La calma y serenidad es un don  de Dios

Serenos como lago sin olas

El pequeño simio de mi parque se agita en saltos y piruetas, mientras el público ríe al contemplarlo…  Agitados, confusos, divididos en su interior, con mil quehaceres y problemas, caminan muchos hombres por la vida. El alma desparramada en las preocupaciones de su futuro próximo consume su potencia operativa y se pierde en angustias de males posibles.

Tú, hermano, concentra toda tu atención, tu ser entero en lo único necesario; El amor a Dios. Como niño absorto en guiar su navecilla de juguete en el lago de sus ilusiones, así tú: siempre tu mirada puesta en el Señor.

“Buscad a Dios y vivirá vuestro espíritu”; “Buscadme y viviréis”, dicen los libros Santos. No existe energía comparable con la de un hombre unificado en el conocimiento, amor y deseo de Dios. Traspasará los mares y fronteras; edificará nuevos mundos; ordenará el caos de su corazón. Logrará sobrevivir a pesar de su debilidad. ¿Quién será capaz de medir la fuerza de tu espíritu si concentras tu vida entera en la intimidad del Omnipotente?

 Y exclamas desde el fondo de tu corazón: “nada soy, pero todo lo puedo en aquel que me conforta.”

            Asienta tu persona tres veces durante cada jornada en el remanso de Dios. Ahí adquieres ese ímpetu que traslada las montañas. Y sal después del rincón íntimo de tu contemplación. Te espera un mundo alejado del Amor. Y tú necesitas toda la energía divina para extender el Reino de Cristo. Doce hombres, unificados por el Espíritu, débiles, sin cultura ni riquezas, siguen influyendo en nuestra existencia, veinte siglos más tarde. También tú hoy estás creando futuro cristiano.

José María Lorenzo Amelibia

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