Puntos de meditación para este día: Mi entrega al Señor

1.- Señor, celebro este año el cincuenta aniversario de mi entrega a ti. Tenía quince; recién salido de la niñez; en mi segundo año adolescente. Tú, Dios mío, no lo necesitas recordar, pues eres Dios y todo lo tienes presente. Me embarga el alma la emoción al mirar aquella iglesia de Laguardia en aquella tarde de agosto, cuando todo era paz y armonía y el sol se dibujaba sobre el altar, sobre el sagrario.

1A.- Aquello parecía el cielo. Yo, Señor, nunca me separaría de ti. Lo recuerdo a menudo y me hace bien. Han pasado ya cincuenta años; cincuenta años de amarte y de sentirme amado de ti; cincuenta años de entrega. Pero en los veinticinco siguientes pasó todo: el altar, la parroquia, los ejercicios, y la depresión profunda que nunca se terminaba y solo se acabó con el matrimonio. No me excuso, pero nadie me comprende como Tú. Tú sabes que siempre te he querido, pero también es verdad que el fracaso de mi proceso en santidad ha sido completo.

2.- Soñaba yo entonces, Señor, con ser santo como el cura de Ars; vivir de amor siempre contigo. Soñaba en jamás separarme de ti. Mis necesidades de alimento las cubriría como él: con un puchero de patatas para toda la semana; mi sacrificio sería el alimento de mi alma para fundirse con la tuya. El confesonario mi sede para perdonar, como el santo cura; allí practicaría mi oración a Jesús en el Sagrario. Y así empecé: horas en el confesonario; todo menos lo de alimentarme con el puchero de patatas. Horas delante del Sagrario; como Santa Micaela del Santísimo Sacramento. El sagrario era y sigue siendo mi imán. La comunión, mi fuerza. Ven, Señor, estarás siempre conmigo.

3.- Pero ahora vengo a ti como un náufrago. Traigo solo el pecio de lo que fue mi embarcación y mis pertenencias espirituales. No acabo nunca de levantar cabeza. La compunción de corazón es mi alimento espiritual y la esperanza de quien confía en ti; porque en ti, Señor, he esperado y jamás quedaré confundido. Y encima me das el premio de una gran paz en el alma.

4.- Sé que nada soy; nada merezco; nada puedo. Pero todo lo puedo en ti que me confortas. Y en esto he de hacer hincapié. Tú sabes que el náufrago ha emprendido hace años la obra de animar y estimular a muchos en la santidad. Parece una ironía, pero tú me lo pides. Hazme al menos indigno. En ti confío.

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