El Papa recuerda el carisma de San Vicente de Paúl: "Adorar, acoger, caminar" Francisco, a los vicencianos: "Gracias por vivir en las calles del mundo"

(Jesús Bastante).- "Hermanos, hermanas. Gracias por vivir en las calles del mundo". El Papa Francisco recibió este mediodía, en una abarrotada plaza de San Pedro, a miles de miembros de las distintas ramas de la Familia Vicenciana, en el Jubileo por los 400 años de la orden fundada por San Vicente de Paúl.

En la víspera de las canonizaciones de este domingo (los cuadros de los futuros santos ya colgaban de la fachada de la basílica), el Papa quiso encontrarse con los vicencianos, a quienes invitó a vivir la fe con tres acciones: "Adorar, acoger, caminar". Siempre hacia adelante.

La aparición de Francisco fue refrendada por una sonora ovación por parte de los participantes en el encuentro, que desde las 9 de la mañana transformaron la plaza mayor de la Cristiandad en una fiesta de color, luz, sonido y alegría. "Un impulso de caridad que dura siglos", reconoció el Papa, recordando la figura de San Vicente de Paúl. "Un impulso que salió de su corazón", como la reliquia que acompañaba la celebración.

"Me gustaría animaros a seguir este camino, proponiendo tres verbos muy simples e importantes para el espíritu vicentino, y para la vida cristiana en general: adorar, acoger y caminar". Sobre la adoración, Francisco recordó que, para San Vicente, "la oración es esencial, es la brújula de todos los días, como un manual de vida".

Una oración que, para el de Paúl, no "sólo es un deber, ni mucho menos un conjunto de fórmulas", sino "estar de pie ante Dios, estar con él, dedicarse sólo a él". En una palabra: adorarle. Una "pura intimidad con el Señor, que da paz y alegría", frente al "estrés de la vida diaria".

"Eso es la adoración -prosiguió el Papa-: pararse delante del Señor, con respeto, con calma y en silencio, dándole el primer lugar, abandonándose a sí mismo con confianza", para después pedir "que su Espíritu venga a nosotros y a nuestras cosas". Por ello, "los que adoran, sólo pueden permanecer, por así decirlo, 'contaminados'", y se vuelven "más compasivos, más disponibles, más abiertos a los demás".

En segundo lugar, la acogida, la bienvenida. "No sólo se requiere para hacer espacio para alguien, sino para ser gente acogedora, disponible, que se dan a los demás", recordó Francisco, "como Dios por nosotros, así nosotros por los demás". Para ello, añadió, es preciso "cambiar la forma de pensar, entender que la vida no es una propiedad privada, que el tiempo no es mío". Ese "desprenderse" de "mi tiempo, mi descanso, mis derechos, mis programas, mi agenda", para abrirse a los demás.

Porque "el cristiano que da la bienvenida es un verdadero hombre y mujer de la Iglesia, porque la Iglesia es Madre y una Madre da la bienvenida y acompaña su vida". Esos son los rasgos de la Iglesia que debe llevar todo seguidor de Jesús. Un "ADN eclesial", que "crea armonía, comunión y paz, incluso si no es correspondido".

El último verbo, caminar. "El amor es dinámico, sale de sí mismo", explicó el Papa. Como dijera san Vicente, "nuestra vocación es ir no a una parroquia, ni una sola diócesis, sino por toda la tierra. ¿Y para hacer qué? Para inflamar los corazones de los hombres, hacer lo que hizo el Hijo de Dios, que Él vino a traer fuego a inflamar el mundo de su amor". Una vocación que, 400 años después, "es válida para todos", señaló Francisco, quien pidió a los asistentes hacerse estas preguntas: "¿Conozco a los demás, como el Señor quiere? ¿Puedo llevar el fuego de la caridad a los demás, o me lo callo para calentarme en mi chimenea?".

La respuesta, de nuevo con San Vicente: "Gracias por vivir en las calles del mundo", difundiendo el Evangelio "a través del contagio de la caridad, la disponibilidad y la concordia", concluyó Bergoglio.

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