Fuera de la Iglesia también hay salvación Por una Iglesia comunitaria y solidaria que camina junto a las nacientes Comunidades de Base Autónomas (CBAs)

Por una Iglesia comunitaria y solidaria que camina junto a las nacientes Comunidades de Base Autónomas (CBAs)
Por una Iglesia comunitaria y solidaria que camina junto a las nacientes Comunidades de Base Autónomas (CBAs)

Se está empezando a configurar en la práctica un nuevo modelo eclesiológico que, a la luz de la experiencia histórica, parte proponiendo la autonomía respecto de los amarres institucionales y burocráticos de las parroquias, de las congregaciones y de los movimientos que limitan la capacidad de las comunidades para estar presentes en la realidad social y, desde ella, el acompañamiento de procesos de liberación con creatividad y audacia evangélica. Esa nueva forma comunitaria se expresa en las Comunidades de Base Autónomas (CBAs)

Las CBAs llegan a la conclusión de que los esfuerzos prioritarios no deben centrarse en revertir la sangrante fuga de personas que sufre la Iglesia institucional desde hace décadas tratando de que vuelvan a llenarse los templos con celebraciones litúrgicas y sacramentales, sino en ir abandonando las prácticas obsoletas, en romper las burbujas que achican los horizontes culturales para que los miembros de la Iglesia puedan salir al encuentro del otro en los caminos, en las encrucijadas existenciales y en las mediaciones históricas.

Los dos ejes fundamentales de la propuesta son: la autonomía de todo poder y de toda macroestructura y la pertenencia a la base social. Fueron precisamente estas las coordenadas que identifican el naciente “movimiento de Jesús” aquel que comprendía, desde su muerte y resurrección, hasta la institucionalización de las Iglesias en el siglo IV.

Las CEBs han tratado de superar el binomio claro-laico por el de comunidad-ministerios, pero con escasos resultados globales. Las CBAs practican la ministerialidad de toda la comunidad por lo que todos sus miembros presiden y celebran la eucaristía, así como acompañan y ungen a los enfermos del alma y del cuerpo.

En las Iglesias latinoamericanas, al igual que en las europeas, el movimiento comunitario llegó de la mano de la renovación eclesiológica propiciada por el Concilio Vaticano II, cuya primera recepción se realizó primeramente en la Conferencia de Medellín. Fueron los años de la educación popular, la reforma agraria apoyada por la Iglesia y la militancia obrera de los cristianos.

Al poco tiempo, esas experiencias adquirieron elementos más eclesiales y se fueron impulsaron las denominadas: Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), especialmente en las en las poblaciones populares de las grandes ciudades y en algunos lugares del campo.

Con la restauración doctrinal y disciplinar alentada por el Papa Juan Pablo II y el recambio conservador de obispos en la gran mayoría de las diócesis latinoamericanas, los nuevos vientos eclesiales estigmatizaron a las CEBs al vincularlas con la, para ellos, sospechosa teología de la liberación y las acusaron sistemáticamente de estar politizadas por ser correas de transmisión de partidos y organizaciones marxistas. De ese modo, muchas CEBs se fueron reconvirtiendo en grupos verticalizados y espiritualistas dependientes de una macroestructura guiada por las directrices del párroco de turno. Solo en algunos países y en lugares muy específicos las CEBs originales se mantuvieron activas por algunas décadas más. Hoy en día podemos constatar que el movimiento comunitario liberador y su organización popular se encuentran invisibilizados y disminuidos con muy poca capacidad de incidencia eclesial y social.

Por estos motivos, desde hace algunas décadas se está empezando a configurar en la práctica un nuevo modelo eclesiológico que, a la luz de la experiencia histórica, parte proponiendo la autonomía respecto de los amarres institucionales y burocráticos de las parroquias, de las congregaciones y de los movimientos que limitan la capacidad de las comunidades para estar presentes en la realidad social y, desde ella, el acompañamiento de procesos de liberación con creatividad y audacia evangélica.Esa nueva forma comunitaria se expresa en lasComunidades de Base Autónomas (CBAs) que nacen con la certeza y la convicción de que “fuera de la Iglesia también hay salvación”.

Las CEBs mayoritariamente estaban y, están aún hoy, referidas al pueblo de Dios, pero como parte integrante de la institucionalidad eclesial. Sin embargo, la experiencia comunitaria y solidaria de las CBSs tiene como horizonte el reino de Dios y se articulan como pueblo de Dios sin dependencia de ninguna instancia eclesial. No se organizan como una institución jerarquizada sino como una estructura horizontal, inclusiva y dinámica por lo que tampoco excluyen en su conformación a las personas que no sean cristianas.

Está comprobado históricamente que cuando la Iglesia se hace estática, jerárquica y elitista, pierde su fuerza evangelizadora y su fidelidad a Jesús. Entonces, las CBAs llegan a la conclusión de que los esfuerzos prioritarios no deben centrarse en revertir la sangrante fuga de personas que sufre la Iglesia institucional desde hace décadas tratando de que vuelvan a llenarse los templos con celebraciones litúrgicas y sacramentales, sino en ir abandonando las prácticas obsoletas, en romper las burbujas que achican los horizontes culturales para que los miembros de la Iglesia puedan salir al encuentro del otro en los caminos, en las encrucijadas existenciales y en las mediaciones históricas.

Solo con ese “éxodo” se podrá lograr la significatividad salvífica que da sentido y razón a las comunidades guardianas y transmisoras de la memoria peligrosa y liberadora de Jesús de Nazaret.

Las CABs plantean desafíos que inquietan e intimidan a algunos porque son experiencia novedosa de ser y de construir comunidad porque efectivamente suponen una ruptura con los planteamientos y las prácticas de una Iglesia premoderna que no acierta a comprender y asumir la novedad del Concilio Vaticano II y de las Conferencias de Medellín y de Puebla.  

Los dos ejes fundamentales de la propuesta son: la autonomía de todo poder y de toda macroestructura y la pertenencia a la base social. Fueron precisamente estas las coordenadas que identifican el naciente “movimiento de Jesús” aquel que comprendía, desde su muerte y resurrección, hasta la institucionalización de las Iglesias en el siglo IV. Este movimiento se estructuró en pequeñas comunidades domésticas que permitieron la expansión del evangelio en los diferentes territorios y culturas. Aquellas comunidades plurales fueron el lugar donde se mantuvo vivo el mensaje de Jesús, donde tenían todo en común, donde no había pobres entre ellos y donde se celebraba la Eucaristía (Hch 2, 42-47).

Las CBAs no son, por lo tanto, un “invento” o un experimento ideológico que busca atacar a la Iglesia católica sino un nuevo intento por rescatar la significatividad y la eficacia de los gestos y palabras de Jesús. Se trata de convocar a todas las personas indiscriminadamente a construir el reino de Dios en la historia concreta, en el cada día, en los diversos estilos de vida y en las opciones sociopolíticas. Eso conlleva hacer una “opción de clase” que verifique la autenticidad de la opción por los pobres y haga creíble el proceso de hacer Cuerpo de Cristo con los migrantes, con los enfermos, con las mujeres violentadas, con las víctimas de la depredación medioambiental, con las y los trabajadores explotados, etc.

Estas comunidades se fundamentan y se nutren de una teología de la liberación que incorpora los aportes del mundo de la ecología, el feminismo decolonial y las sabidurías de los pueblos originarios. Desde ahí, recupera, por ejemplo, una lectura popular de la Biblia, un texto “secuestrado” por la interpretación de los clérigos y los teólogos oficiales, que cuando se lee y se discierne desde la realidad y en comunidad, se convierte en fuente de liberación.

Frente a una Iglesia clericalizada que se asienta en la administración de los sacramentos con una tentación permanente de hablar de Dios a la ligera como si ya le conocieran de toda la vida, las CBAs presentan una experiencia comunitaria que invita a descubrir que el Dios de Jesús es pura novedad presente en la historia y en el dolor de tantas mujeres pobres, de tantos jóvenes, de tantos trabajadores precarizados.

Ellas y ellos desconfían de los relatos puramente doctrinales y moralistas que escuchaban en las liturgias y en los sacramentos de la Iglesia. El lenguaje popular, inclusivo y significativo es el único que entienden y el que están dispuestos a asumir. Y ese lenguaje se da en los ámbitos grupales donde las relaciones son más horizontales y respetuosas y donde el protagonismo pertenece a las personas, resituando el rol de los ministerios como un servicio a la construcción de la unidad y la misión, y no como un ejercicio de control y dominación.

Las CEBs han tratado de superar el binomio claro-laico por el de comunidad-ministerios, pero con escasos resultados globales. Las CBAs practican la ministerialidad de toda la comunidad por lo que todos sus miembros presiden y celebran la eucaristía, así como acompañan y ungen a los enfermos del alma y del cuerpo.

Por todo lo dicho, están mayoritariamente compuestas por seglares adultos en la fe que promueven la participación y apuestan por una estructura democrática, no sexista y autocrítica que les confiere unas características y un estilo que las distingue de la organización tradicional de las parroquias y otros grupos afines.

Karl Rahner escribió en 1975 que las Comunidades de Base eran necesarias para la Iglesia de aquel tiempo y que las Iglesias del futuro serían “desde abajo y libres o no serían”. Luego de 50 años, una eclesiología que apueste por articularse en torno a la experiencia de las CBAs estaría contribuyendo a abrir alternativas de futuro e incluso podría devolver a la Iglesia en muchos espacios, una significatividad prácticamente perdida por falta de credibilidad y de autoridad moral que la dificulta seriamente para actuar como el “fermento en la masa” (Mt 13, 33 y Gal 5,9).

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