La pascua de Jesús y de Francisco Al morir, el papa podía decirnos: "Yo he hecho mi parte, que Cristo os enseñe a hacer la vuestra"

"El Papa Francisco ha pasado a la eternidad en esta Pascua. Siempre le he visto como un maestro espiritual. Incluso imbuido en lo que es la espiritualidad monástica"
"Al que le toque asumir la sede de Roma cuenta ya con nuestra obediencia, oración y apoyo. No importa tanto la persona que sea sino la misión"
"Una cosa que siempre me ha llamado la atención es el mal de los personalismos en la iglesia. Cambia el superior de una comunidad, el obispo de una diócesis, el papa de Roma y parece que cambian también las coordenadas, al menos algunas"
"Siempre he oído que el mejor abad es el que está pero no se le nota, porque anima pero no dirige; dirigimos entre todos los que formamos la comunidad, todos somos corresponsables"
"Una cosa que siempre me ha llamado la atención es el mal de los personalismos en la iglesia. Cambia el superior de una comunidad, el obispo de una diócesis, el papa de Roma y parece que cambian también las coordenadas, al menos algunas"
"Siempre he oído que el mejor abad es el que está pero no se le nota, porque anima pero no dirige; dirigimos entre todos los que formamos la comunidad, todos somos corresponsables"
| Fray Roberto de la Iglesia Abad de San Pedro de Cardeña
¡Cristo ha resucitado y en él está toda nuestra esperanza! Nos lo dice la fe, pero no siempre es claro a nuestro corazón. Como los apóstoles, como María Magdalena, tenemos que acostumbrarnos a la resurrección. Un cisterciense antiguo, Beato Guerrico, hablaba de la resurrección progresiva, efectuada como por grados. Creer con la cabeza en la Resurrección no significa gran cosa, lo importante es creer con el corazón y con la vida. Como Etty Hilesum, que en medio de los sufrimientos de un campo de concentración nazi decía: “Te doy gracias Señor por todo lo bueno que me das”. Saber ver en medio de la mayor atrocidad la mano bondadosa de Dios eso sí que es creer en la Resurrección.
Esta Pascua me acompañaron estos versos de Rumí, el místico sufí medieval: “He sido intoxicado por la copa del Amor…Vivo tan borracho en este mundo que, aparte de mi borrachera, no tengo nada más que contar”. Todo lo de este mundo palidece y se coloca en su sitio a partir del encuentro con el Amor Resucitado.

El Papa Francisco ha pasado a la eternidad en esta Pascua. Siempre le he visto como un maestro espiritual. Incluso imbuido en lo que es la espiritualidad monástica. Desde la bendición que pidió a los fieles en su primera aparición en el balcón, desde la primera entrevista que concedió en la que se definió como un pecador -la humildad y el conocimiento propio es el primer escalón de todo el camino monástico y espiritual. Su insistencia en la misericordia como modo de vida y de mirar al mundo. Su profunda oración y su intimidad con Dios que se veía en lo que hacía y decía. Su humor y relativización de casi todo. Su deseo de tender puentes con todos. Su lucha por la paz y por la dignidad de todos. El sabor a veracidad de todo lo que decía aún a pesar de que le pudieran malinterpretar. Su huida de todo protagonismo, como aquella vez que corregía a la multitud que le aclamaba: “Francisco no, Cristo”. Todo le hacía una persona de Dios, un maestro espiritual en el camino cristiano.
Damos gracias a Dios por los años en que nos le ha concedido tener como obispo de Roma, como a él le gustaba llamarse. Muchos nos sentimos un poco huérfanos. Pero como él decía, nadie muere la víspera. Ya estaba maduro para Dios.
Como S. Francisco de Asís al morir, el papa podía decirnos: “yo he hecho mi parte, que Cristo os enseñe a hacer la vuestra”. Él ha hecho lo que creía que Dios le pedía, ahora nos toca a nosotros seguir su legado. Recemos por él, como siempre nos pedía.
Al que le toque asumir la sede de Roma cuenta ya con nuestra obediencia, oración y apoyo. No importa tanto la persona que sea sino la misión.
Una cosa que siempre me ha llamado la atención es el mal de los personalismos en la iglesia. Cambia el superior de una comunidad, el obispo de una diócesis, el papa de Roma y parece que cambian también las coordenadas, al menos algunas. Siempre he oído que el mejor abad es el que está pero no se le nota, porque anima pero no dirige; dirigimos entre todos los que formamos la comunidad, todos somos corresponsables. No estamos para presidir sino para servir, o mejor, presidimos sirviendo.
En esta Pascua, además del regalo del Resucitado, el Padre nos ha regalado el tránsito del papa Francisco. Que el Señor le conceda un puesto entre sus santos y a nosotros, un día, también.
