Unciti: "Juan Pablo II no será santo por flagelarse"

Estos hechos de crónica -¿negra?- figuran en el libro que acaba de publicar monseñor Sladowir Oder, postulador de la causa de beatificación del Papa polaco, a una con el periodista italiano Saverio Gaeta. El escrito se titula 'Por qué es santo' y recoge en sus páginas no menos de 114 testimonios de personas que estuvieron más o menos cerca del Pontífice en su país natal o en el Vaticano. Los testigos cuentan datos de mucha mayor entidad que los evocados sobre sus mortificaciones; pero la sociedad de hoy, ajena a las prácticas ascéticas tradicionales en la Iglesia y en muchas otras religiones, se queda sólo con ellas y corre el riesgo de entender que la beatificación, primero, y la canonización, después, serán debidas a esas estridencias que, para la sensibilidad de hoy, limitan con lo macabro, o poco menos.
Cientos y miles de santos precedieron a Juan Pablo II en esta difícil y dura ascesis que mortifica el cuerpo y dota de alas -así se dice- al espíritu. ¡Resultaría difícil encontrar alguno en cuya biografía no figuren tales prácticas mil veces recomendadas por la Iglesia! Durante años y años -siglos, sin duda- el camino hacia la santidad ha estado jalonado por cilicios y disciplinas, por ayunos y noches en oración. Aunque -y hay que decirlo rápidamente- jamás se ha llegado a identificar la santidad con estas prácticas ascéticas. La santidad se alcanza por el ejercicio de las virtudes cristianas y éstas, además, en grado heroico; ayunos y disciplinas no pasan de ser simples resortes, más o menos útiles, para estimular el compromiso con virtudes como la caridad, la solidaridad, la generosidad, la humildad, la paciencia…
Una perversión muy grave acecha a cuantos cultivan este género de ascesis: entender a Dios como un gran masoquista que se complace en el dolor sus hijos, o como un rígido contable que lleva cuentas de los pecados de los hombres, por un lado, y de los así llamados 'actos de reparación' de sus fieles devotos, por otro. ¡Miserable y terrible visión de Dios! ¡Miserable y terrorífica imagen del rostro de Dios! Que, sin embargo, ha estado y está aún en la base de muchas pretendidas espiritualidades y que ha dado paso a instituciones eclesiales bajo el signo de la reparación. ¿Habrá que recordar una vez más que el Vaticano II enumera entre las causas del ateísmo moderno las falsas imágenes del rostro de Dios que en más de una ocasión propalamos los que nos decimos creyentes?
Esta perversión alcanza su punto más crítico cuando lee o interpreta la Pasión y la Muerte en cruz de Jesús de Nazaret como un dictado de Dios. Es como si el 'libreto' de la traición y del Calvario hubiera sido escrito por Dios y como si el protagonismo de Jesús se hubiera limitado a poner en escena la tragedia que su Padre había previamente diseñado. ¡No, y mil veces no! Jesús no es ningún títere y no son los ángeles de Dios los que tiran de los cordones para que el drama alcance una buena representación en el gran teatro del mundo…
Esta perversión no tiene nada de ingenua. ¡Qué va! Ha servido magníficamente bien para que, en el curso de la historia, los seguidores de Jesús se hayan escaqueado de los compromisos políticos y sociales a los que habrían tenido que dar cara. Jesús de Nazaret asumió la muerte ignominiosa en cruz -que nada le gustaba- por una estricta fidelidad al proyecto de Dios sobre este mundo; proyecto de superación de las fronteras, de opción preferencial por los pobres, de solidaridad con los más pequeños y débiles… ¡Así le fue! ¡No podía proclamar impunemente, ni Él ni nadie, las Bienaventuranzas y, luego, echarse a dormir. La Cruz tenía que ser necesariamente el destino final. Y no porque lo quisiera el Padre, sino porque entra en la lógica de la vida que quien la hace, la paga.
Manuel de Unciti, sacerdote y periodista (El Correo).