¿Por qué en tal Iglesia no hay problemas?

“Dicen muchas veces: ¿Por qué en tal Iglesia, en tal parte, no hay problemas? No puede haber problemas si estamos hablando de las estrellas, hablando de las cosas que no tocan los problemas que ejercitan nuestra paciencia, nuestra fortaleza, nuestro compromiso de hoy en la historia.” (4 de diciembre de 1977)

En la realidad histórica de América Latina no se ha perseguido a todas las iglesias, ni a todos los obispos, sacerdotes, religiosas y cristianos.  Especialmente en la triste época de las dictaduras militares, de las guerras contra los pueblos y de las autollamadas revoluciones, solo una parte de las iglesias vivió bajo amenazas de muerte y sufrió martirio.  Sigue resultando doloroso que en las mismas iglesias hubiera obispos perseguidos y obispos que apoyaban abiertamente los regímenes dictatoriales.   Lo mismo podemos decir de sacerdotes, religiosos y religiosas, e instituciones cristianas. 

Monseñor aclara el porqué.  Si estamos hablando de las estrellas, de las cosas que no tocan los problemas reales y concretos que vive la mayoría del pueblo, ningún gobierno, ningún cuerpo de seguridad ni ningún escuadrón de la muerte va a perseguir, amenazar ni matar.  Pero, en realidad, es una tremenda tentación en las iglesias hablar, predicar sobre doctrinas, teorías, teologías, ritos y cultos, imágenes en los templos (a favor o en contra), catecismos y libros doctrinales, y todo esto sin tocar las heridas del pueblo.  En muchas iglesias se habla de cosas que no tienen que ver con los problemas del hambre, la enfermedad, la exclusión social, la falta de vivienda, el dolor y el duelo, la migración, la problemática tan inhumana en las cárceles sobrepobladas, etc. Monseñor lo resume en «estar hablando de las estrellas». En otro momento, nos ha recordado que no es lo mismo predicar el Evangelio de Jesús en El Salvador, Nicaragua o en Estados Unidos, en Centroamérica o en el polo norte, o en Europa (cerca de la guerra contra Ucrania).

Lo trágico es que los pastores (de todo tipo y categoría eclesiástica) manipulan la verdad del Evangelio para no molestar a su grey, para que estén contentos y den sus diezmos, para que no se inquieten, para que se consuelen, y no para que se fortalezcan y luchen por transformar la realidad y resolver los problemas de «sobrevivencia» de las mayorías del pueblo. 

Hace ya varios años, el padre Carlos Mesters, de Brasil, decía que el primer libro de Dios es la vida, la historia humana, y que la Biblia es la segunda palabra de Dios.   Quienes hoy se limitan a hablar de la Biblia como si estuvieran en una burbuja, no pueden captar lo que Dios quiere decirnos hoy.   La primera palabra de Dios hoy resuena en la historia, brota del grito de los explotados y oprimidos, empobrecidos, de las víctimas, de quienes viven en las llamadas «comunidades», un nombre bonito en El Salvador para esconder la realidad de tugurios, de zonas de miseria.  La primera palabra que el Dios de Jesús nos dice cada día no se encuentra en la Biblia ni en ningún otro libro religioso o litúrgico, sino que esa primera palabra de Dios rebota en nuestra propia conciencia y suena, grita, desde quienes tienen hambre y sed, desde quienes no tienen una vivienda digna, desde quienes están enfermos o enfermas, desde quienes huyen de la miseria y la violencia (migrantes), y, nos guste o no, desde la desesperación de los presos en las cárceles.  Quienes se atreven a convivir con esas víctimas, escucharán la voz de Dios y esa voz resonará en la lectura y reflexión bíblica.  De verdad, ahí está Dios.

Cita 4 del capítulo VII (La verdad) del libro El Evangelio de Mons. Romero.

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