Francisco en Auschwitz, símbolo universal de la misericordia

Guillermo Gazanini Espinoza / 29 de julio.- Auschwitz llega a nosotros en muchas formas, en película que recrea indecibles crímenes cometidos; poco a poco, los testigos directos va desapareciendo y escapa a nuestro entendimiento lo que representó en la historia de la humanidad el infausto lema “El trabajo los hará libres”. En Auschwitz se concibe el holocausto para sintetizar los horrores de los que es capaz el ser humano. Auschwitz, el “nunca jamás”, tan lejano y cercano.
Polonia dejó de existir en 1939. Dos ideologías, una atea y otra racista, desmembraron el territorio hacia “la solución final”. Ahí hubo licencia para la barbarie, el terror desmedido, desatado, festín de atrocidades justificantes de la limpieza étnica para borrar de la faz de la tierra a cualquier ser humano, enemigo de sangre o rival político. Polonia fue el experimento de la aniquilación de los enemigos del Estado ario, antagonista de las mezclas de razas e ideas: nobleza, clero, intelectuales, polacos, judíos, enfermos, incapaces. Ninguno tendría cabida. Barbarie sistemática y justificada por absurdos legalismos ejecutados en matanzas y fusilamientos sumarios. Polacos y judíos, clérigos y enfermos eran antigermanos, no debían ser más que esclavos y trabajadores reunidos en guetos denigrantes.
La solución final al problema polaco vendría en 1940: La creación de un campo de trabajos en lo que fueran barracas militares de Oswiecim. Tres campos principales y sus satélites que los invasores llamaron Auschwitz aperturado con 300 trabajadores judíos. La idea original de ser una prisión de labores forzadas pronto cambió para recibir a millones provenientes de la Europa ocupada por el Reich.
Auschwitz fue el prototipo del infierno suavizado con adjetivos delicados. La justificación del holocausto ocupó eufemismos como purificación y limpieza de quienes eran considerados sabandijas, bácilos infecciosos, poco menos que animales. Términos que hoy nos parecen de cuño corriente, eran usados por la ideología racista para justificar el asesinato de minusválidos “no merecedores de la vida”, aplicándoles la muerte piadosa en nombre del Estado. La eutanasia fue llamada “tratamiento especial” en las cámaras de gas emblemáticos de Auschwitz. “Matar y asesinar” eran suplidos por términos más “humanos” como “acción especial” y “asentamiento”. Los campos de exterminio eran lager de trabajo, centros preferenciales de prisioneros de guerra. La infamia más grande reza en los portones de los campos de la muerte: Arbeit macht frei.
No se sabe con certeza cuántos murieron sistemáticamente y poco sabemos de los verdugos quienes ejecutaron por fidelidad a la pureza de la sangre. Sin embargo, el odio sí tiene nombre. Rudolf Hoss, el comandante de los campos de Auschwitz, quien perfeccionó las técnicas de exterminio, fue detenido en 1946. Firmó la célebre confesión de sus actos y crímenes: “Yo, Rudolf Franz Ferdinand Hoss, declaro bajo juramento legal lo siguiente… Yo estuve al frente de Auschwitz hasta el 1 de diciembre de 1943 y calculo que, como mínimo, 2 millones 500 mil víctimas fueron ejecutadas y exterminadas allí, en las cámaras de gas; como mínimo, otro medio millón murió de hambre y enfermedades de lo que resulta un total de tres millones de muertos… Las ejecuciones en masa en las cámaras de gas empezaron durante el verano de 1941 y duraron hasta el otoño de 1944. Yo vigilé personalmente las ejecuciones en Auschwitz hasta el 1 de diciembre de 1943 y sé que fueron realizadas como he explicado…” Hoss fue ejecutado en 1947.
Dice el recientemente desaparecido Imre Kertész (1929-2016), sobreviviente de los campos de exterminio, Premio Nóbel de Literatura 2002, que el holocausto es vivencia mundial y Auschwitz, símbolo universal. El 7 de junio de 1979, Juan Pablo II celebró la misa y dijo de Auschwitz: “es una cuenta con la conciencia de la humanidad”. Cuenta que nos lleva a examinar las nuevas formas de odio y aniquilación cuando el hombre levanta la mano contra su hermano. Es ese lugar, como diría el Papa Santo, “… testimonio de la guerra. La guerra lleva consigo un desmedido crecimiento del odio, de la destrucción, de la crueldad... Jamás una nación puede desarrollarse a costa de otra, a precio de servidumbre del otro, a precio de conquista, de ultraje, de explotación y de muerte”. (Juan Pablo II. Homilía en la misa celebrada en el campo de Aschwitz-Birkenau, 7 de junio de 1979).
Auschwitz es vivencia mundial donde urge la reconciliación. En 2006, un hijo de Alemania visitó el lugar de muerte para implorar a Dios el perdón. Benedicto XVI cruzó el umbral del campo “Como hijo del pueblo alemán, como hijo del pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación; así, usaron y abusaron de nuestro pueblo como instrumento de su frenesí de destrucción y dominio”. (Benedicto XVI. Discurso en ocasión de la oración en el campo de Auschwitz-Birkenau. 28 de mayo de 2006).
La humildad de Benedicto XVI en pedir perdón de las culpas del pasado lleva consigo la metamorfosis del odio por la vivencia mundial que “sacude la memoria y el corazón”: “Oramos a Dios y gritamos a los hombres, para que esta razón, la razón del amor y del reconocimiento de la fuerza de la reconciliación y de la paz, prevalezca sobre las actuales amenazas de la irracionalidad o de una razón falsa, alejada de Dios”. (Benedicto XVI. Discurso en ocasión de la oración en el campo de Auschwitz-Birkenau. 28 de mayo de 2006).
Y en la nueva encrucijada de la historia, el sucesor de San Juan Pablo II y Benedicto XVI enfrenta la paradoja de la vida en la juventud reunida en Cracovia y el tremor del corazón por caminar en el lugar de la Shoá. La ofrenda es su oración, solo. Una llama votiva encendida en memoria de las víctimas de las naciones por el Sucesor de Pedro es ejemplo de cómo el fuego del amor puede deshacer la tiniebla más espesa como aquélla que venció San Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad y misericordia, oscuridad que Francisco palpó al permanecer varios minutos sumido en meditación en la celda de la pasión del Caballero de la Inmaculada, ante los signos que evocan el martirio en medio del horror.
Citando de nuevo al laureado Kertész, en Auschwitz se “vive en el sistema nervioso del ser humano en forma de odio, de agresión, de bacanal, de imbecilidad, de huida, de protección dentro de la multitud y, para emplear una vez más una fórmula de Thomas Mann, del absentismo laboral del borracho degradado en lumpen…” Por la mente del Papa Francisco, en silencio, pasa esa descripción de lo más oscuro del hombre, rogando por el fin de la irracionalidad, enfrentando las mismas y profundas cuestionantes de sus predecesores: “¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?” Y esta ofrenda de Francisco dice al mundo que Auschwitz también es símbolo universal para la humanidad urgida de misericordia ante el aparente silencio de Dios.