Más paciencia que Job

"Con vosotros hay que tener más paciencia que el santo Job" -así decían las madres de antaño a sus hijos, cuando eran desobedientes y llegaban a irritarlas.


Confieso que antes de leer este libro de la Biblia pensaba de Job de manera muy distinta que ahora.



Aparece Job en la Sagrada Escritura como un hombre rico a quien todo le va bien, hasta que un día el demonio quiso tentarlo. Logró el Maligno que perdiera toda su hacienda y parte de su familia.


Incluso el mismo Job padeció en su carne las insidias de Satanás. Su cuerpo quedó cubierto de llagas. Hubo de abandonar su casa y refugiarse junto a un muladar. Con una teja limpiaba sus heridas. En aquel lugar sostuvo terrible lucha consigo mismo.


Por una parte creía en Dios y deseaba confiar; por otra, sus nervios le hacían traición, y desahogaba su espíritu de manera que nadie podría afirmar que estaba lleno de paciencia; más bien todo lo contrario.


- Maldito el día de mi nacimiento. Oh Dios, envíame la muerte. ¬solía decir en presencia del amigo Elifaz que algunas veces le visitaba-. Este le reñía y exhortaba a la paciencia.


A otro amigo, Bildad, le reconoce que Dios es justo, pero le asegura que tiene asco de la vida (cap. X). Y termina por fin Job afirmándole: "Espero más compasión de Dios que de los hombres (cap. 13).


Sufre nuestro héroe al comprobar que mucha gente malvada vive a gusto y prospera, mientras que él, temeroso de Dios, se encuentra arruinado y miserable. ¡El, que está del todo convencido de su inocencia! ¿Por qué esta injusticia? Job no encuentra sentido al sufrimiento. Es más; da la impresión nada menos de que se rebela contra Dios. ¡Para que nos digan nuestros abuelos aquello de "hay que tener más paciencia que el santo Job"!


Exige nuestro hombre la presencia de Dios para recabar de El la explicación del porqué del dolor. Y, eso sí, tiene esperanza de encontrar fuerzas para seguir viviendo.


Por fin abandona su espíritu crítico y rebelde y acaba diciendo: "De oídas había sabido de ti, mas ahora te han visto mis propios ojos". (Job 42,5)

Comprobamos en el libro de Job que la aparición de Dios tiene lugar cuando el hombre experimenta el dolor. El sufrimiento no lleva consigo explicación racional; pero de hecho Dios está junto a quienes sufren. De tal manera que el Santo Patriarca se ve forzado a exclamar lleno de esperanza, "creo que mi Redentor vive. Y en el último día resucitaré de entre los muertos. Y veré a Dios con mis propios ojos".


Por mucho que reflexiones, amigo enfermo, sobre el dolor, siempre lo encontrarás como un misterio. Es posible que hayas reaccionado de forma rebelde al modo de Job. Pero pide a Dios, confía en El, no desesperes. El Señor a nadie abandona. Invócale con el corazón lleno de confianza. Es normal esa rebeldía del comienzo de la enfermedad. Pero luego hemos de reaccionar y buscar nuestro refugio en Dios. El no nos abandonará en el último día.

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