#LectioDivinaFeminista Experimento la vida de Jesús en mí

Experimento la vida de Jesús en mí
Experimento la vida de Jesús en mí

Lectura del evangelio según san Juan (6, 41-52)

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(Buscamos el momento y el lugar más idóneo para ponernos a la escucha de la Palabra. Podemos encender una vela, colocar un icono, la Biblia o el Evangelio, un pan…)

Nos disponemos a escuchar la Palabra. Hacemos silencio exterior e interior. Acompasamos la respiración inhalando y exhalando lentamente. Relajamos todas las partes de nuestro cuerpo.

Abbá Dios, aumenta en nuestros corazones el espíritu de hijas e hijos tuyos, como Jesús fue descubriendo cada día, para alcanzar la herencia prometida.

Lectura creyente. Proclamamos el texto tratando de descubrir el mensaje de fe. Nos fijamos en los detalles: personas, actitudes, expresiones...

Meditamos la Palabra. ¿Qué me dice a mí, personalmente el Evangelio leído? Miramos nuestra propia vida. ¿Cómo lo vivimos en nuestra familia, grupo, parroquia, comunidad…?

Silencio. Desde el texto leído y meditado, entramos en diálogo personal con el Señor. La que quiera puede compartir lo orado en el grupo, con la comunidad.

Contemplamos al que es la Palabra. Contemplo a Jesús en el trasfondo de esta escena, lo que dice, lo que hace, lo que intenta explicar a sus discípulas y a sus discípulos.

Vivimos la Palabra. Compromiso. ¿A qué me compromete el mensaje de fe de este relato? El proyecto del Reino en su visibilidad eclesial se realiza en el signo del servicio o diaconía: liberación, amor-caridad, educación; se vive en el signo de la comunión o koinonía, comunidad, fraternidad-sororidad, unidad, comunicación; se proclama en el signo de la palabra o “kerigma”: anuncio, evangelización, predicación, enseñanza, homilía; se celebra en el signo de la liturgia: eucaristía o acción de gracias, oración, sacramentos, celebración.

Lectura del evangelio según san Juan (6, 41-52)

En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho “yo soy el pan bajado del cielo”, y decían:

  • - ¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?

Jesús tomó la palabra y les dijo:

  • - No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día.

Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”.

Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.

No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ése ha visto al Padre.

Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre.

Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

Palabra de Dios.

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Seguimos en el capítulo 6 de Juan. Es evidente que Jesús no está hablando del pan como alimento básico perecedero que forma parte de nuestra dieta, sino de ese otro pan, que permanece para la vida eterna porque es el verdadero alimento con el que el alma se sacia.

La crítica de los judíos a Jesús, podría ser muy bien la nuestra solo que al revés. Me explico. De lo que ellos aprendieron, la ley, puesta por encima del ser humano, a la novedad que Jesús intenta transmitirles: la persona a imagen y semejanza de Dios. Hoy, como ayer, también nosotras podemos y debemos “desaprender” la letra de normas, leyes, cumplimientos, ritos, que no solamente han quedado obsoletos, sino que no forman parte de la esencia del mensaje del evangelio. Es más, el soporte jurídico que sustenta el patriarcado de las religiones e iglesias, es anti evangélico, discriminatorio.

En este capítulo y en otros de los evangelios se hace referencia al pan como “pan de vida”. Recordemos la última cena (de muchas cenas y comidas) de Jesús con sus discípulos y discípulas (aunque ningún pintor se dignó a  reflejarlo en los lienzos), donde Jesús afirma ser él mismo ese pan (48.50) que ha de ser comido, tragado, hecho vida para alcanzar la verdadera Vida.

Comer o Beber al Cristo interior que me/nos habita no es otra cosa que hacerse UNO con él. Es la realización cumplida de la esencia de lo divino en todo ser humano: hombre y mujer.[1] Comer ese pan y beber ese vino significa también ser comido pues el Espíritu-Ruah toma para sí el alma enamorada que se reencuentra con el Amado (Cantar de los Cantares).

¿No es este el hijo de José? “¿No somos las mujeres una piedra en el zapato eclesial”, como denunciaba Consuelo Vélez, sobre el Instrumentum laboris para la próxima Asamblea Sinodal? ¿No resulta ridículo y humillante, por no decir indecente, contraponer la paternidad de Dios y la paternidad de todas y cada una de nosotras, de cada ser humano? Lo que subyace es muy simple: “Si son pecadoras, si no fueron elegidas entre “los doce”, ni ordenadas, si no son válidas para consagrar… Es necesario crear una comisión que estudie a fondo la cuestión”. Las mujeres hemos quedado fuera de la representación del Dios de Jesús. ¡Sin comentarios! “Serán todos/as discípulos/as de Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende su enseñanza me acepta a mí” (45)

“Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado”. El Padre-Abbá como origen, principio, esencia, fundamento, realidad última. Descubrir en la vida biológica lo que significa la Divinidad en todos/as y cada uno/a.

“Y yo lo resucitaré el último día”. Esa tarea, que apuntaba más arriba, llegará a su plenitud el siguiente segundo tras la muerte biológica. Confiar gozosamente que el Amado sale al encuentro de la Amada. Es el paso de la vida a la Vida. Mi vida, hoy, fluye en su misma Vida, la definitiva, la eterna. No es preciso esperar al último día.

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Juanexpresa que Jesús es el alimento de la verdadera Vida. Dios lo es todo para Jesús. También para mí, para ti. Poner nuestra confianza en un Dios que es Pan, Amor, será trabajo de toda la vida.

Desde tiempo inmemorial, especialmente en los pueblos y aldeas se amasaba en la artesa de madera el pan para toda la semana. Generalmente eran las mujeres quienes lo amasaban lo dejaban reposar, una primera fermentación, se cortaba la masa en partes iguales, se dejaba reposar de nuevo hasta doblar su volumen. Luego se cocía y se horneaba en horno de leña. Lo que hemos amasado las mujeres durante años ha sido, el cuidado, el trabajo bien hecho, no sólo el de casa sino también el intelectual, el profesional, la mediación en los conflictos, la comprensión generosa, es decir, ponerse en el lugar del otro, el perdón, hacer memoria de la historia para transmitirla a la generación siguiente, unirnos ante la adversidad sea cual fuere, romper barreras, obstáculos, tradiciones injustas, paralizantes… y arriesgar para liberar, procurar esperanza y, sobre todo, dar y repartir amor… ¡a espuertas!

En las primeras comunidades vemos a las mujeres en el servicio o diakonía, en la fracción del pan, liderando pequeñas iglesias domésticas, predicando, enseñando, acompañando y curando, es decir, “trabajando mucho por el Señor” (Rom 16,1-12). A día de hoy, poco ha cambiado en la institución de la Iglesia católica. No hace falta decir mucho más. No reivindicamos nada, tan solo que se reconozcan nuestros derechos como verdaderas hijas de Abbá-Dios, bautizadas y ungidas como “sacerdotes, profetas y reyes”.

A modo de reflexión:

A menudo la mente se deja engañar con prodigios externos y somos incapaces de permanecer lúcida y silenciosamente presentes ante la misteriosa experiencia del “Yo soy”, la impronta de Dios en todo ser humano.

Si experimento la vida de Jesús en mí, ya estoy saboreando la eternidad aquí y ahora, porque he sido capaz de integrar la vida de Abbá-Dios en mí.

[1] Esperanza Borús, Luminarias y Asombros, Visión Libros, Madrid, 2012.

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