¿Primero el Papa?



Felipe Monroy / Vida Nueva México.- La Conferencia del Episcopado y la Nunciatura apostólica en México se han tomado con mucha seriedad la prudencia respecto al viaje que el Papa desea hacer al país. En concreto, no basta la alegría y el entusiasmo para contemplar y atender todas las aristas políticas, económicas y logísticas del viaje.

La estancia de Francisco en México está siendo planeada y pre-organizada con mucha cautela; a través del encargado de los viajes pontificios, los obispos potencialmente anfitriones y la propia Iglesia mexicana en su conjunto han hecho propuestas muy claras para un programa de seis días en el territorio nacional pero, como consignamos en esta edición: “la última palabra la tiene el Papa”.

Si hay cautela, es que hay riesgos. El más preocupante, que Bergoglio modifique el plan que el gobierno, los obispos y el nuncio en México le han diseñado. No sería la primera vez que Francisco cambia de rumbo; no le gustan las autopistas asfaltadas, decoradas y bien iluminadas; a veces opta por andar por veredas pequeñas y marginales, caminitos oscuros del terreno profundo por donde peregrinan los últimos de la tierra.

Este pontífice no se deja conducir y, por ello, se incrementan varios temores entre los organizadores y anfitriones de la visita: ¿cómo garantizar la seguridad del Papa? ¿Cómo evitar las manipulaciones mediáticas de la visita? ¿Cómo evitar los forzados protagonismos políticos junto al pontífice? ¿Cómo evitar la danza de los billetes entorno al Papa cuando éste camine en medio de un pueblo mayoritariamente sumido en cruda pobreza y opresora marginación? Sobre la seguridad, en el pasado, a fuerza de terribles experiencias, se hizo indispensable que, en torno al pontífice, se irguiera una barrera de protección, un blindaje que previniera de posibles atentados contra el Santo Padre. Sin embargo, Francisco es consciente de que sólo se puede manifestar cercanía en contacto con la gente, abriendo los brazos en campiña con la confianza de quien espera una brisa de verano lo mismo que una tormenta invernal.

La situación de violencia y el riesgo de atentados en México no son temas menores. En el país operan cárteles de narcotráfico con capacidad para derribar helicópteros militares; la vulnerabilidad de las instituciones es tan grave que un reo de alta peligrosidad pudo fugarse de una cárcel de alta seguridad... dos veces; la corrupción y complicidad de las autoridades es tan peligrosa que medio centenar de estudiantes pueden ser desaparecidos y asesinados mediante la brutalidad de las fuerzas públicas y bajo la instrucción de las autoridades legalmente constituidas.

En el país además, los monopolios políticos y mediáticos dominan el terreno de las decisiones de la sociedad. Capturada entre los privilegios del poder y el relumbrón de la farándula, la sociedad mexicana se ve obligada a aceptar mansamente cada espectáculo que le ponen enfrente. Por si fuera poco, a costillas de su fuerte contribución económica que jamás recibe explicación ni informe de dónde fueron a parar los frutos de su desprendida generosidad. Esos son los riesgos de anteponer la figura del Papa a la del país. Durante estos dos meses la máxima será primero el Papa y después la nación. Sin embargo, algo ha sucedido con Francisco dentro y fuera del Vaticano: es un hombre transparente que deja ver detrás de él un mensaje de desapego a lo superficial, de compasión frente al sufrimiento y de servicio al que clama; y en esas cualidades se intentan reflejar sus interlocutores. Ojalá no les cause frustración no verse.
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