#sentipensares2025 Mi testimonio en memoria de Patricia Cervantes( + ) madre de Neyra Azucena (+)

Mi testimonio en memoria de Patricia Cervantes( + ) madre de Neyra Azucena (+)
Mi testimonio en memoria de Patricia Cervantes( + ) madre de Neyra Azucena (+)

Mi testimonio en memoria de Patricia Cervantes( + ) madre de Neyra Azucena (+)

Querida Paty:

Hoy nuestra querida Alma Gómez me comunicó que habías trascendido. En ese instante me brotó la memoria de tantos caminos recorridos juntas, cuando nuestros caminos se cruzaron Alma, Gabino y yo, y sobre todo de tu amor indestructible por Neyra Azucena. Pensé en ti como pienso en las casas que he habitado, esas casas que no son simples acumulaciones de tabiques, alambre o ladrillos, sino iglesias domésticas, lugares sagrados donde las mujeres preservamos la historia familiar: en las paredes colgamos fotos de boda, de quinceañeras, diplomas de nuestras hijas e hijos, en cajas guardamos los ropones del bautismo, vestidos de primera comunión etc.

En mi casa de Barcelona, querida Paty, traje conmigo después de vender la de Chihuahua aquellos objetos más simbólicos y amados. Entre ellos cuelga en mi sala un pequeño enjambre de palomas moradas que compré en un mercado de México cuando fuimos juntas con las madres de JPNH al Zócalo. Para mí representan a las jóvenes víctimas de feminicidio, de desaparición forzada y a la lucha de sus madres. Una de esas palomas es tu hija, Neyra Azucena, encontrada asesinada en los cuernos de la luna. Desde entonces esas palomas me recuerdan a ti y al dolor transformado en lucha que nos convocó a caminar juntas.

Tu historia y la de Neyra se entrelazan con la de tantas otras madres que, desde la ausencia y el dolor, se atrevieron a romper el silencio. Las primeras madres buscadoras del país fueron dos mujeres chihuahuenses: Doña Alma Caballero, madre de Alma Gómez Caballero, y Gloria Ponce, madre de Minerva, en el año 1973. Luego, en la década de los 90, nuevas madres levantaron la voz con fuerza. Recuerdo cómo, después de la desaparición de Paloma, su madre Norma Ledezmaortega desplegó una lucha intensa que pronto convocó a otras madres con hijas desaparecidas. De ese clamor colectivo nació Justicia para Nuestras Hijas y ahí llegaste tú, con tu fuerza, tu ternura y tu voz que nos estremecía porque hablaba desde lo más profundo de la herida y del amor.

En aquellas primeras reuniones, ustedes no sólo compartían el dolor: nos enseñaban a transformar la indignación en camino. Nos encontramos y las acompañamos en su lucha. Y fue entonces cuando comprendimos que estábamos ante un nuevo rostro de la justicia, parida por mujeres como tú, que se atrevieron a gritar lo innombrable y a reclamar lo que parecía imposible.

Cuando miro esas siete palomas moradas que cuelgan en mi sala, sé que no son sólo adorno. Son símbolo de la memoria colectiva en Chihuahua, testimonio de madres acompañadas por las organizaciones feministas que buscaron a sus hijas desaparecidas. Convirtieron su modesta oficina en campamento de lucha, la cocina en centro de resistencia y las lágrimas en camino de búsqueda. Fueron las primeras buscadoras en la década de los noventas que en Ciudad Juárez y Chihuahua, con su grito abrieron un sendero que hoy siguen tantas más.

En cada paloma está inscrita la vida de sus hijas y la voz de sus madres:
•⁠ ⁠Norma Ledezma, madre de Paloma Angélica Escobar Ledezma.
•⁠ ⁠Hortensia Enríquez, madre de Erika Nohemí Carrillo Enríquez.
•⁠ ⁠Consuelo Ortega, madre de Rosalba Pizarro Ortega
•⁠ ⁠Consuelo Valenzuela, madre de Julieta Marlene González Valenzuela.
•⁠ ⁠Martina y Francisco, madre y padre de Minerva Teresa Torres Albeldaño.
•⁠ ⁠Patricia Cervantes, madre de Neyra Azucena Cervantes.
•⁠ ⁠Virginia Bertaud, madre de Claudia Judith González Bertaud.
•⁠ ⁠Carmen Venegas, madre de Miriam Cristina Gallegos Venegas.
•⁠ ⁠Hilda Medrano madre de Diana Yazmín García Medrano.
•⁠ ⁠Guadalupe Zavala, madre de Érika Ivonne Ruiz Zavala.
•⁠ ⁠José Rayas, padre de Viviana Rayas Arellanes.
•⁠ ⁠Angelina Tarango, madre de Gloria Irene Tarango Ronquillo.
•⁠ ⁠Evangelina Arce, madre de Silvia Arce.
•⁠ ⁠Ramona Rivera, madre de Silvia Elena Rivera.
•⁠ ⁠Soledad Aguilar, madre de Cecilia Covarrubias Aguilar.
•⁠ ⁠Josefina González, madre de Claudia Ivette González.

Y aquí nombro también a Carmelita, madre de Miguel David Meza Argueta, primo de Neyra, quien viajó desde Chiapas para ayudar en la búsqueda, fue detenido y torturado para arrancarle una confesión inventada. Su caso quedó documentado por Amnistía Internacional ytú, Paty, caminaste al lado de Carmelita para que la verdad prevaleciera frente a la fabricación de culpables.

Cada nombre es un latido. Cada hija desaparecida o víctima de feminicidio es una herida abierta que ustedes, las madres, convirtieron en exigencia de justicia.

Tu activismo nació del amor a Neyra y se volvió una ética pública. Te acompañamos en plantones, marchas, reuniones interminables, audiencias y pasillos de fiscalías, en audiencias en la ONU en caravanas por Estados Unidos y en donde parecía que nada se movía. Siempre llevabas la foto de tu hija pegada al pecho, como lo han hecho y lo siguen haciendo las madres que claman justicia, como lo hizo nuestra querida Marisela Escobedo. Esa imagen —la foto de la hija desaparecida o víctima de feminicidio, ceñida al corazón— se volvió un símbolo poderoso: el cuerpo de la madre fundido con el rostro de la hija, testimonio de una herida que es personal y al mismo tiempo colectiva.

En ti, Paty, el feminicidio de Neyra nunca fue nombrado como un hecho aislado, sino como la expresión más brutal de un sistema entero que falla. Sabías y lo gritaste que los feminicidios no son obra de un individuo solamente, sino que concurren con violencia criminal:
La indolencia del Estado
El silencio social sostenido por el machismo y la misoginia
La violencia normalizada contra las mujeres
La fabricación de culpables para calmar la ira social
La impunidad
Y de manera criminal, la colusión, la negligencia y la omisión de las propias autoridades encargadas de protegernos.

Por eso tu activismo fue tan incómodo: porque le pusiste nombre a esas estructuras de muerte, porque no aceptaste callar y porque tu voz siempre llevó consigo la foto de Neyra y de tantas otras jóvenes, recordándole a todos que la justicia no es un favor, sino un derecho.

Hoy que has trascendido, tu ausencia física duele, pero tu voz y tu caminar se han vuelto semilla en la tierra fértil de la memoria colectiva. No partiste en soledad: vas unida a Neyra, a todas las hijas víctimas de feminicidio y desaparición y a las madres que se levantaron contigo.

En ti recordamos que la casa es iglesia doméstica, que la foto al pecho es un altar vivo y que cada marcha es una liturgia de justicia. Tu vida nos mostró que la espiritualidad no está separada de la lucha, que el amor de madre es Ruah que sopla, que consuela y que enciende.

Tu testimonio será contado una y otra vez: en las fotos que mostraremos, en las crónicas que escribirán las nuevas generaciones, en las calles donde aún resuenan tus pasos. Porque las madres buscadoras no sólo buscaron a sus hijas: nos enseñaron a buscar humanidad en un mundo que las había negado.

Paty, tu nombre queda inscrito en la historia de Chihuahua, de Ciudad Juárez, de México y también en el corazón de quienes seguimos creyendo que la justicia es posible. En tu memoria y en la de Neyra, seguimos de pie.

Gracias, querida Paty, por darnos el privilegio de acompañar tu lucha.

Con gratitud y esperanza
Lucha Castro

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