#LectioDivinaFeminista Amar al modo de Jesús, como lo hizo Marisa Noriega y el Papa Francisco

Amar al modo de Jesús, como lo hizo Marisa Noriega y el Papa Francisco
Amar al modo de Jesús, como lo hizo Marisa Noriega y el Papa Francisco

Lectio (Lectura)

“Cuando Judas salió, Jesús dijo: —Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, y Dios ha sido glorificado en él... Hijitos míos, me queda poco de estar con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, así deben amarse ustedes. En esto todos sabrán que son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros.”

Meditatio (Meditación)

Iniciamos esta meditación invocando a la divina Ruah, para abrir nuestra mente y corazón a la reflexión sobre este quinto domingo Pascual.

La perícopa propuesta para este domingo viene inmediatamente después de la escena de la cena de Pascua entre Jesús y sus discípulos. Se ha revelado la traición, y Judas sale del encuentro. Vemos que el acto de permanencia con Jesús es, ante todo, una decisión personal: podemos, como Judas, autoexcluirnos de la presencia de Dios, o bien permanecer ahí, junto a Él, movidos por la necesidad, el consuelo o el amor.

Después, Jesús manifiesta que el acto ha sido consumado: la gloria de Dios y de Él como Cristo ha comenzado. Pero no sin antes decirles con ternura: “Hijitos míos”. Aún hay tiempo para compartir, y en este breve tiempo, les da el mandamiento.

Recordemos que en otros domingos habíamos rescatado la etimología de la palabra “mandamiento”, que va más allá del verbo mandar, como un amo lo hace con su peón, con una palabra que pesa por salir de la boca del más fuerte. “Mandamiento” proviene del hebreo mitzvá, que a su vez podríamos traducir como conferir; es decir, dar en confianza algo para ejecutarlo. El mandamiento de “amarse los unos a los otros” es, entonces, la confianza de Jesús depositada en cada una de nosotras y nosotros para poder amarnos en unidad con Él. El amor es el don que tiene eco en la humanidad; es la presencia del Dios vivo que sale a nuestro encuentro.

El pasado Domingo de Ramos, mientras leía la noticia del fallecimiento del escritor Mario Vargas Llosa, pensaba en el significado del “escape corpóreo” en ciertas fechas. Pensé en la bendición de acompañar a Jesús en su entrada triunfal el día de nuestra muerte. Después vino la noticia de la sensible pérdida de nuestro Papa Francisco, cuyo papado fue un continuo amor en el servicio, una transparencia del Dios que sirve en cada hermana y hermano. Dios permitió que celebrara su última misa con la primera misa pascual, la de la resurrección. Después, su visita con los presos y su itinerario de siempre, limitado físicamente por la enfermedad, pero no en espíritu.

Más adelante llegó la noticia del deceso de nuestra querida hermana Marisa Noriega, con quien tuve oportunidad de charlar un par de ocasiones de manera personal e íntima. De nuevo, su Pascua se dio dentro de la Pascua de nuestro Señor: una mujer entregada siempre al servicio desde el amor. Aún se siente la calidez de su sonrisa y el amor que multiplicó entre sus hijos, nietos y todos cuantos eran los suyos.

Pero Marisa y el Papa Francisco son un ejemplo clave del ejercicio de este domingo. Ambos pudieron amar a los suyos y a los que no “les pertenecían”, iban al encuentro con el prójimo necesitado, con el excluido y las excluidas. Su amor ha trascendido el tiempo y el espacio, podemos sentir sus obras aún cuando su presencia física nos parezca lejana. El amor a los otros no es una invitación a amar solo a los nuestros. ¿Qué mérito tiene eso?, decía Jesús. ¿No hacen lo mismo todos?

AMAR, con mayúsculas, no es un ejercicio de llenar la pila de buenas acciones para que Dios vea lo buena o bueno que soy y me conceda la salvación de mi alma. No es la ley que rige nuestra vida para ser juzgados. No es el sacrificio de quitarme lo que soy o tengo para que los demás vean la bondad en mí.

Jesús no propone amarle a Él primero, ni siquiera amar a Dios. Dios es el amor total, no pide nada a cambio para que podamos pertenecer a Él. Nuestra humanidad es frágil y pequeña ante su inmensidad: no podríamos darle algo, ni Él necesita que hagamos algo para Él.

Se trata, entonces, de encontrar, desde lo más profundo de nuestro ser, el amor de Dios que puede ser reproducido por nosotros en cada hermana o hermano que lo necesite.

“Y por este amor, todos reconocerán que ustedes son mis discípulos.”

Me pregunto: ¿Soy reconocida como discípula de Jesús en mi forma de amar? ¿Amo con mis acciones o solo con el amor teórico, ese que imagino que debería ser? ¿Es mi manera de vivir una experiencia del amor del Dios vivo?

Pensemos entonces: ¿en qué clase de discípulo me estoy convirtiendo en el ejercicio de mi día a día? ¿Soy aquella discípula que se autoexcluye, o que excluye a los demás? ¿O vivo mi fe con el amor reproducido en aquellos a quienes incluso me cuesta amar?

Seamos, pues, más como Jesús: verdaderas alumnas y alumnos del Maestro, que, ante todo, eligió amarnos más allá de nuestros defectos, más allá de la muerte.

Oratio (Oración)

Señor Jesús, gracias por llamarme hijita, con la ternura y paciencia que sólo tú puedes dar, aún en medio de mis dudas y fracturas. Gracias por no imponer una ley más, sino por revelarme el amor como camino. Enséñame a amar como Tú: sin condiciones, sin medida, sin miedo. Que mis palabras no suenen más fuerte que mis actos. Que mis gestos hablen de mi entrega a ti, reflejada en el servicio de la hermana, el hermano que me necesita. Haz de mí una mujer que ama como Tú amaste.

Amen.

Contemplatio (Contemplación)

Contemplate dentro de la escena, eres una discípula o discípulo más, ¿qué dice tu corazón cuando ves salir a Judas? ¿Te has sentido alguna vez así, auto excluida/excluido? ¿Cómo te mira Jesús en esa acción? Ahora, mírate como una discípula/discípulo que decide permanecer ¿a qué te invita Jesús? ¿Cómo sientes su envío hacia el amor? Prepara la escena, ambiéntate en ella, recuerda que es una cena Pascual de dos mil años, ¿qué llama tu atención?

Actio (Acción)

Seguimos en la fiesta de la resurrección, en la espera amorosa del Espíritu Santo en nuestras vidas, pero mientras nos preparamos hacia ese encuentro ¿cómo? Recordando el mensaje de nuestro Maestro: amar, como una elección constante, como un modo perenne de vivir.

Esta semana te invito a dedicar los primeros 5 minutos de cada mañana al Señor, al despertar, con un profundo agradecimiento por la vida, sea cual sea tu situación, agradecer por el regalo de la vida, y pedirle a Jesús, nos acompañe a amar. ¿Hay alguna relación difícil en la que necesites ayuda? ¿Te ha costado amar a alguien? Entrega eso en sus manos y pídele te ayude a caminar en ese encuentro, con el amor que nos enseña.

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