Los aficionados a los ornamentos antiguos
Crítica Constructiva
| José María Lorenzo Amelibia
Los aficionados a los ornamentos antiguos
Desaparezcan estos perifollos
He llegado a una edad provecta: he conocido a gente vieja, muy vieja, que había luchado en la guerra de Cuba, y a dirigentes eclesiales, recién salidos del cascarón. Y es curioso, dentro del sector más moderno se vuelve, al menos en parte, al fetichismo en la vestimenta litúrgica y en una consideración exaltada a las llamadas “jerarquías eclesiales”.
Utilizo bien palabra fetichismo, veneración excesiva a personas o cosas. Porque existe un límite también en el respeto y aprecio de todo esto. Costó mucho al Concilio Vaticano II suprimir cantidad de signos obsoletos que únicamente servían para exagerar el culto al hombre e incomodar a muchos: caudas magnas, manteos y anillos de pedrería, báculos ostentosos, misas de tres en fila. Ritos, ritos, ritos… vestiduras, colorines, cuchufletas. Y he aquí que vuelven con fuerza en algunos lugares, y ciertos jerarcas se prestan a ello.
No soy partidario de quitar la libertad en las personas. ¿Les gusta esa teatralidad? Peor para ellos. Pero a mí me molesta. Me parece infantiloide, inseguridad en quien lo practica; se trata de apoyos inútiles para demostrar trascendencia, y tal vez para exhibirse con vanidad.
En las décadas de los setenta y ochenta me tocó luchar contra el progresismo exagerado. Ponían todo el dogma en tela de juicio. Y lo más grave, que muchos obispos ni siquiera se atrevían a enderezar a aquellos clérigos rebeldes. Se han mantenido los dogmas dentro de la Iglesia, pero el pueblo ha sufrido, y muchos discípulos de aquellos falsos teólogos, ya no creen más que parcialmente en el Dogma católico. No voy a hacer elenco de las verdades rechazadas por muchos, pero ahí están.
El otro extremo, el gran sector que añora, aplaude, practica ritos obsoletos, tolerados por el papa, sigue en aumento. Es menor este vicio que el progresismo, pero si añadimos a él, cierta tendencia de jerarcas, para quienes la obediencia está por encima del amor e incluso por encima de la conciencia bien formada, me hace temblar esta propensión tanto o más que el progresismo de mi primera juventud. Tal vez una segunda parte del Concilio Vaticano II, sería conveniente para acabar de una vez de poner los puntos sobre las íes.
José María Lorenzo Amelibia
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