He tenido la suerte de recibir un regalo de lo más gratificante: el libro de los sermones del Cura de Ars de más de mil páginas. Cuando uno se introduce en ellas, se admira de que puedan juzgar a este hombre como corto de luces intelectuales, porque, tanto del fondo como de la forma, fluye en cada una de las páginas un caudal de sabiduría. Y se necesitaba gran memoria para aprender y recitar aquellos largos sermones de más de una hora de duración.
Disfruto de una manera especial cuando las homilías versan el tema eucarístico. Me gustaría reflejar, aunque fuera pobremente alguna de las luminosas ideas del Santo:
- Desea, hijo, unirte con tus hermanos al banquete eucarístico; deséalo con ardor. Jesús es tan grande como nosotros pequeños y miserables. Parece imposible tanta dicha. Nadie lo creería si no fuese el mismo Jesús quien lo prometió, y después, en la Última Cena, cumplió su promesa.
- Y no vamos a tener a Jesús nueve meses junto a nuestro corazón como la Virgen María, sino durante toda la vida. Cada mañana al levantarnos mora con nosotros en visita prolongada.
- ¡Toda nuestra felicidad en este mundo ha de ser recibir a Jesús! Aumenta, Señor, nuestra fe; inflama nuestros deseos; prepara, Virgen María, nuestro pobre corazón.
- Puedo morir en paz - diré con el anciano Simeón - porque mis ojos han visto al mismo Jesús que nos has enviado.
El Santo Cura de Ars se emocionaba cuando predicaba estas ideas: buscaba cualquier momento que le quedaba libre para hacer reposar a su corazón inquieto junto al Sagrario.
Señor, que cunda entre nosotros este ejemplo para "forzar" un poco más la "Nueva Evangelización".
José María Lorenzo Amelibia
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