¿Sin amor la vida no vale nada?

Amar es la gran respuesta de la persona que está presente en toda motivación porque el amor lo abarca todo: relaciones, tareas, instituciones, cosas y creación entera. En efecto, cada persona se ama a sí misma y procura su realización o desarrollo de facultades, derechos y aspiraciones. Además, la persona como “animal social adulto” prolonga el amor a los de su familia, pueblo, nación, iglesia y mundo entero. El amor personal se convierte en actitud de sintonía ante el “tú” necesitado con quien comparte su suerte y a quien procura servir. A esta apertura y donación llamamos “amor humano” por ser patrimonio de toda persona creyente o no. Ahora bien, la experiencia confirma que bajo la capa del “amor” se esconden motivaciones egoístas que corrompen la auténtica donación interpersonal. ¿Cuándo, pues, el amor es auténtico y cuándo no lo es?

Sin amor ¿que vale la vida? Entre los valores, humanos o divinos, el amor ocupa el primer puesto. Y es que el hombre está lanzado hacia el prójimo como don de sí mismo. A nivel individual, la persona actualiza sus facultades cuando recibe y da. A nivel comunitario -familiar o social-, la persona se realiza cuando sirve y es auxiliada. De hecho, a quien mejor valoramos son las personas que nos amaron y por nuestra felicidad se sacrificaron.

La gran aspiración: amar y sentirse amado.
Uno de los objetivos más grandes, y que más sentido dan a la vida, es el poder amar y el sentirse amado, el tener amigos y poder convivir con ellos. La realización personal se realiza con la donación de sí a otros, y necesita del afecto y ayuda del prójimo. Dar y recibir son dos aspectos esenciales del vivir humano. Quien tiene cosas pero no ama ni es amado, es un pobre de solemnidad. Y muchos que son pobres en riquezas materiales encuentran el sentido a su vida porque se ven acompañados de personas y familiares a las que quieren y que a su vez son amados.

Manifestaciones del amor auténtico
Para que la relación yo-tú merezca el calificativo de amorosa, es preciso:
1º la apertura y sintonía de una persona hacia otra. Frente al egoísta que se encierra en los intereses propios, está el impulso de quien sale de sí y sintoniza con el prójimo. La capacidad de amar hace que el “yo” vea lo del otro como suyo propio, más aún, prolonga su yo en el tú amado. Lo esencial del amor consiste en el impulso del sujeto a juntarse con el objeto, es un acto acompañado de placer, une al yo a un tú, al amante con el amado.

2ª el afecto que impulsa a buscar el bien y a desear su posesión. Lo típico del amor es la adhesión a todo lo que tiene vida y bondad. El amor es la capacidad humana de vibrar por el otro, por sus intereses y alegrías. Quien de veras ama exclama; ¡me alegra que existas! ¡soy feliz cuando te veo feliz y estoy triste porque tú estás triste! Y como reacción lógica: busca de modo desinteresado la felicidad de la persona amada aún con sacrificio propio. Todo lo contrario es la actitud del egoísta que pone su yo en el centro de la felicidad, siempre desea que le sirvan y es incapaz de sacrificarse por el otro.

3º la donación. El amor en su dimensión de praxis se mide por la capacidad de donación de una persona a otra persona, de preocuparse, servir y entregarse a otra persona o colectividad; por la fidelidad permanente: en las circunstancias fáciles y en las difíciles. Más aún, el que ama en profundidad llega a la entrega desinteresada, al sacrificio, para conseguir la felicidad de la persona amada. Por el contrario el egoísta siempre desea que le sirvan y es incapaz de sacrificarse por el otro. El amor auténtico se realiza totalmente, con una donación sin límites. Con el vocablo "plenitud", -es decir, global, total o completo-, queremos decir que la valoración dada al objeto de la opción es máxima o total; que el amor se realiza totalmente, con una entrega sin límites; que el influjo del objeto en facultades y relaciones logra la totalidad o universalidad; y que la permanencia abarca toda una existencia bajo el signo de la fidelidad.

Entre las manifestaciones, la amistad es la plenitud del amor. Además de compartir y servir, el amor auténtico se manifiesta en el respeto, afectuosidad, confianza, diálogo, comprensión, corrección, estímulo, aceptación de las críticas, disculpas, defensa de los intereses ajenos y sacrificio por las personas amadas. En definitiva el amor auténtico realiza en el prójimo los rasgos del ideal de vida como objeto de la opción fundamental. A mayor amor, más riqueza personal, mayor expansión del yo. Cuando reina el egoísmo, el falso amor, la persona queda encerrada en sus intereses.

Pero nada mejor que la amistad.
Todos están de acuerdo en la importancia de la amistad: "sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviese todos los demás bienes del mundo" (Aristóteles); "la amistad es lo más bello después de la sabiduría" (Cicerón). Para un cristiano la amistad viene a ser la caridad con todos sus efectos correspondidos (cf. 1 Cor 13, 1-10). ¿Y qué es la amistad? Una donación mutua y desinteresada entre el yo y el tú. En la amistad se da la realización interpersonal como resultado de la libre inclinación, de la mutua comunicación fundada en la simpatía mutua y en los mutuos intereses. Por lo tanto presentamos la amistad como amor mutuo correspondido entre las personas que se ven iguales y fomentan la comunicación de bienes, la afinidad de voluntad y el gusto por compartir cuanto tienen. En la amistad se recorre todo el proceso del amor que arranca del interés para desembocar en el amor desinteresado o amor de benevolencia.

Cuándo es falso el amor
Muchas personan aseguran que no son egoístas, que aman a las personas con quienes conviven. Sin embargo las manifestaciones, y, sobre todo las intenciones, hablan más del egoísmo camuflado. El amor es falso cuando:
-se identifica con el placer o con el sentimiento superficial. Se toma el amor como una droga pasajera que rehúsa el compromiso de la autodonación;
-se experimenta como una necesidad. Más que amar, lo que se da es una necesidad: "yo te necesito; nosotros nos necesitamos";
-se cosifica al tú como algo que llena la vida, que da felicidad pero que no es amado por sí mismo. Más que amor, se da el egoísmo de uno o de dos que se instrumentalizan;
-se confunde el amor con el afán de poseer. El orgulloso quiere conquistar al otro pero no darse.
En el falso amor predomina la actitud de quien, velada o abiertamente, pone su yo en el centro de la felicidad, siempre desea que le sirvan pero es incapaz de sacrificarse por el otro que pasa a un segundo puesto.

La caridad asume y potencia el amor humanoComo manifestaron tantos cristianos coherentes, la caridad eleva el amor humano a cotas heroicas. Así lo confirma la fe: Dios es amor y por amor hace partícipe al hombre de su vida, le entrega a su Hijo, envía a su Espíritu y quiere estar presente en todos y en cada uno de los hombres para que sea efectivo su Reinado, que es fundamentalmente de amor. La respuesta del cristiano es de amor teologal que puede expresarlo como hijo, esposa o amigo. La caridad, el amor del bautizado, es una participación del amor de la Trinidad que con la gracia invade al hombre y le conduce a Dios.
En el mensaje completo del cristianismo, ocupa el centro el amor de caridad como gran don, participación del amor de Dios, energía divina, acción de Dios, fruto del Espíritu y de Cristo (Act 17,28; Rom 8,35). La caridad cristiana tiene unas medidas que superan al amor humano porque brota de la acción del Espíritu y de Cristo: "como el Padre me amó, os amé también yo" (Jn 15,9). Es, por lo tanto, un amor superior a todo otro don y resume cualquier precepto, a imitación del amor de Cristo que se entregó por todos
Presenta unas exigencias mayores
La radicalidad que Cristo testimonió y predicó sobre el amor fraterno consiste en ver a Dios en el prójimo y en tratarle como lo haríamos con Dios mismo sin poner límites ni fronteras. El seguidor de Jesús tiene muy claro que son inseparables el amor a Dios Padre y el amor a los hombres nuestros hermanos; que tanto la donación a Dios como al prójimo no tienen límites, y si existe excepción es para el más pobre.
Y se extiende a los enemigos. Ante la ley del talión, Jesús prescribe: «mas yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»(Mt 5,43-48; cf Rom 12, 17-20; Lc 6,23-34; Sant 2,1s)
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