#sentipensares2025 La fuerza profética de Montesinos

| Luz Estela (Lucha) Castro
Hace más de 500 años, fray Antonio de Montesinos pronunció en La Española un sermón que estremeció conciencias: denunció la esclavitud y el maltrato de los pueblos originarios a manos de los conquistadores. Su grito —“¿Estos no son hombres?”— cuestionó la legitimidad de todo un sistema colonial y eclesial.
Hoy, frente a nuevas formas de opresión —económica, ecológica y cultural—, su voz profética sigue viva. Escucharla es recordar que la fe no puede ser cómplice de la injusticia, sino fuerza que denuncia, acompaña y transforma.
El grito de Montesinos es memoria viva y ecos de resistencia frente a sistemas que deshumanizan. Desde la teología feminista, este grito se entrelaza con las voces históricamente silenciadas: pueblos originarios, mujeres, cuerpos racializados y comunidades empobrecidas. Es una memoria encarnada que nombra la violencia, pero también anuncia transformación.
La pregunta “¿Estos no son hombres?” hoy se amplía: ¿estas no son mujeres?, ¿estos no son pueblos con sabidurías, culturas y dignidad? La colonización no solo explotó cuerpos y tierras, también violentó espiritualidades, lenguas y formas de ver el mundo. Las mujeres indígenas y afrodescendientes han estado —y siguen estando— en la primera línea de esta resistencia silenciosa y profunda.
El Documento de Aparecida (2007) reconoce esta deuda histórica:
“La Iglesia en América Latina ha de escuchar el clamor de los pueblos originarios… Reconocemos con dolor los pecados cometidos contra ellos en la historia” (DA 530).
“La defensa de sus derechos, culturas y territorios es parte esencial de la evangelización” (DA 91).
Aparecida también llama a reconocer a las mujeres como sujetas eclesiales y constructoras de comunidad (DA 454), no solo como destinatarias pasivas. En este sentido, el grito de Montesinos resuena hoy en las voces de mujeres defensoras, lideresas comunitarias, teólogas ,madres buscadoras y pueblos enteros que reclaman justicia y dignidad.
Frente a un mundo que normaliza la exclusión, la teología feminista nos invita a despertar del “sueño letárgico” del que hablaba Montesinos y a construir comunidades donde la igualdad, la justicia y la ternura tengan rostro y cuerpo concreto.
