"Todos nosotros, como humanos, necesitamos ser amados gratuitamente" Sor Brambilla: "No hay tranquilidad para mí mientras haya quien sufra"

En el número de octubre de la revista mensual de L'Osservatore Romano, "Donne Chiesa Mondo", dedicado a las mujeres misioneras, el testimonio de sor Simona Brambilla, nombrada en enero prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, antes superiora general de las Misioneras de la Consolata
"La misión fue y es para mí esencialmente un don, un gran regalo de Dios. Cuando la viví, descubrí que era mucho, mucho más hermosa de lo que pensaba"
"Creo que hoy necesitamos profundizar los caminos misioneros bajo la bandera del reconocimiento de la humanidad común que nos hace hermanos y hermanas, del respeto, del diálogo sincero, del intercambio de dones", expresa
"Creo que hoy necesitamos profundizar los caminos misioneros bajo la bandera del reconocimiento de la humanidad común que nos hace hermanos y hermanas, del respeto, del diálogo sincero, del intercambio de dones", expresa
| Lucia Capuzzi
(Vatican News).- ¿Qué significa ser misionero hoy?-preguntamos a Sor Simona Brambilla, prefecta del dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y misionera de la Consolata, con un pasado misionero en Mozambique.
-La misión es una llamada a participar en el dinamismo del Amor de Dios Trinidad, que se desborda hasta crear, amar y llamar a sí a sus criaturas para que participen plenamente de su alegría, y enviarlas a compartir esta alegría con otras criaturas. Esta llamada concierne a todos y a cada uno: la Iglesia es misionera por su propia naturaleza.
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En mi caso, como misionera de la Consolata, el carisma de la misión ad gentes en el signo de la Consolación califica la respuesta a esta llamada como un salir del propio contexto y de la propia cultura, ir y quedarse en particular con los que no conocen a Cristo, reconociendo en la experiencia de la persona y del pueblo las huellas, las semillas y los frutos de la acción del Espíritu, compartiendo el tesoro de la fe, tejiendo puentes en los que experiencias y sabidurías diferentes puedan encontrarse, dialogar y caminar juntos hacia la Luz de Dios.

Creo que hoy necesitamos profundizar los caminos misioneros bajo la bandera del reconocimiento de la humanidad común que nos hace hermanos y hermanas, del respeto, del diálogo sincero, del intercambio de dones. El Papa León XIV, en su primer discurso el día de su elección, recordó estos temas".
-¿Y qué aprendió en particular de su experiencia en Mozambique?
"El don de la misión en Mozambique, precisamente entre el pueblo Macua, en el norte del país, me transformó profundamente, responde. Llevo conmigo, con profunda gratitud, toda la densa experiencia de aquellos años, las significativas relaciones que tocaron y convirtieron mi corazón, la riqueza de la sabiduría original Macua que me abrió nuevos horizontes humanos y espirituales, la reciprocidad de la evangelización, y tantos otros dones que el Señor me concedió a través del encuentro con un pueblo de alma tan vibrante, cálida, intensa, sensible.
La misión fue y es para mí esencialmente un don, un gran regalo de Dios. Cuando entré a formar parte de los misioneros de la Consolata, pensaba que la misión era algo hermoso. Pero cuando la viví, descubrí que era mucho, mucho más hermosa de lo que pensaba.
Llegué a Mozambique en el año 2000. Tras los primeros meses que pasé en Maputo estudiando portugués y ayudando como enfermera durante la tragedia de las inundaciones que habían devastado gran parte del país, me destinaron a una misión en el norte, en Maúa, en la provincia de Niassa, entre el pueblo macua. Permanecí allí sólo dos años, aunque continué regresando periódicamente para realizar investigaciones interdisciplinarias sobre la evangelización inculturada entre el pueblo Macua. Fue un período muy intenso y bendecido. Tuve la gracia de encontrar allí misioneros que supieron no sólo acogerme y acompañarme para que encajara en el ambiente, la cultura y la pastoral del lugar, sino también abrir mi alma al sentido profundo de la misión. La gente de aquella zona me acogió con gran benevolencia, apertura y paciencia. Me quedé sin palabras al ver la capacidad de diálogo, de compartir, de las personas que abrieron su corazón a un "extranjero", que apenas hablaba portugués, que aún no entendía la lengua macua, que desconocía por completo la sabiduría y la tradición cultural del pueblo, y que venía del otro lado del mundo. Allí, poco a poco, descubrí la misión como intercambio de dones, como reciprocidad, como camino de escucha, aprendizaje y reconocimiento no sólo de las semillas de la Palabra, sino también de los frutos que el Espíritu hacía crecer y madurar en el alma de las personas.
La misión se me reveló como un espacio dialógico en el que el Evangelio entra en relación fecunda con lo que Dios ya ha realizado en una determinada persona o cultura, iluminándola, liberándola, llevándola a la plenitud. Entiendo más existencialmente la imagen que el evangelista Lucas pone de relieve al transmitirnos las palabras del Señor en el envío de los 72 discípulos: "La mies es mucha y los obreros pocos" (Lc 10,2). Sí, somos enviados como humildes y alegres segadores de la mies que Dios ha sembrado y hecho crecer y que ya está floreciendo en el campo del corazón de la persona y del pueblo ( Jn 4,35-38)".

-Su nombramiento como prefecta ha hecho historia en la Iglesia. Es un hecho. Pero a usted le gusta llamarse ante todo "misionera". También el Papa León XIV subrayó su condición de misionero antes y después de su elección. ¿Por qué la misión sigue siendo necesaria en un mundo globalizado, marcado por crisis culturales, medioambientales y espirituales?
-Todos nosotros, como humanos, necesitamos ser amados gratuitamente, de verdad, fielmente, intensamente, respetuosamente, con delicadeza. Así es como ama Dios: hasta el extremo, sin cansarse. Todos, más o menos conscientemente, anhelamos este Amor, recibirlo, pero también dejarlo fluir y vivir en nosotros, formar parte de él, de alguna manera.
Cuántas veces el corazón humano es herido, incluso irreparablemente, por propuestas que presentan algún subrogado de este amor, que deja un vacío en el corazón, amargura en el alma y marcas en el cuerpo. Con demasiada frecuencia, dinámicas enfermas y totalmente contrarias al amor capturan, en sus vórtices crueles e insidiosos, vidas necesitadas de respeto, de escucha y de cuidados, encerrándolas en circuitos asfixiantes, quebrantando deseos y sueños, pisoteando su dignidad y su libertad. La misión, como decía más arriba, es tan esencial hoy como ayer, porque el amor, el verdadero amor, es esencial.
Cuánta necesidad tenemos de recuperar el sentido profundo de nuestra humanidad, de reconocernos hermanos en humanidad, de redescubrir que nuestra humanidad es "una cosa muy buena" (Gn 1,31), de ofrecernos unos a otros respeto, aprecio, amabilidad, dulzura, escucha, atención, acogida, perdón, confianza, afecto, amor sincero!.
-Pero, como misionera, ¿qué ha aprendido sobre la Iglesia y la humanidad "en salida"? ¿Y qué aporta a esta misión romana?
-No puedo separar mi vida de la misión. Así que, en este servicio, aportando lo que soy, aporto también toda la experiencia misionera que el Señor me ha dado para vivir. La misión ha abierto mi corazón a la maravilla de reconocer la presencia de Dios, las semillas y los frutos de su Espíritu en los pueblos, en las diferentes culturas, en las diversas tradiciones religiosas, en la intimidad de las personas con sus historias diferentes, únicas y sagradas. Me ha abierto a la alegría del intercambio fructífero entre personas diferentes, a la experiencia de la interculturalidad dentro de la comunidad y con las personas a las que he sido enviada, a la investigación conjunta, al diálogo interreligioso, a la belleza de construir juntos puentes por los que puedan pasar la sabiduría y la experiencia. Por supuesto, todo esto conlleva dificultades, pero la vida y la belleza que desencadenan estas interacciones superan inmensamente el peso de las penurias y dificultades y les dan su justo sentido.
La misión me ha llevado también a disfrutar existencialmente del sentido más verdadero de ser Iglesia: la Iglesia existe para evangelizar, la Iglesia es misión, es comunicación del Amor de Dios a todos y a todas, es salir a las periferias, y las periferias más periféricas son aquellas donde el Evangelio no es conocido y donde los corazones, a menudo por heridas y dolores profundos e inauditos, no están todavía abiertos para acoger a Jesús.
La misión me ha impulsado a un camino de sencillez y esencialidad, que siento la necesidad de renovar cada día: ante hermanos y hermanas empobrecidos y privados de lo necesario para una vida humana digna, me siento provocada a despertar de mi letargo, a convertirme de mis quejas, a no dejarme acomodar en algún tipo de comodidad. Siento que mientras un hermano y una hermana sigan sufriendo, abandonados, bajo el peso de la guerra, la violencia, el abuso, la indiferencia, la explotación, no tengo derecho a vivir una vida "tranquila".
Una vez más, la experiencia misionera ha encendido en mí una nueva sensibilidad hacia la pequeñez, la fragilidad, la vulnerabilidad como lugares donde Dios ama habitar y desde los que ama evangelizar, lejos de los parámetros de grandiosidad, visibilidad, poder, dominación. Me parece que todo esto puede tener implicaciones en este servicio a la vida consagrada, que, en cualquiera de sus formas, lleva siempre en sí la dimensión misionera.

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