Practicando la sana memoria histórica Homenaje a los mártires franciscanos en Fuente el Fresno, mi pueblo.
Una iniciativa particular
“Sé fuerte y generoso en este mundo,
el dolor más atroz, el más profundo,
lo llevan en el alma los que hieren.
Defiéndete, si puedes, burla, esquiva,
pero si no te queda alternativa
tú no mates, se de los que mueren”
(Laura Capmany)
Hace solo unos días, una familia amiga me convocó para un homenaje a los mártires franciscanos que fueron traídos desde Consuegra para ser martirizados, como si fueran animales, a un lugar de mi pueblo llamado Valhondillo (Valle Hondillo). Entre ellos había un grupo numeroso de jovenes novicios que ignoraban absolutamente todo sobre política e ideologías. Se trataba de hacer una oración en el lugar exacto de su martirio y ofrecerles una corona de laurel, signo de paz, en la cruz de mármol que recuerda su martirio allí mismo, entre olivares. En estos tiempos extraños que vivimos, cuando se habla de memoria histórica, tuve que asegurarme de que era sana memoria antes de confirmar mi asistencia a este acto. Una vez que supe quiénes eran los convocantes, de mi total confianza y que, además, se harían presentes algunos familiares de los mártires y otros buenos amigos míos, junto a algunos niños, no dudé en confirmar mi presencia y creo que fue una decisión muy bien tomada. Fuente el Fresno, mi pueblo, tiene el honor de ser el lugar de este hecho tan abomibable como santo, por ser el suelo receptor de la sangre del martirio del P. Victor Chumillas y diecinueve compañeros mártires, franciscanos, del convento cercano de Consuegra. Recuerdo de niño haber pasado muchas veces delante de la cruz y siempre rezaba una pequeña oración porque sabía que allí había sucedido algo extraordinario. El Papa Benedicto XVI los beatificó el día 28 de octubre del año 2007, junto a más de cuatrocientos mártires más de la guerra civil española que murieron sacrificados por odio a la fe. Hoy sus restos descansan en la iglesia de Santa Maria de los Reyes en Toledo. María Ángeles Arroyo tiene el detalle de cuidar y mantener limpia esta cruz y de llevarle flores en muchas ocasiones, un detalle que tendrá su recompensa. El momento más emotivo en el homenaje fue, sin duda, aquel en que dos niños de la familia Arroyo depositaron delante de la cruz una corona de laurel entre cantos de gloria y resurrección, animados con la guitarra de Elvira y las oraciones preparadas con todo lujo de detalle por Alfonso. Fue una oración llena de emoción y de recogimiento de todos, niños y mayores, recordando la historia de aquel momento tan trágico de su vidas y de la historia de nuestra guerra “incivil” como la calificaría Unamuno. La presencia de dos familiares del P. Chumillas en el acto le dio un toque de emoción añadido. Una gesto de paz y de reconciliación que sólo pretendió alabar a Dios por el don del martirio y pedirle que “la sangre de los mártires sea semilla de nuevos cristianos” en nuestra tierra, como pidió Marifé en la oración entre las peticiones que se hicieron, una expresión que proviene de Tertuliano en el año 197, después de Cristo, y que la Iglesia ha hecho siempre suya. Y al terminar el acto de oración y homenaje, la familia Arroyo Sánchez nos invitó a todos a una comida fraternal y festiva con exquisitos manjares manchegos que hicieron la delicia de todos. Una hermosa iniciativa que yo quiero resaltar con estas letras y que, probablemente, se convierta ya en una costumbre periódica porque la alegría y satisfacción de todos los presentes así lo demandaba. ¡Gloria y honor a nuestros mártires, ejemplo de fe y de fidelidad a Dios hasta el final de sus vidas! Paz para el mundo y para todos los pueblos y gentes de España! Y gracias a la familia Arroyo Sánchez que hizo posible este momento de fe y de fraternidad tan grato para todos!
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