JUAN BAUTISTA, EL SACERDOTE QUE NO FUE

Para comprender lo que la Iglesia naciente pensaba sobre el sacerdocio, es importante empezar por Juan Bautista, que tuvo la misión de "preparar los caminos del Señor" (Mc 1, 3; Is 40, 3). El padre de Juan fue el sacerdote Zacarías (Lc 1, 5-23). Y su madre, Isabel, era de la familia de Aarón (Lc 1, 5), la más ilustre de las familias sacerdotales de Israel. Puesto que el sacerdocio judío era hereditario, lo lógico es que Juan, heredero de una familia sacerdotal por los cuatro costados, hubiera sido él también sacerdote, dedicado al culto religioso del Templo. Sin embargo, Juan no se fue al templo a formarse como sacerdote, sino que se fue al desierto (Lc 1, 80). Parece lógico pensar que el Evangelio cuenta esto con una intención: los caminos del Señor no se preparan desde el sacerdocio y las ceremonias del Templo, sino desde la vida profética de un hombre del desierto. De hecho, esto es lo que sucedió allí.
Pero hay más. El evangelio de Lucas empieza relatando dos apariciones de ángeles, que anuncian dos nacimientos prodigiosos: la aparición al sacerdote Zacarías en el Templo (Lc 1, 8-27); y la aparición a una joven en Nazaret, una aldea de Galilea (Lc 1, 26-38). El hombre consagrado del Templo no creyó el anuncio del ángel (Lc 1, 20) y por eso se quedó mudo (Lc 1, 20). Por el contrario, la mujer sencilla del pueblo creyó, como atestigua Isabel (Lc 1, 45) y enseguida habló en el precioso himno del Magníficat (Lc 1, 46 ss). Sea lo que sea de la historicidad de estos datos, lo que importa es la lección religiosa que plantea el evangelio de Lucas: cuando Jesús viene a este mundo, el sacerdocio enmudece y no tiene ya nada que decir, mientras que la mujer sencilla del pueblo sin importancia pronuncia el proyecto subversivo de la "misericordia" del Señor: "desbaratar los planes de los arrogantes, derribar del trono a los poderosos, encumbrar a los humildes, colmar de bienes a los hambrientos y despedir a los ricos con las manos vacías" (Lc 1, 50-53).
Jesús entró en la historia humana de forma tan desconcertante como subversiva. La salvación, que nos trae Jesús, no viene de los hombre consagrados del Templo, sino de la mujer "humillada como una esclava" (Lc 1, 48) y perdida en el pueblo desconocido, un pueblo (Nazaret) del que, a juicio de los primeros discípulos de Jesús, "nada bueno podía salir" (Jn 1, 46). El Evangelio es más sorprendente de lo que imaginamos. Si lo entendemos, nos descoloca a todos.Teología sin censura

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