Diálogo eclesial con todos y para todos

Soy firme partidario del diálogo. Como condición humana, que facilita la vida. Y como condición espiritual, que viene exigida por el Evangelio de Jesús. Diálogo sin exclusiones ni anatemas. Diálogo desde la máxima de San Agustín: "En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad". Diálogo siempre, incluso y sobre todo con los que piensan distinto. Sin condenar. Como hoy mismo dice el Papa: "Los cristianos deben proporcionar un sólido testimonio en amistad, respeto y amor, esforzándose por no condenar al mundo, sino por ofrecerle el regalo de la salvación, mediante su palabra y su ejemplo". Sumar sin excluir, dejando crecer el trigo y la cizaña, como Cristo nos enseñó. Por eso, me alegra el diálogo del Vaticano con los lefevrianos. Pero también me gustaría que Roma dialogase con otras sensibilidades eclesiales.

El día 14, hay un nuevo encuentro en Roma de Levada con Fellay, del que pueden salir novedades o pasos decisivos en la vuelta a Roma de los seguidores de monseñor Lefebvre. Mi sensibilidad eclesial está muy alejada de los tradicionalistas, pero los respeto. Y, más aún, creo que no hacen mal a nadie celebrando en latín y por el rito de San Pío V. A estas alturas, ¿vamos a pelearnos por eso? De métodos no se discute, que decían los clásicos.

Pero me gustaría que Roma aplicase la misma vara de medir para todos. Y que dialogase a fondo (con comisión Ecclesia Dei incluida) no sólo con los tradicionalistas, sino también con los progresistas. Con ambos lados o extremos. Sin diferencias. ¿Por qué no establecer también cauces de diálogo con los más de 300 curas y miles de fieles de Austria, que piden una Iglesia inclusiva, con celibato opcional y sacerdocio femenino, entre otras cosas? ¿No quedamos, con el santo de Hipona, que en los dudoso (en lo no esencial, en lo no dogmático), libertad? ¿Por qué no dialogan ni se acercan nuestros obispos al Congreso de Teólogos Juan XXIII, que se está celebrando en Madrid? Ahí hay creyentes como la copa de un pino. Militantes cristianos entregados. Al menos tan cristianos como lso lefevrianos a los Kikos. ¡Qué testimonio de diálogo con todos daría el cardenal Rouco si, después de arropar a los Kikos en Cibeles, se acercase a la clausura del Congreso de la Juna XXIII? Ahora, triunfante, este tipo de gestos le consagrarían como cardenal de todos. Y eso sería un plus más para su carrera. Y, sobre todo, para la Iglesia española, en la que tanta falta hace el diálogo.

Tampoco es ésa la actitud que suele verse en Roma, donde a menudo pintan bastos para teólogos de la liberación o de frontera (que son los que hacen avanzar la fe), mientras se trata en palmitas a los más conservadores. Se ensalza y apoya a los movimientos neoconservadores y se margina o ningunea a los más progresistas. Un Papa, Pontifex, puente de comunión. Una Iglesia, casa del Padre donde cabemos todos.

José Manuel Vidal
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