Ecumenismo, un camino a la paz



Guillermo Gazanini Espinoza. 18 de enero.- Este miércoles 18 inició el octavario de oraciones por la unidad de los cristianos bajo el lema "Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo" (cf. 1 Co 15, 51-58). Esta semana de oraciones queda enmarcada en un tiempo muy especial para la Iglesia católica, al ser un período de gracia en la antesala al Año de la Fe que conmemorará el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II, momento histórico en la vida del catolicismo que nos hizo mirar como Iglesia a las otras confesiones que profesan la misma fe por un solo bautismo.

El beato Juan XXIII, en los preparativos que llevarían al inicio del Concilio, destacaría al ecumenismo, un movimiento que tuvo su origen fuera del catolicismo, como una puerta abierta a la reconciliación entre las iglesias cristianas. El 5 de junio de 1960, la carta apostólica en forma motu proprio “Superno Dei” instituyó diez comisiones y dos secretariados de los cuales destacó el «Secretariado para la unión de los cristianos». El deseo del santo padre Juan XXIII tendría un objetivo claro para mostrar la buena voluntad de la sede apostólica a fin de que todos los cristianos pudieran seguir los trabajos conciliares y mirar a la unidad.

En el mundo, las iniciativas ecuménicas han captado la atención de quienes desean una conversión sincera y afianzar los lazos de la perfecta unidad. El lema de este año impele la conciencia de todos los cristianos para abandonar egoísmos y franquear barreras con el fin de lograr una conversión que transforme nuestros corazones. Ese deseo sincero movió la voluntad de los grandes pontífices del Concilio Vaticano II, sobre todo para mirar a la ortodoxia con la que la Iglesia tiene más puntos de convergencia. Juan XXIII, desde su trabajo pastoral en Bulgaria, conocía perfectamente este espíritu de la Iglesia oriental cosa que fue impulsada por Paulo VI y Juan Pablo II. El actual pontífice, según lo ha dicho en entrevistas y en su misma biografía, tuvo en sus tiempos de profesor en Bonn y Ratisbona a estudiantes ortodoxos con quienes fundó lazos amistosos, aún con ortodoxos rusos quizá de los más difíciles en el diálogo ecuménico.

La unión de la cristiandad ha logrado avances importantes, singularmente por la creación de los grupos y comisiones que han estudiado y superado los asuntos teológicos que han dividido a las Iglesias occidentales; no obstante, el testimonio de unidad apela a un hecho más importante en los tiempos donde el cristianismo ha tenido una crisis de credibilidad y es que el año 2012, desde la perspectiva ecuménica, debería obedecer a esta responsabilidad de todas las iglesias cristianas para prestar un servicio conjunto, como ha afirmado el papa Benedicto XVI, y poner al servicio de todos los hombres y mujeres de buena voluntad el testimonio creíble de los discípulos de Jesucristo ante la división, el escándalo y la violencia.

Esta perspectiva exige el respeto a la fe y tradición como pilares fundamentales de la cristiandad. El riesgo, desde luego, es querer un ecumenismo donde no se puede realizar, es decir, desde un irenismo atractivo –el movimiento tendente a crear un pacifismo religioso eliminando todos los puntos controvertidos- y reunir todas las confesiones y movimientos religiosos, no importando su origen, en una gran fraternidad universal. El decreto conciliar “Unitatis Redintegratio” es claro al advertir sobre estos peligros y señala que “la manera y el sistema de exponer la fe católica no debe convertirse, en modo alguno, en obstáculo para el diálogo con los hermanos. Es de todo punto necesario que se exponga claramente toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino y definido sentido. Pero, al mismo tiempo, la fe católica hay que exponerla con mayor profundidad y con mayor exactitud, con una forma y un lenguaje que la haga realmente comprensible a los hermanos separados”.

El ecumenismo del siglo XXI imprime esta dinámica que no pone en la mesa de las discusiones el patrimonio de la fe. El papa Benedicto XVI, a pesar de las críticas a las cuales se ha visto sometido, tiene en claro que su desarrollo mira a la construcción de la paz y de la solidaridad a pesar de las divergencias y eso es posible sólo entre los que profesan la fe trinitaria porque, en palabras del mismo pontífice expuestas en la conversación mantenida con el periodista Peter Seewald en “Luz del Mundo”, “ser cristiano no debe convertirse en algo así como un estrato arcaico que de alguna manera retengo y que vivo en cierta medida de forma paralela a la modernidad. Ser cristiano es en sí mismo algo vivo, algo moderno, que configura y plasma toda mi modernidad y que, en ese sentido, la abraza en toda regla” (p. 69). Ese es el camino para el diálogo ecuménico que implica una lucha espiritual frente a la modernidad para la recuperación de la paz, sin traicionar el baluarte de la fe que nuestros padres heredaron del testimonio de quienes convivieron con el resucitado.
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