Memoria histórica

Tengo en mi comunidad una hermana de 91 años, que a pesar de estar postrada desde hace 10, es la expresión de la alegría y la serenidad del que vive feliz, del que “cree lo que profesa” y del que practica la caridad a fondo perdido.

Ingresó en el Convento a los 18 años y un año más tarde tuvo que salir porque el convento fue prisión del bando republicano, y su vida y la de las hermanas corría peligro. En un primer momento estuvo refugiada en las inmediaciones, desde donde pudo ver cómo éste era expoliado, y cómo se profanaba la Iglesia y los objetos de culto. Ella explica que a punta de pistola se le preguntaba, antes de marchar, dónde estaban las armas, y ante su negativa –y ante su temblor- los milicianos dijeron: “-Dejemos que marche porque es muy tierna y encontrará novio”.

A los pocos meses debió huir porque sabía era buscada. Años más tarde, cuando regresó, le toco vivir la reconstrucción de aquellas ruinas, viviendo prácticamente toda su vida religiosa en la precariedad más absoluta de medios materiales. Pero habiendo aprendido en sus propias carnes la lección: - La guerra es el fracaso de la humanidad; el odio no puede anidar en los corazones. Sólo el perdón cura y es capaz de reconstruir.

En su corazón no guarda rencor, y siempre que relata sus recuerdos de tiempos de la contienda, se compadece y dice que ora por los de un bando y del otro, ¡porque no sabían lo que hacían! Para ella todos son personas y nadie los puede juzgar.

Sor Maria Neus, es una prueba de que el dolor, vivido desde la fe no endurece, sino humaniza.

Cuando hace un par de meses, entrevisté al Padre Casià Maria Just, abad emérito de Montserrat para la televisión le pregunté qué le había llevado a ingresar al Monasterio a los 15 años. Su respuesta fue: “- Había estado en la escolanía y me llamaba profundamente la atención la capacidad de perdón de aquellos monjes a los que les habían matado 22 hermanos en la guerra civil”. Acto seguido decía: “-Hoy se habla de memoria histórica. Creo que ha de haber una memoria equilibrada. Hubo abusos de ambas partes, y el camino no es volver con rencores sobre lo que pasó. El único camino es el perdón y sólo él cura las heridas y nos impedirá repetir los mismos errores”.

Casià Maria Just, un hombre que fue clave en Cataluña desde su vida monástica, vive hoy con serenidad, gozo y paz, su vida contemplativa. Es feliz y de su corazón solo salen buenos sentimientos y palabras constructivas.

El testimonio de dos contemplativos, -una monja dominica y un monje benedictino- que hablan desde la experiencia de muchos años, -¡no como los que hablan de oídas interesadas o partidistas!-, nos dan la clave para que cuando hagamos memoria, no dejemos que nos haga daño ni nos envenene, sino al contrario, para que leída desde la experiencia y el amor, hagamos lo posible, en nuestros gestos y actitudes cotidianas, para que nadie vuelva a sufrir lo que ellos sufrieron, y para que la guerra nunca más tenga la oportunidad de sembrar la división y la enemistad entre hermanos.

Una lectura así solo puede nacer de un corazón reconciliado, y es reveladora de la fecundidad elocuente de la silenciosa escucha a Dios y a los acontecimientos históricos a lo largo de toda una vida.

Dos testimonios que nos animan en la esperanza y que nos decubren nuevos horizontes de fraternidad en los que ya despunta el Reino.

Dos hermanos que desde el silencio del claustro iluminan sin encandilar; animan sin levantar la voz, aman sin condiciones, y nos dicen que el perdón es el fruto maduro de la fe, y al mismo tiempo un don que Dios da a los hombres y mujeres de buena voluntad.

Memoria histórica sí, pero equilibrada y sobre todo: ¡evangélica!
Volver arriba