Cuando a Narciso Yepes le llegaba la hora

Enfermos y Debilidad

Cuando a Narciso Yepes le llegaba la hora

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Narciso Yepes fue un guitarrista español de fama mundial. Anduvo por todos los países dando conciertos, fue premio nacional de música; y llegó a crear una guitarra de diez cuerdas para interpretar obras renacentistas. Murió el año 97. Y algunos meses antes de partir de este mundo escribía: “Desde que convivo con la enfermedad, pienso más en la muerte que antes. La voy sintiendo cercana y amiga, en definitiva, nada terrible. Sí, me inquieta irme sin haber tenido tiempo suficiente para cumplir la misión que Dios me haya encomendado”. No es preciso ser monje para aspirar a las alturas, para no mirar la muerte como un tabú impensable.

 El alma buena busca siempre estar con Dios y no separarse de Él. Desea a Dios, y sobre todas las cosas. Si lo encuentra, no siente cansancio, vive y goza con Él. Si gustan los que se aman estar solos y a solas, el alma también quiere soledad con Dios. En la oración estamos a solas con quien sabemos que nos ama. “Estoy dejándome amar de Dios”, decía Teresa de Jesús. En el gozo del Cielo recibiremos el infinito amor de Dios y estaremos en infinita alabanza hacia Él. Por eso, el ejemplo de Yepes debiera cundir entre nosotros. Para ello hemos de vivir desde nuestra juventud con fe, con mucha fe.

 “La vida eterna consiste en conocerte a Ti solo Dios verdadero y al que enviaste Jesucristo” (Jn. 17, 3). ¿Cómo es posible que sea triste ni oscura la vida, cuando se desenvuelve junto a Dios, en trato íntimo con Él? No es triste ni la vida, ni la enfermedad, ni el sentir que se nos va el tiempo y que no nos quedan muchos años en este mundo. Sí puede preocuparnos el no haber cumplido nuestra misión. Pero el Señor acoge nuestro arrepentimiento.

            David en uno de sus salmos (30,1): “Acelera el sacarme, Señor. Sedienta está mi alma del Dios fuerte y vivo. ¡Cuándo me será concedido que yo llegue y me presente ante la cara de Dios!” Podemos decir al entrar al Cielo: “Abre tus ojos, alma mía: mira los resplandores de la gloria; contempla la infinita hermosura de Dios: ha merecido la pena vivir con esperanza, ya ni mi acuerdo de mis sufrimientos, porque ahora, ¡siempre contigo!”

            He llegado a la ancianidad. Sé que las ansias y deseos de ver a Dios son proporcionales a la gracia de Dios y a las virtudes que el alma tiene. Por eso le pido al Señor que me ilumine, que aumente mi confianza y mi deseo de verle, ahora más que nunca. La fe pone en mí un conocimiento más cierto y fomenta los deseos de ver a nuestro Salvador. Hemos de ejercitar nuestra fe.

José María Lorenzo Amelibia

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