A los 81 años, la religiosa mantiene con su esfuerzo una casa hogar que alberga a 206 personas abandonadas y olvidadas de la sociedad.
Foto: Antonio López
“Vivimos realmente de milagro, mis niños y yo no pintamos en el mundo”, de esta forma resume Inés Valdivia González, presidenta de la Casa Hogar Divina Providencia, su titánica labor altruista. En el inmueble viven 206 personas, algunos se encuentran en vida vegetativa, es conmovedor observarlos, la escena es un golpe emocional para quienes presencian el trabajo que se desarrolla en la casa a cargo de la madre.
Formada en la Congregación de los Dominicos con 70 años de vocación cumplidos el pasado 25 de septiembre, no reclama y se conforma: “No me tienen que reconocer, cuando yo tengo la obligación, no hago otra cosa”.
Humilde, mujer de carácter fuerte pero sensible; no se derrumba, flaquea pero se mantiene en pie pues sabe que su quehacer es colosal.
Ha vuelto a la vida a muchos que fueron tirados en basureros o en la calle… no se les conoce padre o madre.
El lugar inició operaciones el 10 de mayo de 1968, recorrerlo es agradable pero no es fácil censurar las emociones, sobre todo cuando se descubren cosas nuevas, como es el caso del área donde se encuentran seres humanos en estado vegetativo.
En una de las salas de atención se encuentran 38 personas, entre niños y adultos, reposan en camas, unos son deformes, otros no, pero infunden sorpresa y desasosiego para quien no los conoce y los ve por primera vez. La madre los pudo rescatar y están con vida gracias a un esfuerzo inmenso para darles lo que necesitan. También viven en la casa personas con distintas discapacidades pero que pueden hacer una vida normal.
Diversos sentimientos se encuentran aquí en la Casa Hogar: alegría y tristeza… suenan risas, ruedan lágrimas, así es el carácter de Inés, cuya voz flaquea cuando el sentimiento triste la atrapa, sin embargo revive los ánimos.
¿Quién es su guía espiritual?
Por nacimiento, es la inmaculada Concepción de María; por vivir en México, la Virgen de Guadalupe y la Divina Providencia porque nuestra madre religiosa Ana María Rosa de la Torre Guerrero, dominica de Santo Tomás de Aquino, nos enseñó que con la fe en ella, nunca nos faltaría nada en absoluto.
Su obra es muy importante, ¿está satisfecha con lo que ha hecho hasta ahora?
No porque le he pedido a Dios que si me diera otro día de vida, otro mes… no sé, dedicar hasta el último momento de mi vida que no lo voy a lograr, porque para los últimos días de mi mida yo no voy a poder hacer nada.
Algunos niños llegan de la escuela, en tanto que otros se van a la primaria, secundaria o a instituciones de nivel medio superior. Los infantes que regresan alzan la cabeza en posición para darle un beso y saludarla, ella se agacha y recibe los besos en la frente.
“¡Mañana voy a ir vestido de ángel a la escuela!”, le dice ilusionado Martín y el pequeño de siete años abre los brazos y los mueve en señal de vuelo.
Martín, recordó Inés, fue recogido en un basurero en Iztapalapa, donde a un costado había tiradas vísceras con gusanos. Los gusanos penetraron a su cuerpo. “Le perforaron todo, tiene más de seis cirugías, tiene adrocefalia, muchos años estuvo muriéndose pero hoy gracias a Dios está lleno de vida”.
“En cada flor está Dios, éstas nunca me han faltado. Estoy muy agradecida con nuestro Señor, con mi comunidad, con mis bienhechores, y si usted es un bienhechor más, lo quiero”.
¿Cómo le nació integrarse a esta labor?
Creo que hay misterios y el misterio de la vocación, para nosotros las religiosas y los sacerdotes muchas veces ni pensábamos que íbamos a ser…
a mi nuestro Señor me presentó tres niñas discapacitadas y al pasar tantos años me ha dado, aparte, sin contar de los que han pasado en vida, que son casados, que son muertos, que se tenían que ir ya grandes, porque así quisieron, muchísimos, pero en estos momentos vivimos 206 personas.
Si Dios me hubiera presentado 205 personas sin recursos, enfermos, invidentes, cojos, me asusto, me da un infarto y me muero..., no, poco a poquito, poco a poquito y estoy muy feliz.
Inés no lleva un registro de cuantas personas han sido atendidas en la Casa Hogar. “En mi mente sí los tengo, me acuerdo desde las tres primeras niñas que eran de Malpaso, Chiapas… luego de todo el mundo”.
¿Serán miles?
Sí, sí, sí, ya tengo bastantes casadas, muchachos casados, muchísimos me visitan, otros se han perdido, pero en mi mente los tengo presentes porque a todos los he criado desde chiquititos.
Inés colocó la primera piedra de la Casa Hogar el 8 de julio de 1965 y llegó con ocho niñas. Antes había sido la número ocho de la congregación de los Dominicos en un convento de Texcoco, dicho número ha estado en su vida, pues nació el octavo día del mes de diciembre, que por cierto considera muy hermoso.
¿Es el mes de Dios?
También él nos regala algo, un recuerdo, un nacimiento para que nuestra fe no se apague… especialmente para que la fe, también se infunde y vayan mis chiquitos sabiendo, son felices muy felices.
El compromiso que tiene usted con ellos es muy grande y quizá haya momentos que no tenga dinero para comer, para vestir, ¿quién la ayuda en este esfuerzo?
Pienso que hubo una inspiración y le puse casa Hogar Divina Providencia, pues ésta habita en esta casa.
¿Quién la inspira, en quien cree Inés?
En Dios y me inspira la fe.
¿Quién les da apoyo económico?
Bienhechores, recibimos ropa usadita, pero muy buena, zapatitos, medicamentos, porque los niños necesitan mucho medicamento, casi todos son convulsivos, son vegetales.
Inés conoció al ex presidente, Vicente Fox en la Residencia Oficial de Los Pinos, donde llevó a 40 internos que podían caminar; quiso conocer a Carlos Salinas de Gortari, a quien mandó un escrito pero se lo regresaron; quiso saludar en persona a Ernesto Zedillo Ponce de León, pero no pudo: ella quería conocer a un presidente como mexicana y como persona que dedica su vida a una nación.
Muchos son los recuerdos y las satisfacciones, de parte de medios de comunicación y de políticos. El Papa Juan Pablo II, a través de la Secretaría de Estado, le envió una carta el 25 noviembre de 2000 en la que imparte la bendición apostólica que hizo extensiva a la madre Inés y a sus seres queridos, colaboradores, benefactores y a los niños asistidos en la casa hogar Divina Providencia.
Pero el trabajo a pesar de la falta de ayuda se hacen presentes en la personalidad de Inés: “Mis niños yo no pintamos en el mundo”.
Arturo Morales