Editorial CCM La 'normalidad' después del coronavirus

La 'normalidad' después del coronavirus
La 'normalidad' después del coronavirus

La “vuelta a la normalidad” tiene todavía muchas preguntas. Sin duda, extender la parálisis sería de efectos más perjudiciales y devastadores, pero el riesgo existe, especialmente cuando estas enfermedades tienen segundas olas más peligrosas que la primera. No se puede cantar victoria. La historia así lo ha enseñado.

La ‘normalidad’ después del coronavirus

Editorial CCM

El 11 de marzo pasado, el director general de la Organización Mundial de la Salud consideró el brote de coronavirus como pandemia global y advirtió que los países del mundo deberían dedicar esfuerzos para ‘detectar, realizar pruebas, tratar, aislar, rastrear y movilizar a su población’ a fin de evitar la transmisión comunitaria que pondría en peligro vidas humanas, además de poner en los linderos del abismo la estabilidad económica y social.

Después de China, las naciones de Europa fueron las más golpeadas y se aplicaron estrictas medidas para evitar en lo posible la propagación acelerada: cierres de actividades no esenciales, en donde están los oficios religiosos, implicaron la reducción de empleos y negocios impactando a la población que, después de la angustia de la enfermedad, entra en la zozobra por la incertidumbre del futuro.

México comenzó la multiplicación de casos por coronavirus a finales de marzo. Desde entonces, una relativa parálisis de las actividades dejo inmóvil importantes sectores privados y públicos, incluso iglesias y comunidades de distintos credos han cerrado sus puertas reales para vivir la virtualidad en el confinamiento. Nuestro caso no puede compararse con el de países europeos donde las cosas tuvieron tal dramatismo que las calles eran escenarios como los de una película de ciencia ficción; por el contrario, en México hay una especie de “confinamiento híbrido” donde las clases más pudientes viven la seguridad del aislamiento en sus casas, mientras que los sectores más golpeados, aún desde antes de la pandemia, no han parado ni un día.

Amas de casa están en los mercados, trabajadores mantienen activas las calles, vecinos salen del aislamiento a pesar de las advertencias de sana distancia. Contrastan las imágenes de aparentar normalidad cuando las calles tienen intimidantes letreros de “zona de alto contagio”. Y esas escenas propias de la capital del país son comunes en otras ciudades y pequeñas localidades del México que se resiste a creer que el virus existe.

No obstante, el gobierno federal dice elaborar un plan de reactivación gradual de actividades particularmente de los municipios donde no existe caso alguno de infección por coronavirus a partir de la tercera semana de mayo a pesar de que, se dice, son los días de mayores contagios. La industria automotriz ya tiene un plan efectivo con los más altos estándares de seguridad para que miles de trabajadores vuelvan a sus puestos y dar un poco de oxígeno a la vapuleada economía. Un sector que espera la apertura es el religioso considerado “no esencial”. La Iglesia católica resiente un tremendo golpe como no lo había padecido desde el cierre de templos de 1926, particularmente para sus empleados cuyos salarios salen de donativos, colectas y limosnas. Este es un aspecto que hace falta evaluar, los daños de cada diócesis en esta parálisis por el confinamiento. Se desconoce si existe algún plan de reactivación de actividades religiosas y si habrá medidas extraordinarias más allá de la comunión en la boca, el uso de gel antibacterial, la supresión del saludo de la paz, el manejo de dinero al final de las celebraciones o la sana distancia. Se ignora cómo será la apertura de templos en el caso de las diócesis que atienden municipios sin registro de contagios y que abarcan también localidades donde hay certeza de personas infectadas teniendo en cuanta igualmente que, en algunas iglesias, el clero está dentro de los grupos de alto riesgo.

La “vuelta a la normalidad” tiene todavía muchas preguntas. Sin duda, extender la parálisis sería de efectos más perjudiciales y devastadores, pero el riesgo existe, especialmente cuando estas enfermedades tienen segundas olas más peligrosas que la primera. No se puede cantar victoria. La historia así lo ha enseñado.

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