Nuestro ayuno ante la visita del Papa Francisco

Guillermo Gazanini Espinoza / 10 de febrero.-Trillado como el heno, mi corazón se seca y me olvido de comer mi pan. (Sal 102, 5) En el libro de los Salmos, el versículo 5 es sólo una expresión de la profunda situación de angustia y desolación que vive el ser humano infeliz. La tradición en las Sagradas Escrituras señala la práctica del ayuno como consecuencia de la angustia espiritual que paraliza al alma ante amenazas y temores.
La precariedad de la carne se ve aún más sometida ante los peligros físicos y el creyente gime, ora en la soledad, padece. La medicina es el ayuno como súplica en el que se reconoce que la privación implicaría la liberación de lo que somete, sea el pecado propio o el pecado nacional. En las Escrituras, los reyes se sentaron sobre cenizas y vistieron de sayal, rogaron para ser liberados del mal orando al Dios verdadero como se lee en el Libro de Jonás 3,4. Y debería alcanzar a todos, proclamarlo tocando el cuerno y fijándolo en decretos y edictos públicos (Joel 2,15)
En la tradición del pueblo de Israel, el Pueblo del Pacto, los escritos de los Profetas decían cuál era el ayuno agradable para identificar a la verdadera religión. La práctica que demuestra el dolor y el arrepentimiento entraña el grito profundo del espíritu del creyente contra el ayuno formalista y vacío de significados, sólo para ser visto y encubrir los pecados diarios. El Libro del profeta Isaías (58, 2 y ss) interpela la hipocresía del practicante que ayuna sin demostrar la pausa en sus vidas para asimilar el dolor y transformar su propia realidad: ¿De qué nos sirve humillar nuestras almas si no haces ningún caso? Y el escritor sagrado sentencia: Ayunas cuando resuelves tus negocios y obligas a tus trabajadores; pasan su ayuno en medio de pleitos y altercados hasta llegar a los golpes con el puño. Y Dios interpela: ¿Acaso puede gustarme semejante ayuno? ¿Acaso no consiste ese ayuno en dar de tu pan al hambriento, en alojar en tu casa al infeliz que no la tiene, en vestir al que veas desnudo, a no volver la espalda al que es de tu carne? (Is 58, 5-8).
Cuando el pueblo de Israel reconoció el dolor, un sentido de identidad nacional les hacía volverse a sí mismos y explorar las causas que llevaron al hundimiento de todas las instituciones. Los días eran de desgracia que implicaron el sentimiento del luto entre el arrepentimiento y la penitencia. Duelo por el sitio de Jerusalén a manos de Nabucodonosor, dolor por las invasiones que profanaron la tierra prometida, lágrimas por la caída de la Ciudad Santa y del Templo, lamentaciones por la desmembración y diáspora del Pueblo de Dios; sin embargo, los días negros y aciagos, donde el alimento que da la vida al hombre está ausente y la ceniza es lo único en lugar del pan, darán paso al regocijo y alegría como indica el Libro de Zacarías 7-8: ¿Han ayunado tanto por amor mío?... Hagan justicia completa, sean buenos y compasivos con sus hermanos. No aflijan a la viuda, al huérfano, al extranjero, ni al pobre y no formen malos proyectos en el corazón el uno contra el otro…El ayuno se convertirá para la Casa de Judá en temporadas de alegría, regocijo y bulliciosas fiestas; por tanto, amen la verdad y la paz.
Ante la visita del Papa Francisco, nuestro ayuno implicaría el deseo sincero de revivir nuestras estructuras y caminar ajenos al mal. El ritmo de la Cuaresma, en estos días donde el Vicario de Cristo se encontrará con la realidad del México azotado, desgraciado y asolado por el misterio del mal.
Porque el llamado de la misericordia para México está en cubrir nuestras cabezas de ceniza ante el drama que compromete la existencia personal y colectiva. Ceniza y ayuno por la violencia y los cientos de desaparecidos víctimas del mal que nos corroe; por la privación del porvenir y del futuro de paz cuando cientos de jóvenes en México no saben qué habrá en sus vidas, penitencia y oración cuando los poderosos que mueven el dinero y nuestra economía cierran negocios usando, especulando y escatimando contra el bien de miles quienes no tienen alimento seguro para vivir; penitencia por la destrucción de nuestro territorio, la erosión de la tierra y la depredación de la naturaleza; arrepentimiento por nuestra pasividad e indiferencia ante el dolor ajeno; lágrimas por la prostitución de los encargos públicos y el enriquecimiento inmoral que empobrece y descarta a miles para entronizar a poquísimos embotados por el vino de la corrupción y los banquetes de la avaricia; pena por la desgracia provocada por quienes usan esta visita para regodearse en la soberbia y abonar millones a sus cuentas.
La expectación por la presencia del Pontífice bien vale una pausa en medio de preparativos, ajetreos, boletos, cierres y planeaciones, para reconocer que el Papa visitante es sólo temporal ante lo que nos urge componer; que Francisco estará en México usando el color morado del duelo por los muchos pecados de la humanidad que particularmente azotan a México. Y que el lema “misionero de la misericordia” no es cliché de la bonita publicidad de carteles y pósteres sino realmente incite a comprender el propósito que el Santo Padre escribía en el mensaje por la Cuaresma 2016 bajo el profundo sentido de la misericordia “para salir de nuestra alienación existencial”.
México está alienado, perturbado, embotado, fascinado por el culto de la violencia y el poder de la muerte que en la convicción de la vida, la misericordia y la paz. Como en el antiguo Israel, a pesar de las promesas hechas por Dios, los mexicanos estamos empecinados en arrasar hasta los cimientos lo que somos (Cfr Sal 137, 6-7). La presencia de Francisco en México nos podrá dar un respiro ante el temor del desastre y “escuchar a Moisés y los Profetas” (Lc 16,29) porque “esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida…” (Papa Francisco. Mensaje por la Cuaresma, 2016)