El fistol del diablo



Guillermo Gazanini Espinoza / CACM. 04 de abril.- El Fistol del Diablo, novela del periodista, diplomático y político decimonónico Manuel Payno (1810-1894) es un relato de las pasiones, anhelos y ambiciones de los seres humanos. Aparecida entre 1845 y 1848, en diversas entregas interrumpidas por la guerra entre México y los Estados Unidos en 1847, relata la intervención fantástica de Rugiero, quien omite su verdadera identidad, El Diablo, portador de una joya enigmática y tentadora que pasa de persona a persona. Es un caballero, un gentleman vestido finamente, sofisticado, hombre de mundo, conocedor de las tentaciones y de las desgracias, bello y seductor, muestra a los protagonistas los deseos por los que pudieran matar hombres y mujeres. La solapa, adornada por el fistol, hace aún más atractivo a Rugiero, la joya combina con sus ojos cautivantes, es un emblema, una insignia del refinamiento, cima de la elegancia, sus destellos relumbran cautivantes, es el ícono de la soberbia, es un accesorio inútil, pero enigmático. La mirada furtiva de los interlocutores hacia la solapa de Rugiero trata de descubrir qué representa, es el signo de pertenecía y estatus.

Los diputados de la LXII Legislatura, al iniciar este trienio legislativo, recibieron un fistol manifiesto de su calidad de legisladores. De metal más bien discreto, fue aceptado como un accesorio que marca la pertenencia a su Legislatura; sin embargo no fue suficiente. Ser representante del pueblo merece un distintivo más digno, acorde al fuero y cargo. Así, después de haber discutido los recursos y haber asignado las partidas a los Poderes de la Unión en 2012, y con la certeza de saber cómo quedarían las tajadas del pastel, los órganos de administración de la Cámara de Diputados usaron la modesta cantidad de dos millones de pesos, según informativos, para la hechura en oro de 14 kilates de pines más preciosos. Tricolores, el emblema patrio resaltado, la legislatura de pertenencia y la leyenda Diputado o Diputada, por aquello de la equidad y género y no herir susceptibilidades feministas, se sostendrán de las solapas de los trajes y prendas de línea de los legisladores, de algunos que, sin el mayor empacho, ya los están aceptando y otros, según mostrando indignación, quienes los rechazaron.

Dos millones de pesos son una cifra pingüe en comparación de otras de las que goza el Poder Legislativo sin mayor justificación en su uso. Contrasta que, mientras los fistoles de oro de los diputados salían a la luz pública, el informe de la UNICEF sobre la situación de la infancia en México, exhibía que más de cinco millones de niños carecen de lo más elemental para vivir, sin dejar a un lado la violencia y vulneración de sus derechos más fundamentales.

El precio por unidad ascendería a 3 mil 800 pesos; sin embargo, de acuerdo a las cifras de la pobreza en México, y en el marco de la cruzada contra el hambre, más de 44 millones de mexicanos tienen un ingreso mensual aproximado de 1600 pesos, pobreza patrimonial incapaz de cubrir las necesidades de alimentación, salud, vestido, educación, calzado, vivienda y transporte público. Los diputados harán ostensión de un artículo inútil, equivalente a dos meses de ingresos de una familia quienes, con grandes tribulaciones y esfuerzos, deben obtener esa suma para cubrir sus necesidades y sobrevivir. Tres mil ochocientos pesos son nada si comparamos el precio de una canasta básica oscilante entre 2500 y 3000 pesos mensuales.

Contrasta, por otro lado, las muestras y llamados a la austeridad y sencillez hechas por el Papa Francisco. Mientras rechaza los gastos superfluos y los objetos litúrgicos ricos, políticos y líderes alabaron la pobreza de un Pontífice exigiendo que la Iglesia viva sin lujos y poder; para nuestros legisladores, las alabanzas y loas a Francisco quedan en el buen discurso y usan los recursos públicos para crear artículos innecesarios a su función.

No cabe duda que el vicio más agradable al diablo es el orgullo. Y ese pecado capital no sólo se refleja en la conducta, también en lo que se viste y usa ordinariamente. Diariamente, miles de pesos son erogados en los Poderes de la Unión para pagar servicios de los cuales se abusa porque, precisamente, no van a costar ni un céntimo a los usuarios. Ser legislador en este país es garantía de prestaciones de las que no hay ninguna obligación legal para transparentar o rendir cuentas sobre su adecuado y racional uso. No habrá justicia cuando, con entera desfachatez, un diputado exhiba en su solapa un fistol equivalente al dinero mensual de una familia mexicana quien, con esfuerzos sobrehumanos, es incapaz de ver una fortuna de tres mil pesos reunida en su patrimonio.

El Fistol del Diablo hacía mención del pecado favorito de los mexicanos. Arturo y Rugiero van al Teatro Nacional. El joven amigo queda sorprendido por el esplendor del edificio del cual se siente orgulloso. El sobrenatural personaje respondió de manera irónica: “En cuanto al orgullo, ustedes los mexicanos tienen el necesario para no pensar que más valía un buen hospital y una buena penitenciaría, que no el lujo de un teatro rodeado de limosneros y gente llena de harapos y de miseria…”

Y eso parece el fistol aureo de la Cámara de Diputados. Demasiado orgullo nubla la razón y el sentido común para saber que es una gran ofensa y una obscenidad usar un artículo de lujo sólo por un sentido de pertenencia, cuando hay mexicanos que, literalmente, no saben si mañana podrán ver la luz de un día porque nada tienen para sobrevivir.
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