Tentacones de Jesús. PUNTOS DE ORACIÒN 9-3-25

Meditación

  1. «En Cristo estabas siendo tentado tú porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación […] de ti para él la tentación, y de él para ti la victoria» (San Agustín).

  2. La Cuaresma pide mantenernos en espíritu de conversión a base de austeridad penitencial y de combate cristiano contra las fuerzas del mal.

  3. Adentrarse en la muy sagrada Cuaresma significa emprender un tiempo litúrgico de particular compromiso en el combate cristiano contra el mal en el mundo y en cada uno de nosotros. Denota, por otra parte, afrontar ese mal cara a cara, lo que no es fácil aunque sí necesario, y dirigir la lucha contra sus causas -Satanás es la última- y sus efectos, no menos numerosos que las causas y a cuál más dañino. Exige además, por supuesto, no descargar el problema en los demás, en la sociedad o en Dios, sino reconocer las propias responsabilidades y proceder en consecuencia con nuestras limitaciones.

  4. Considerada en sí misma, la Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Un tiempo litúrgico fuerte, claro es, a la escucha de la Palabra de Dios y en conversión incesante, de preparación y de memoria bautismal, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente y más intenso a las «armas de la penitencia cristiana», esto es: a la oración, el ayuno y la limosna (cf. Mt 6,1-6. 16-18). La teología concluye que las tentaciones de Jesús, como la misma Transfiguración, vienen a ser a  la postre como un fármaco contra el escándalo de la Cruz que, de allí a poco, iban a padecer los discípulos.

  5. Dicen los Evangelios que Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el diablo después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches (Lc 4, 1-13; Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-13). Y bien, uno de los aspectos más significativos del pasaje de las tentaciones dichas es que el Tentador hablaba desde la Biblia y que que Jesús, en una especie de sucesiva y rauda réplica, le respondía también desde la Biblia. No basta, pues, con recurrir a la divina Palabra para entenderse con Dios. Es preciso también saber interpretarla.

  6. Lo que digo fue verdad total en la disputa entre católicos y donatistas en tiempo de san Agustín: compartían el hecho fundamental de admitir la Biblia toda entera, pero luego disentían a la hora de su interpretación. Interpretar correctamente la Biblia, por tanto, equivale a llegarse hasta ella con humildad y espíritu de verdad y confianza. De lo contrario, esta, escurridiza, ofrecerá resistencia y no se dejará manejar así como así.

  7. Reflexionar sobre las tentaciones de Jesús en el desierto constituye una invitación a responder esta pregunta fundamental: ¿Qué cuenta de veras en mi vida? Nótese que Jesús nuestro Señor se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo!

  8. Comenta deliciosamente san Agustín: «Pero en Cristo estabas siendo tentado tú porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para él, y de él para ti la vida; de ti para él los ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él la tentación, y de él para ti la victoria» (In Ps. 60,2-3).

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