La Iglesia tiene la fea costumbre de recomendar el voto

Es fácil imaginar en qué lugar del cielo pondrían el grito si la directiva del FC Barcelona llamara al voto independentista. Desde luego no se les ocurriría decir eso tan gracioso de la libertad de expresión ni tampoco eso más gracioso aún: que el Barça sólo habla para sus cofrades. Pero el Barça y la Iglesia deben callar porque su misión, es decir, la argamasa que une tantas voluntades diversas no es la organización de los negocios del mundo, sino la gestión de la eternidad, que es lo que significan la eucaristía y el gol.
Las opiniones políticas de la Iglesia tienen aún más peligro porque incluyen la noción del castigo: un determinado comportamiento en vida es decisivo para el disfrute de la eternidad y los votos pueden llevar recto al infierno. Ni siquiera la más sólida democracia puede aguantar tanta presión. Por lo demás, el voto, que no deja de ser una papeleta de la razón, tiene la particularidad de poder probarse. Es decir, el ciudadano siempre puede colegir si su partido cumplió o no lo que esperaba de él. Esta prueba de verificación, tan noble e indispensable, es imposible tratándose de la vida eterna; para verificar si el seguimiento de las consignas políticas de la Iglesia fue un acierto es preciso morirse. Una cacicada con diezmo difícil.
De modo que la indignación de los socialistas ante la demostrada capacidad de la Iglesia española para propasarse está justificada. Ahora bien: convendría no olvidar que se trata, sobre todo, de la indignación del cofrade. Un trato de muchos años con la humanidad socialista me autoriza a generalizar sobre la extensión de la creencia entre sus filas, donde como exceso destaca la práctica de un agnosticismo chic, útil para ganarse el cielo, por si acaso.
Basta la sencilla prueba de preguntarse por los socialistas ateos que ejercen de tales, como ejercen de socialistas católicos Blanco y Bono (cuyo caso y dado el caso casi vence mi absoluta prohibición de ponerme a jugar con los apellidos). En la indignación socialista contra la Iglesia no veo la razón atea, sino la decepción creyente. Una decepción que no recuerdo haber apreciado cuando la Iglesia se entrometió en la decisión aznarista sobre Irak. Y cuyo eco, por cierto, se refleja en el anonadante verbo que el socialismo ha elegido para su campaña, ese «creer» que lleva la política al lugar preferido por la Iglesia: el del acto (y el del auto) de fe.
(Coda: «Es más fácil creer que saber». Josep Pla.)
Arcadi Espada (El Mundo)