo. El silencio concentra nuestra vida y nos ayuda a hacerla más profunda y a vivirla con plenitud.

El silencio es necesario para encontrarnos a nosotros mismos y para descubrirnos auténticamente; nos ayuda a mirar el pasado con ecuanimidad, el presente con realismo y el futuro con esperanza. El silencio nos permite contemplar a Dios, a los hermanos y la naturaleza con unos ojos nuevos y nos ayuda a proyectarnos hacia los demás con más generosidad.

El silencio habla. Parece una contradicción, pero no lo es. Sin embargo, hay que saber escuchar el silencio, porque nos ofrece siempre un mensaje de sabiduría. En el silencio nos autodescubrimos, vemos con más claridad nuestra propia vida, lo que hacemos y lo que dejamos de hacer, la calidad de nuestra existencia y lo que Dios y el prójimo esperan de nosotros. En el silencio escuchamos nuestra conciencia.

Un escritor inglés ha dicho que "el silencio es el gran arte de la conversación". Es muy cierto, porque en la conversación es muy importante saber escuchar al otro cuando habla. Y, como es obvio, esto pide una cierta capacidad de callar y hacer silencio en nosotros. Sólo así podemos escuchar realmente al otro y dialogar con él.

Ante la soledad que fomenta nuestra civilización, a todos nos es muy necesario y provechoso un diálogo interpersonal con los otros y con Dios. Este diálogo de amistad con Dios es precisamente la oración, como enseñó santa Teresa de Jesús, cuyo quinto centenario estamos celebrando este año.Y esta es una de las cualidades del silencio, que crea un clima propicio para la oración. Para el creyente todo tiempo es oportuno para la oración, pero el tiempo de vacaciones lo es especialmente.

+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona
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