NO IDOLIZAR

No sé por qué, dentro del clero en nuestras diócesis rurales españolas y también en las urbanas, los clérigos con facilidad idolizan a ciertas personas. No sé por qué. Cuando usted organiza en la parroquia unos Ejercicios Espirituales, piensa en invitar a dirigirlos al mejor preparado en la materia. Es lógico. También es lógico buscar al mejor médico para obtener la salud y al mejor sastre para confeccionar un traje.


Lo que parece envuelto en el misterio es por qué un señor llega a ser ídolo y otro no. Uno que vale para todo: otros son una mediocridad. ¿Es algo que emana del propio ídolo? Este líder aparece siempre como muy seguro de sí mismo, y a la vez envuelto en una apariencia de sencillez. Estas dos cualidades, vistas en un sujeto, arrollan y conquistan las confianza de los demás. Junto a esto, por supuesto que no se trate de una nulidad, basta con que sea una medianía. Si es bondadoso, tanto mejor. Si esgrime las suaves armas de la diplomacia, una ventaja a favor de él. La propaganda "boca a boca", ayuda a encumbrar a estos seres privilegiados. Sin esta propaganda no habría ídolos.
Difícilmente el ídolo suele ser un genio; no es común. Tampoco el genio suele llegar a ídolo. A quien se le da el calificativo de hombre de valía, se le explota para todo. Pero lo cierto es que nadie da lo que no tiene, ni por encima de lo que tiene.

El ídolo resulta con frecuencia vulgar, tópico. Se repite constantemente, pero eso no afecta a su prestigio. Es maravilloso escucharle cuando dirige la palabra al público. Sabe hacerlo. El papanatismo exclama siempre: amén, amén. Muchas veces el ídolo opina como los demás. Tiene derecho a ello. Pero sus afirmaciones reiterativas son norma de conducta para el hombre gris.
Así veo al ídolo dentro del estamento clerical. Normalmente el ámbito de estos seres privilegiados suele ser comarcal o provincial. Algunos llegan a ídolo nacional. Con frecuencia acaudillan una especie de partido dentro de las filas del cuerpo de célibes.

Algunos - muy pocos - se distinguen por su santidad. Éstos casi nunca son ídolos, porque ellos huyen de estos honores y se retiran al silencio en las tertulias.
La realidad es que a quienes nos parece que valen, los explotamos hasta exprimirlos. La culpa es del que quiere lo mejor, pero no se molesta en buscarlo, sino se deja llevar del dicho: "He oído que fulano... Y vamos tras ellos de manera inconsciente, convencidos de que se trata de verdaderos genios. Mientras tanto, grandes valores yacen en el olvido como el arpa de Becquer, en el rincón del ángulo oscuro. ¡Los pobres, no tienen arranque ni saben promocionarse!

En mano de cada uno de nosotros está descubrir un nuevo valor para la Iglesia. Todos somos responsables si ponemos obstáculos a quien trabaja bien; si no le dejamos crecer. Hay que cumplir el primera mandamiento que prohíbe adorar a los ídolos.

(Publicado en "Incunable" en 1968) Casi cincuenta años más tarde, 2015, no tengo que corregir nada de lo dicho entonces) José María Lorenzo Amelibia



José María Lorenzo
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