Una religión de quita y pon

Cada vez que un servidor del orden muere en acto de servicio, España entera se cuadra -en sus Ejércitos y cuerpos de seguridad, y en sus diputados y autoridades- mientras la tropa entona el responso más confesional de cuantos se han escrito, que salió de las iglesias -no lo olvidemos- para convertirse en símbolo de la hermandad militar: «Cuando el adiós dolorido busca en la fe su esperanza, / En tu palabra confiamos, con la certeza que Tú / ya le has devuelto la vida, ya le has llevado a la luz». Claro que, al día siguiente, quizá para compensar, se autorizan parodias teatrales de pésimo gusto por las mismas calles -ya engalanadas y entoldadas- por las que debe discurrir, a las pocas horas, la procesión del Corpus Christi.
Cuando llegue Semana Santa, muchas ciudades de España romperán su orden, cerrarán sus calles, atronarán la noche con tambores y quitarán de su sitio los tranvías, para que desfilen -escoltados por guardias y autoridades- los pasos que narran la pasión y muerte de Cristo. Y así haremos por la Ascensión, en las fiestas de nuestro pueblo o en el día de Difuntos. Pero nuestros diputados, jueces y políticos -que gobiernan en San Caetano, juzgan en las Salesas, entierran en la Sacramental de San Isidro, legislan en la Carrera de San Jerónimo o la iglesia del Hospital de las Cinco Llagas, y viven en Santiago, Santander o San Sebastián- seguirán empeñados en que el crucifijo no presida los plenos de Cantalejo, en que los concejales de Cospeito prometan su cargo en vez de jurarlo, y en que los niños de Alcañiz vivan rodeados de cruces, iglesias y castillos de templarios, sin que en la escuela se refleje para nada la vida real de sus vecinos.
Es la idea de la laicidad del Estado manejada por los mayores ignorantes del reino. Es el colapso de una cultura para caminar hacia el yermo absoluto. Es darle importancia a lo que no la tiene. Y es la victoria pírrica de un laicismo que solo sirve para resucitar polémicas y desencuentros que llevaban tres décadas enterradas. Por eso les aconsejo que, si estas tonterías les dan mucha rabia, apliquen sus sufrimientos por las benditas ánimas del purgatorio, mientras esperan a que pase la ola. Amén.
Barreiro Rivas (la Voz de Galicia).